El discreto encanto del equilibrio de poderes
Carlos A. Lucas A.
Uno de los problemas crónicos en la historia del Estado nicaragüense es el equilibrio (“balance”) de poderes, esa entelequia liberal que nunca cuaja en la realidad: Unas veces el parlamentarismo se convierte en un obstáculo de la capacidad ejecutiva (caso gobierno de Enrique Bolaños) y otras veces el presidencialismo echa al trasto de la basura (caso del régimen del FSLN desde 2007) el estado de derecho y la dinámica representativa de la ciudadanía (en el supuesto que una asamblea de diputados como es el caso de Nicaragua, garantice esa representatividad).
Y esto depende de quien amase esa harina: Daniel Ortega subió al poder surfeando en la revolución popular anti somocista en 1979 y logró presentarse como ganador en las elecciones presidenciales de 1984. Pero fue candidato perdedor consecutivo en las elecciones de 1990 (Violeta B. Chamorro); 1996 (Arnoldo Alemán); 2001(Enrique Bolaños). Hasta que resultó candidato ganador de nuevo en 2006, pasando a reelegirse ilegalmente a un segundo periodo en 2011 y a un tercer periodo en 2016. Y aunque en 1979 y 1984 se presentó como un “socialista” exterminador del Estado y que en su cuarta campaña electoral (2006) había declarado que su misión política era erradicar el presidencialismo e instalar el poder soberano del pueblo: “Nosotros queríamos llegar a la presidencia para acabar con el presidencialismo, para provocar un cambio verdaderamente democrático en este país, desde el 2007 que subió al poder, ha venido absorbiendo todos los poderes existentes del Estado y su aparato.
Una importante aclaración: luego de ese trayecto, la “oposición” nicaragüense, Alianza Cívica (parapeto de CxL), Unidad Nacional (parapeto del MRS) y Coalición Nacional (parapeto del PLC)[1], aceptan fríamente, sin asco siquiera, la posibilidad de la séptima candidatura presidencial de Ortega y de su cuarta reelección consecutiva, como efecto de su estrategia “opositora” de asegurar un “aterrizaje al suave” a la dictadura totalitaria sandinista, que es la misma de “el comandante se queda” del sandinismo en el poder.
A esta “oposición” no parece interesarle el hecho de la caída en el absolutismo medieval de Nicaragua desde el 2007 y que Ortega, hoy en día, podría repetir sin inmutarse la frase de Luis XV ante el parlamento de París (1766) declarándose la síntesis de todos los poderes estatales[2], la mano unitaria que los equilibra. Es una “oposición” que exige democracia, pero no la defiende ante ese totalitarismo.
Una democracia derrotista, amasada y amansada
En la realidad, la Corte Suprema de Justicia (poder judicial), es conformada por magistraturas negociadas de previo entre el ejecutivo y el legislativo y ratificadas (o vetadas) por ambos. Lo mismo sucede con los jueces electorales (Poder electoral), conformados al nivel de magistrados. Y sucede con la Contraloría General de la República y hasta con la policía y el ejército. Todo el entramado estatal termina fundiéndose con el o los partidos dominantes y negociantes y sus respectivos caudillos. Nicaragua es un buen ejemplo.
Es el círculo vicioso de esa entelequia de poderes “equilibrados” donde el presidencialismo, ahogando a los otros poderes, se ahoga a sí mismo haciendo surgir el hiperpresidencialismo, la autocracia y de a poco, la dictadura, la dinastía, el poder semi monárquico. Vuelta en redondo: un presidente se ha convertido en un monarca. Es “cosa de locos”, como ya lo advertía Federico II de Prusia: “Hay que estar loco para creer que los hombres han dicho a otro hombre, su semejante: te elevamos por encima de nosotros porque nos gusta ser esclavos.
De cualquier forma, el supuesto equilibrio de poderes, es en la práctica, inestable, lo que normalmente se resuelve con el uso de la extorsión, chantaje, por la corrupción política o por la fuerza. Maletines de dólares, tráfico de influencia, transfuguismo entre las bancadas políticas, juicios de desaforación o simples plumazos de sacar a un diputado propietario por su suplente ya comprado, proscribir a un partido u organización política en la Asamblea legislativa, propiciar “golpes de estado” a las juntas directivas de esas representaciones, etc., hacen mover al antojo de la fuerza política dominante, ese supuesto poder legislativo.
¿El poder, se equilibra a sí mismo?
