El Caudillismo en nuestro ADN

Carlos Zepeda
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Politólogo - Universidad Complutense de Madrid

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El clientelismo y el caudillismo siguen siendo los dolores de cabeza de América Latina. Cuando en El Salvador, el presidente Bukele tomó medidas en contra del COVID 19, la reacción de la gente hacía el presidente salvadoreño fue impresionante. Las redes sociales se llenaron de mensajes y apoyos a Bukele. En Nicaragua, incluso hubo gente que pedía que fuese nuestro presidente.

Esta reacción está lejos de ser un gesto inocente. Y esos halagos son consecuencias de la cultura caudillista que vive en nosotros como latinoamericanos. El caudillismo es la idea de un líder fuerte, capaz de resolver nuestros problemas. A veces son autoritarios y otras bonachones; les encanta la atención mediática y el protagonismo. 

El caudillo tiene un auge y caída, el auge empieza cada vez que prometen y endulzan nuestros oídos con aquello que necesitamos oír. La caída se da cuando sus medidas fracasan. ¿Por qué en América Latina hay medidas que no funcionan? Hay muchos proyectos que fallan por la gestión de los Estados. Nuestra cultura caudillista y clientelar provoca inconscientemente centrarnos en un caudillo que a su vez es el Estado. Pero la buena gestión de un país viene dada por la calidad de la Administración Pública.

La gran tragedia en nuestras administraciones públicas es la centralización y politización de los funcionarios, muchos puestos a dedos. La realidad es que, si fortaleciéramos a la Administración con técnicos, la gestión mejoraría enormemente. Cuando vine a España me llamó mucho la atención su sistema político parlamentario, que consiste en la formación de Gobierno a través del Parlamento que elige al Presidente del Gobierno y es nombrado por el Rey (Jefe del Estado). Pero lo más curioso del sistema parlamentario es cuando no hay una mayoría para formar Gobierno, este queda en funciones. Eso significa que aunque un Gobierno no haya sido formado no se produce una parálisis en la función del gobierno como administración.

En realidad, lo que sucede, es que detrás del Gobierno español hay una gran cantidad de funcionarios que mantienen vivo al Estado, incluso sin que haya un Presidente. Este sistema hace que cuando el Ejecutivo toma decisiones vayan respaldadas por recomendaciones de técnicos, dando paso a una gestión más eficaz.


Por más buenas ideas que tengan nuestros gobernantes, si no hay un cuerpo administrativo formado, la gestión de cualquier decisión será un desastre. Esos halagos a nuestros gobernantes son dañinos para la sociedad, y contribuyen a la cultura caudillista. Ahora, preguntémonos: ¿tiene Nicaragua funcionarios de calidad?

Carlos Zepeda

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