El Juego del Calamar en Nicaragua

Carlos A. Lucas A.
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Surgen las reacciones y emociones de la sobrevivencia a toda costa: sentido de impotencia, reacciones de rabia sorda, de crujir de dientes. Después la indiferencia, la fuga de la realidad, la docilidad pasmosa y voluntaria, el borbollante brote del espíritu moderno de hacer memes de nuestras desgracias. El estado de terror se convierte en algo natural y hasta demandado: hay participantes que gritan al aparato de poder que elimine de una vez a los incómodos, desesperados o rebeldes.

Fenómeno mundial el 7 de noviembre 2021 en Nicaragua: Veremos nuestro “Juego del Calamar” en vivo: Un aparato de sicarios armado hasta los dientes y vestidos de rosado chicha, trabajando para sujetos oscuros y sanguinarios, que como dijo el galillo flojo del periodista Absalón Pastora, le hacen “soñar” al pueblo con los premios que promete, con jueguitos infantiles, que en la realidad pueden volverse muy complejos, al extremo de perder sus vidas y sus órganos.

Allá, el poder armado les cuelga en el techo una esfera donde el premio “soñado”, se va acumulando a medida que el poder sicario, que secuestra, tortura y mata como dioses de la edad de piedra, va mermando las vidas de los que se le quieren rebelar, desean huir o simplemente no hacen bien lo que se les ordena.

El sistema se sostiene en la medida que recluta personas fracasadas, resentidas, mediocres, conformistas y les va cortando sus vidas y descuartizando sus cuerpos. Y hábilmente, conociendo las necesidades y desesperaciones de los que quieren soluciones mágicas para sus problemas de sobrevivencia en sus vidas cotidianas, el sistema y el frío líder les hacen sentir la ilusión que pueden retirarse en cualquier momento, llevarse su premio y disfrutarlo, sin consecuencias. De hechos, los participantes llegan a votar y logran ser liberados del concurso. Pero su ambiente real que los llevó a “soñar” con un premio definitivo para su vida mediocre, los hace regresar, de nuevo, por su propia decisión. Aun sabiendo las posibles consecuencias de su audacia de avalar al sistema.

Así que parece que entran en el juego del calamar, de manera voluntaria y libre. No miden las consecuencias de su pasividad, ambición, egoísmo extremo y ausencia de empatía y solidaridad. El sistema alienta el divisionismo y la rivalidad interna de los atrapados y prefiere, por economía, que se maten entre ellos. Y siempre la esfera en lo alto, les ratifica que cada muerte, cada descuartizado, aumenta el premio al estilo del nefasto dicho popular: “Un indio menos, un plátano más”.

Surgen las reacciones y emociones de la sobrevivencia a toda costa: sentido de impotencia, reacciones de rabia sorda, de crujir de dientes. Después, la indiferencia, la fuga de la realidad, la docilidad pasmosa y voluntaria, el borbollante brote del espíritu moderno de hacer memes de nuestras desgracias. El estado de terror se convierte en algo natural y hasta demandado: hay participantes que gritan al aparato de poder que elimine de una vez a los incómodos, desesperados o rebeldes.

Pero ciertamente, no estoy comentando el guión de la serie del Juego del Calamar: estoy comentando el juego político real que se desarrolla en vivo en Nicaragua, donde ya se acumulan más de 500 cadáveres, más de 100 mil que han huido de la prisión nacional, al estilo de Corea del Norte; cienes de torturados, violados, mutilados, despedidos, amenazados, aterrorizados, por el poder armado rosado chicha.

El 7 de noviembre del 2021 el sistema de poder promete los premios: si son dóciles, podrán vivir, comer, dormir, ser felices, mientras se van descuartizando sus órganos a medida que sigue avanzado el juego.

¿Ya te llegó tu tarjeta del juego?