Desde esa obra monumental “El espíritu de las leyes” de Montesquieu, el “equilibrio” entre los “tres estados”: el ejecutivo, el legislativo y el judicial (rey, nobleza, plebe) es un principio fundamental de la república liberal, que se va desarrollando con la evolución permanente de los Estados.about:blankREPORT THIS AD
De hecho, en Europa el parlamentarismo surgió como versión de respuesta de soberanía popular ante el poder del monarca, el cual a su vez, al complicarse las cosas, dio paso al poder ejecutivo en diversas versiones, hasta llegar, en América, a la primicia de la figura presidencial federativa definida por Estados Unidos el 17 de septiembre de 1787 (Convención Constitucional de Filadelfia) con sus contrapesos de las cámaras y la Corte Suprema de Justicia.
Es en nuestro medio latinoamericano donde aquel modelo liberal de “equilibrio” de poderes tan prístinamente calculado por los fundadores de Estados Unidos[3], se ha caracterizado por su inestabilidad. Los estados latinoamericanos desde 1810, han pasado por un enorme conjunto de versiones de regímenes tiránicos (“Tirano” fue uno de los muchos nombramientos del libertador Simón Bolívar), monárquicos, presidencialistas, parlamentaristas, condimentadas con las respectivas “pausas” autocráticas, dinásticas, dictatoriales en la evolución política de los estados latinoamericanos, pesada realidad hasta hoy.
La violencia desde el poder
En ese precario equilibrio del modelo liberal, en última instancia, está el recurso de la fuerza: El Poder Ejecutivo tiene a su favor, el control de la violencia coercitiva a través del ejército, su fuerza policial y otros recursos (lo vimos hace poco, por ejemplo, en la irrupción inesperada del Presidente de El Salvador y el ejército de ese país, en la sala de sesiones de la Asamblea Nacional).
En contraste, una Asamblea Nacional legislativa carece, por su propia naturaleza, de cualquier posibilidad coercitiva. El estado de derecho sucumbe ante la fuerza de las botas y el fusil y hasta allí llega cualquier debate jurídico y político. La democracia avanza unos pasos, hasta que los funcionarios armados lo impiden o corrigen.
Suprimir al ejército hace bien a la democracia
Una de las formas más viables de ir resolviendo estas contradicciones crónicas del modelo liberal, es que el Estado, como en Costa Rica, Panamá y otros países, proscriban al ejército y pongan bajo control civil a las fuerzas armadas internas (policías de varios tipos). Esta sería una decisión histórica y cultural de mucha profundidad, porque en países como el nuestro, vivimos suponiendo que seremos invadidos de pronto por hordas salvajes al estilo de Atila o Genghis Khan, para unos…o por el ejército de Estados Unidos, para otros. Sin embargo, puede haber ajustes menos profundos.
La democracia como trago de un solo día
Uno de esos ajustes menos profundos que lo anterior, es considerar lo siguiente: En el caso de Nicaragua, su modelo político democrático establece elecciones generales, de Presidente y Vice-Presidente (Poder Ejecutivo), de 90 diputados a la Asamblea Nacional (Poder Legislativo) y 20 “diputados”[4] al Parlamento Centroamericano-PARLACEN (al ser parte Nicaragua, del Sistema de la Integración Centroamericana-SICA), en un solo evento. Es todo un coctel electoral, a tragar…en un solo día.
Adicionalmente, en las últimas elecciones ilegales e ilegítimas celebradas en Nicaragua desde el 2006, se ha propiciado el uso (con el beneplácito de la “oposición” electorera) de la boleta única donde se elige presidente y vicepresidente, diputados nacionales y departamentales y al PARLACEN, todo en uno, en un viciado “combo”. Igual sucede con las elecciones regionales y municipales. La votación en cascada es una forma de asegurar la fidelidad del votante a la figura del caudillo de turno y atenta, precisamente, contra el futuro equilibrio de poderes.
El argumento del beneplácito del régimen sandinista y su “oposición” con la votación en cascada, ha sido que eso facilita la decisión del votante y el posterior conteo, aunque induce, por ejemplo, a consideraciones sobre el caso de votos anulados en uno de esos cuatro niveles de votación.
Pero en lo fundamental, ese coctel electoral, es un vicio del sistema electoral nicaragüense: De hecho, el “efecto presidente” se traslada hacia el parlamento, terminando éste, como argumentan algunos, siendo representante del presidente y no del pueblo. El presidente de la república mira fortalecido su perfil caudillesco y centralista, se hace notorio y está a la vista de todos, mientras en cambio, el ciudadano común desconoce totalmente quienes son los que están formulando o dejando de formular, las leyes adecuadas para el Estado. Usted probablemente, en tiempos normales, pueda animarse a hacerle una carta de reclamo al presidente, pero es dudoso sepa hacerlo con sus diputados. Los diputados son la figura oscura en esta democracia. El poder del soberano, representado en el parlamento, es convertido en una triste copia sepia de sí mismo.
