Cómo rescatar a Nicaragua de la Contrarrevolución Sandinista

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

Comentarios sobre un video de autobombo de un político español, y sobre las trampas que nos tienden, y en las que sufrimos, por ignorancia, caídas costosas:  No tenemos más remedio, si queremos un país y no un campo de concentración con prisioneros famélicos, que crear un modelo de sociedad que la izquierda europea a lo mejor llame «de derecha» y la derecha europea a lo mejor llame «de izquierda». Dejemos que ellos se desenreden.

@JRBauza (Instagram)

Este video es digno de debate. Primero, evidentemente es bueno que políticos europeos se tomen el tiempo–hagan la inversión política– en ir poniendo en el radar la cara fea del régimen orteguista. Que empiece a filtrarse a la opinión pública de allá el perfil perverso de quienes mandan en un país que para los europeos es lejano, y cuando no lo ha sido, ha sido porque se vendió la épica falsa de la «revolución sandinista».  

La Contrarrevolución Sandinista

No vale la pena ni discutir qué tiene que ver Sandino con aquella chanfaina, pero habrá que desaprender lo mal aprendido: no hubo revolución, sino más bien una contrarrevolución, una grotesca restauración conservadora que ha llevado al país, no solo económica, sino ideológicamente (y hasta religiosamente) de regreso al siglo XIX. 

Y no al siglo XIX europeo, sino al siglo XIX nicaragüense, sin estado laico, con unas cuantas familias rancias en control de lo poco que hay de «economía»; con el sueño de estas familias [el sueño que canta con ínfulas de Homero chapiollo Arturo Cruz], de manejar lo público como lo manejaban entonces, de tertulia en tertulia en unas pocas casas. Sueño estropeado trágicamente para ellos porque, como les falta coraje, habilidad y visión, el ‘mandador’ de la finca termina siempre dándoles órdenes. 

Pero hay otro asunto importante que nos conviene entender, y que va a ser más difícil, porque nuestra ignorancia y provincianismo han aumentado, no disminuido. O bueno, eso pareciera al menos ser el caso entre los adultos. Quizás los más jóvenes puedan andar más enrumbados porque en definitiva son menos «nicas» y algo más «ciudadanos de internet».  

Calenturas ajenas que matan

El asunto es que entregamos siempre el manejo de nuestros problemas a políticos extranjeros, con resultados funestos, y caminamos como zombis a ponernos EN MEDIO de sus pleitos político-ideológicos, en los cuales ellos hacen lo que los políticos hacen de manera natural: colocan, por encima de nuestros intereses, sus intereses; por encima de nuestra necesidad de libertad y progreso, su necesidad de atacar a sus contrincantes, que no son–no nos chupemos el dedo–Ortega y Murillo, sino quienes compiten con ellos por espacios políticos en sus países. 

Ya nos pasó esto, con consecuencias fatídicas– la muestra más grande de la irresponsabilidad, incompetencia, crueldad y cinismo del FSLN en aquellos años–cuando nos metimos (digo nos metimos, aunque a la mayoría de la gente la metieron) en medio del conflicto entre la URSS y Estados Unidos, la llamada Guerra Fría.  Fría para los grandes, pero caliente en los patios donde ellos escogían que otros pelearan en su nombre.  ¿Qué ganamos?  La respuesta está, como dice la canción de Dylan, flotando en el aire.

Tropezar con una caricatura

Pero no aprendemos. No aprendemos. Aquí vamos de nuevo, caminando a la línea de fuego de las «guerras frías» del momento.  «Guerras», que no son tales, porque en las instituciones europeas se dicen cosas, pero no se mata gente. Sin embargo, para nosotros las consecuencias son fatídicas. 

Aquí vamos de nuevo, porque, en nuestra ignorancia, permitimos que el enorme problema de Nicaragua sea reducido a esa caricatura superficial de «izquierda» versus «derecha» por gente como este político, de quien solo sé que parece ser miembro del grupo europarlamentario de «Ciudadanos» [que son, pareciera un chiste, algo así como C x L en España, pero claro, con modales, buen español, y paridad de género; sí, ¡¡horrorizaos!!, paridad de género].  

