Basta de disparates
Francisco Larios
El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.
Tercamente, a pesar de que hasta Sergio Ramírez Mercado ha reconocido—tres años demasiado tarde, para un hombre de su intelecto y experiencia—que no se puede “hablar de elecciones justas, libres y transparentes en Nicaragua. Los hechos lo niegan.”, los partidarios del colaboracionismo electorero siguen empeñados en la ruta que inevitablemente culmina en la legitimación del reinado orteguista y su probable prolongación a dinastía.
Las afirmaciones que hacen—en sentido estricto no se puede llamar “argumento” a balbuceos incoherentes—tienen la calidad de una fantasía onírica surrealista.
Los colaboracionistas electoreros se parecen al emperador de la fábula, que caminaba desnudo a causa del fraude de un sastre que lo habría convencido de la belleza del traje que presuntamente le había confeccionado, y que el séquito de cortesanos temerosos de decir la verdad a Su Majestad confirmaba. Se parecen, pero son una versión más ruin; están más dislocados de la realidad que el emperador desnudo, porque a aquel lo despertó de su engaño la voz infantil [la inocencia ve la verdad y no tiene motivos para negarla] que le gritó “vas en pelotas”.
Nuestros electoreros desoyen esa voz, la voz que narra lo obvio, que describe lo que está a la vista, lo que deberían ellos mismos, que tienen también ojos, ver. No debería hacer falta que les explicáramos lo que trágicamente ocurre en Nicaragua; dan ganas más bien de espetarles, como hiciera aquel famoso Marx: “¿a quién vas a creer, a mí, o a tus propios ojos?”.
Pero no solo cierran los ojos, sino los oídos. Parecen estar ciegos y sordos. Siguen con el discurso alucinante de «elecciones», y «defensa del voto», y «tendido electoral», y «exigir condiciones a CxL», y 71% de ciudadanos «indecisos», y que «el pueblo prefiere a Cristiana Chamorro», y tantos otros evidentes disparates.
Y los repiten cada vez que la dictadura asesta un nuevo machetazo, y arranca un miembro más al cuerpo de la falsa esperanza, y en esto se parecen al desquiciado personaje de teatro absurdo de la tropa inglesa de Monty Python, quien se enfrenta al rey Arturo (a veces la ficción nos trae intuiciones maravillosas), y termina sin brazos y sin piernas, a pesar de lo cual continúa desafiando al claro vencedor en tono amenazante, y ante la mirada atónita de este, lo insulta, lo reta a que no “huya”, a que regrese al combate, porque él es “invencible” y solo ha sufrido… «una herida superficial«.
Al final de la escena, el rey Arturo, falso rey, pero en control de la pantalla, cabalga, y solemnemente ordena: “declararemos un empate.” Si esto recuerda a “protejamos al 25% que apoya a Daniel”, de nuestro propio Arturo, o al “hagámonos concesiones mutuas” de Cristiana Chamorro, se debe sin duda a la genialidad profética de la literatura.
En resumen: no sé qué procedimiento hipnótico ha traído a los electoreros a tal estado de irrealidad. Tengo que asumir, por ser tan absurdo y falso el discurso, que en muchos casos debe ser motivado por la intención de manipular, o por la debilidad de obedecer a algún manipulador a quien están acostumbrados a seguir. O podría ser que haga falta remitir el caso a expertos en comportamientos post traumáticos, de los que causa la violencia, como el estrés o el Síndrome de Estocolmo.
Lo cierto es que, quiéranlo o no, la repetición sistemática de todas estas nociones insanas sirve para aumentar el peso de la cruz que carga el pueblo nicaragüense, de hacer más largo su calvario; de hacer que, en lugar de la resurrección que fue posible en 2018, tengamos una nueva crucifixión; de que el banquete de los opresores continúe, mientras lloran las madres al pie de la cruz.