Equilibrar el proceso electoral
Es sabido que, en algunos países, de forma más sana, las elecciones presidenciales y al parlamento, se hacen en momentos diferentes. Por ejemplo, en los Estados Unidos de América, las elecciones presidenciales se realizan cada cuatro años, las legislativas cada dos años, las estatales y locales cada año, favoreciendo ese equilibrio según la correlación de fuerzas y el sentimiento del pueblo sobre el ejercicio del poder, el flujo de corrientes políticas, la renovación de plataformas políticas, la llegada de nuevos actores sociales y políticos. La elección de autoridades legislativas, al hacerse en la mitad del mandato presidencial, favorece una mejor recomposición y equilibrio entre las fuerzas políticas actuantes, pero especialmente entre el Ejecutivo y el Legislativo. Por derivación, en los otros poderes del Estado.
Esa modalidad toma en cuenta que la dimensión legislativa tiene un efecto de largo plazo en la estructura y funcionamiento del Estado de Derecho y en el perfil del Estado y la Nación, más que el efecto que pueda generar, normalmente, la presidencia de la nación. Por lo tanto, es lógico que deberían ser plataformas y campañas electorales diferentes[5].
En el caso nicaragüense, los varios niveles de elecciones por el voto popular, deberían ser visualizadas, secuenciadas y programadas legalmente, teniendo a la vista la necesidad de asegurar el funcionamiento óptimo del modelo liberal, es decir, el equilibrio e independencia de los poderes de Estado.
Pero volvamos a la inercia nacional en la defensa de la democracia liberal: ese déficit de atención conduce, como sostenía Karl Loewenstein[6] (1891-1973), a las formas autocráticas. Y si como vemos en el caso nicaragüense, una democracia indefensa y pasiva conduce en tobogán a la autocracia o totalitarismo, es una realidad que es más que improbable que el recíproco pueda suceder: ¿se puede imaginar usted a una autocracia conduciendo a un pueblo, de regreso a la democracia? Sin embargo, la “oposición” oficial nicaragüense, tiene ese sueño de opio, a pesar que el presidente electo en el 2006 (elecciones con sus bemoles que no vamos a detallar por ahora), se está convirtiendo en un poder monárquico a estilo de lo afirmado tan extensamente por Luis XV.
El totalitarismo es la total desnudez de la violencia del Estado
Parafraseando una campaña muy popular en Nicaragua, “democracia que no se defiende, es democracia que se pierde”. Y la amenaza principal de la democracia, es cualquier forma de autocracia o totalitarismo, sea como razonamiento, programa o realidad desde el poder.
La democracia tiene que ser militante, para sobrevivir, era el oportuno mensaje de Loewenstein cuando alrededor de 1935, ya estaba bien perfilada la acción invasiva del fascismo y el nazismo en las sociedades europeas y en otras latitudes. En general, los totalitarismos actuán en el marco y las libertades democráticas y una vez en el poder, las cercenan de una vez. En vivo, vemos esto no sólo en Nicaragua sino en los fenómenos Borsonaro en Brasil, o Trump en los propios Estados Unidos, donde hasta se habla actualmente de un calentamiento interno que parece conducir al país a una guerra civil. Las democracias también se infectan y puede sucumbir si no hay autoinmunidad frente a sus enemigos.
Precisamente, las corrientes totalitarias actúan ni mas ni menos como una infección virulenta tipo coronavirus, que ataca aprovechándose de las debilidades, descuidos e irresponsabilidades de cada sujeto y en especial, de la baja capacidad autodefensiva de sus víctimas, penetrando los sistemas y actuando desde adentro. Paralelo a la endemia del coronavirus, que ataca igual a países altamente industrializados o atrasados, estamos viendo surgir en el mundo, todo tipo de variantes de autoritarismos y versiones del “Estado soy yo” cercenando el sentido democrático y humano que buscan vivir todos los pueblos, sean países industrializados o atrasados,
Ese totalitarismo global no tiene programa, ni plataformas, ni ideología: Javier Benegas (periodista español) le llama[7] “ideología invisible” a esa fuerza polimórfica que invade el mundo desmontando el modelo liberal y el control de los poderes.
Se trata de una ideología invisible y muda en realidad, que al hacerse del Estado, ejerce ese poder por el poder mismo, por parte de un sujeto o una neo oligarquía que no tienen escrúpulos para imponer su violencia y fuerza como la única razón del estado. Ellos representan precisamente esa violencia estatal descarnada, pues ya han sido amputados desde dentro los sistemas de control de Montesquieu. El monopolio de la fuerza y la violencia coercitiva consustancial incluso al Estado democrático, cae en manos de una especie de piratas cuyo poder reside en ello: el sable, el cuchillo, el fusil, el terror y el terrorismo.