Al señor de marras le viene muy bien la caricatura, porque así le da unos cuantos porrazos [no digo que no merecidos, pero eso es cosa entre ellos] a sus contrincantes de algunos grupos que él llama «comunistas», y que son generalmente muy parecidos a él, pero en imagen espejo.  

La Caperucita Roja y el “proyecto” de elecciones

Le va muy bien con la caricatura porque también se ahorra el trabajo de entender verdaderamente lo que ocurre en tierras indianas, hacerlo todo como un cuento infantil en el que solo hay que obligar al lobo a que no se coma a Caperucita Roja, y él–insiste siempre que se trata de él— ya tiene la solución.  Solución europea, por supuesto, porque como no tiene la menor idea de lo que habla, y simplemente quiere aparecer ante las cámaras con un problema, una solución, y un premio, no se ha molestado en preguntarse por qué los «izquierdistas» de Nicaragua son compañeros de cama–con hijos y contratos– de los «derechistas» de la «burguesía«.  

Para el innombrado político –no me sé el nombre, os pido disculpas– todo se reduce a que hay un hombre malo que tiene un mal gobierno y por tanto… «hay que hacer elecciones«, para que se retire del poder.  «Ya pasó antes» dice, más o menos, «ya estuvo fuera del poder 16 años”.  

A cualquier nicaragüense con un par de neuronas activas y un pulso algo regular, esto de que Ortega ha estado «fuera del poder» le parecerá una de las declaraciones más superficiales que pueda hacerse.  Y es de las más irresponsables, si se quiere de verdad resolver el problema que, para nosotros, nicaragüenses, es horrendo: salvar la vida y la esperanza de gente de carne y hueso.  Para él, en cambio, se trata de un disturbio lejano que puede usarse para pincharle el ojo a otros ignorantes sin escrúpulos, los estalinistas-para-otro país de Izquierda Unida, por ejemplo, gente que defiende los derechos humanos dentro de su país con una estridencia hormonal, pero que a la indiada le recetan «revolucionarios», y le muestran la receta a sus nostálgicos votantes, para lucir ellos, en la neblina histórica-ideológica que tienen en sus mentes, como muy progresistas. 

¿Qué podemos o debemos aprender de todo esto? 

Lo primero es lo que ya vamos penosamente aprendiendo, que el problema de Nicaragua es estructural, profundo, antiguo, y es un problema de distribución del poder, que no tiene nada que ver con las turbias líneas divisorias que dividen «izquierda» y «derecha» en el mundo, me atrevo a decir, «civilizado».  

De este lado del charco, quizás, estirando el término, pudo haberse hablado de «izquierda» añadiéndole el calificativo “estalinista”, a la Cuba de Castro, y lo que esa Cuba ha «enseñado» después de su ficticia prosperidad “social” (subsidiada por la Guerra Fría hasta el colapso de la URSS) ha sido nada más el uso del terrorismo de Estado a mamotretos ideológicos como los de Venezuela y Nicaragua.  

Pero el «pleito» de «izquierda versus derecha» que vive el señor de Ciudadanos es de otro universo. Allá pelean sobre qué servicios deben financiarse públicamente, en lo fundamental, y de tiempo en tiempo se tropiezan con la realidad de las autonomías e independentismos regionales. Se gritan unas cuantas gilipolleces en las Cortes, van a elecciones como quien va al barbero (excepción hecha, quizás, de Iglesias), se toman un par de cañas y se van a sus casas, a ver La Liga.

Lo nuestro no es eso, en absoluto. No tengo que explicar que lo nuestro es un problema de supervivencia, y un problema de opresión extrema, tanto a manos del Estado, como de los «burgueses», los oligarcas que son sus socios. 

Nosotros no tenemos tiempo, si es que queremos salvar vidas y salvar el país, para andar buscando banderas de «derecha» o «izquierda» que no tienen nada que ver con nuestra realidad. 