Epílogo
Continuando el último símil, merecen ser tirados por la borda aquellos “marineros” que predican a la demás tripulación que el jefe pirata, una vez trastocado todo el régimen de mando de la nave, va a proceder a discutir y negociar volver a la democracia que asaltó en medio viaje y que eventualmente hasta puede ser parte de la dirección de la nave. Esto le llaman unos “navegar al suave” y otros, “el pirata se queda”. Como vimos ya, no hay diferencia entre ellos.
La verdad es que son dos tremendas debilidades del romanticismo liberal extremo sobre la democracia, que los pueblos pueden pagar muy caro: 1. Suponer que la democracia y sus libertades incluyan amplios derechos hasta para las fuerzas que las van a liquidar (la democracia no excluye ni a sus enemigos ni saboteadores) y 2. Suponer que la autocracia y el totalitarismo pueden revertirse a sí mismos mediante mecanismos democráticos negociados con y aprobados por el ya instalado poder autócrata o totalitario.
La democracia no es una reserva que la tenemos almacenada por allí. Tenemos que coincidir con Loewenstein en que para lograr su supervivencia, permanencia y perfeccionamiento, tiene que ser una democracia militante, ante las amenazas internas, las globales y las realidades ya instaladas del totalitarismo, ese asalto del Estado por esos grupos piratas.
La democracia militante no se detiene y se da por satisfecha tampoco en las formas liberales del Estado, pero son la base natural para la búsqueda histórica de la democracia directa y participativa.
Ese es el discreto y balanceado encanto de la democracia, del equilibrio liberal del poder.
CITAS:
[1] CxL: Ciudadanos por la Libertad, parapeto de fuerzas ligadas a Eduardo Montealegre; MRS: Movimiento de Renovación del Sandinismo, parapeto de sandinistas expulsados del poder; PLC: Partido Liberal Constitucionalista, parapeto de fuerzas ligadas a Arnoldo Alemán y su señora esposa.
[2] “Es sólo en mi persona donde reside el poder soberano(…); es a mí a quien deben mis cortesanos su existencia y su autoridad; la plenitud de su autoridad que ellos no ejercen más que en mi nombre reside siempre en mí y no puede volverse nunca contra mí; sólo a mí pertenece el poder legislativo sin dependencia y sin división; es por mi autoridad que los oficiales de mi Corte proceden no a la formación, sino al registro, a la publicación y a la ejecución de la ley; el orden público emana de mí, y los derechos y los intereses de la Nación, de los que se suele hacer un cuerpo separado del Monarca, están unidos necesariamente al mío y no descansan más que en mis manos”. Discurso de Luis XV al Parlamento de París el 3 de marzo de 1766. VER: Discurso Luis XV.
[3] Por ejemplo, los criterios constitucionales del federalismo estadounidense, que el ejecutivo no puede realizar moción de censura contra los otros poderes ni proceder a la disolución de las cámaras legislativas o que los secretarios de estado del Presidente son incompatibles con los cargos electivos parlamentarios.
[4] La categoría de “diputados” para los representantes en el PARLACEN es una falacia política, aunque sea un logro que esa representación, efectivamente, sea fruto de una votación popular directa. El PARLACEN, por la razón que sea, tergiversa al definir su naturaleza (al menos en su web) como “Ser el órgano de representación democrática y política de los pueblos centroamericanos y dominicano, ejerciendo las funciones parlamentarias del Sistema Comunitario de la Integración Regional, que permita lograr la unión de nuestros pueblos”. Lo subrayado es totalmente falso, pues no hay tales “funciones parlamentarias” dentro del SICA: Su Tratado Constitutivo no le da al PARLACEN esas competencias, definiéndolo solo y claramente como “órgano de planteamiento, análisis y recomendación sobre asuntos políticos, económicos, sociales y culturales de interés común”. Es un foro político regional, pero carente de poder vinculante. Y además, limitado, puesto que Belice y República Dominicana, no se han incorporado al PARLACEN.
[5] Es de notar que, en Nicaragua, ninguno de los proyectos de reformas electorales de la “oposición” se ha planteado una estrategia que suponga votaciones independientes en el tiempo, entre el Ejecutivo y el Legislativo.
[6] Militant Democracy and Fundamental Rights, I. Karl Loewenstein. The American Political Science Review.Vol. 31, No. 3 (Jun., 1937), pp. 417-432 (16 pages) Published By: American Political Science Association. Ver: https://www.jstor.org/stable/1948164?seq=1
[7] BENEGAS, Javier. 2020. “La ideología invisible: Claves del totalitarismo que infecta a las sociedades occidentales”. Publicación independiente. 194 p. Ver breve reseña del libro.