Nos haría mucho bien ser más pragmáticos, más empiristas; entender que debemos centrarnos en CREAR una República democrática, en fundarla, en DISPERSAR EL PODER del Estado, y LIMITAR, DISPERSAR el poder económico de las pocas familias dueñas de casi todo. 

No tenemos más remedio, si queremos un país y no un campo de concentración con prisioneros famélicos, que crear un modelo de sociedad que la izquierda europea a lo mejor llame «de derecha» y la derecha europea a lo mejor llame «de izquierda».  

Dejemos que ellos se desenreden 

A nosotros no nos sirven sus membretes, nos estorban.  Nosotros necesitamos Libertad, y esa no la garantiza nadie por ser «derecha» ni por ser «izquierda». Necesitamos libertad, y la conseguiremos. Nosotros necesitamos Justicia, la justicia que tanto los de «derecha» en Europa y Estados Unidos, como los de «izquierda» en Europa y Estados Unidos nos niegan; la ven como si para nosotros fuera un privilegio, aunque para ellos sea un derecho. 

Pero nosotros necesitamos Justicia para sobrevivir, para vivir en Libertad. 

También necesitamos un esfuerzo potente de toda la sociedad, a través de un Estado democrático moderno, para sacar al país, a la gente, a nuestra gente, de la miseria y de la ignorancia que hacen imposible la Libertad y la Justicia. No podemos darnos el «lujo» de decir que el «Estado» debe lavarse las manos cuando los niños no tienen acceso al agua, a la medicina, a la educación, a la comida. 

Tampoco podemos darnos el «lujo» de decir que no necesitamos crear un ambiente propicio para que, dentro de regulaciones económicas, sociales y ambientales sensatas, auténticos empresarios, no la plaga parasitaria de la oligarquía actual, verdaderamente emprendan.  

Sobre la necesidad de una Constituyente y un Estado laico

Y no podemos, si queremos vivir en una sociedad civilizada, abandonar el principio de un Estado laico que el sandinismo ha aniquilado, y que es indispensable para que la religión no sea usada como instrumento populista o absolutista, e incluso para proteger a la religión, a la de cada quién y a la estructurada en iglesias, del manoseo político.  

En un Estado laico, que habrá que fundar en una Constituyente Democrática, con representantes elegidos para trabajar en un proyecto de Constitución que luego sea aprobada o rechazada en un referéndum nacional, tendremos que ir buscando acuerdos que permitan que los temas álgidos no impidan el progreso de la sociedad, que no impidan la libertad del ser humano; aunque no puedan ser acuerdos totales que resuelvan de una final vez las disputas y desavenencias. 

En esto también debemos ser pragmáticos: la vida política en libertad es como la vida, como la naturaleza: diversa, en movimiento, en conflicto. Pero diversidad no es debilidad. Aunque sea dolorosa, es enriquecedora. Qué pobre un mundo en el que solo se permite ver de frente, o ver solo hacia atrás, en lugar de ver desde todos los ángulos; de compartir y contrastar las visiones de quienes ven desde un lado, o del otro. Qué pobre un mundo sin movimiento, agua estancada, en que todo se pudre. 

Pero de movimiento y diversidad vienen, inevitablemente, los conflictos. No solo hay que aprender a resolverlos, a acercar posiciones cuando se pueda: también hay que aprender a aceptar que a veces no pueden juntarse las puntas de la manila, y hay que vivir mucho tiempo con diferencias ideológicas que no desaparecen fácilmente.  
Por tanto, no debemos esperar que las verdades que privadamente consideramos finales y absolutas sean las mismas que otros privadamente consideren finales y absolutas. No es el caso. Y hay que evitar que el choque de absolutos impida la convivencia, para lo cual hace falta que sigan siendo privadas—y respetadas como tales—nuestras verdades privadas, y que no rijan lo público, donde inevitablemente, si queremos una sociedad en paz, tendremos que aprender a dejar atrás el absolutismo en todas sus dimensiones.

Francisco Larios

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