Entrevista a Mireia Bofill Abelló

I. La Infancia

sabina editorial: ¿Cuándo tomaste conciencia de que tu madre era escritora?

mireia bofill abelló: En mis recuerdos de infancia ella es sobre todo una gran contadora de historias, pero no recuerdo que dedicara tiempo a escribirlas, aunque es posible que lo hiciera en medio de otras tareas, de algún modo también vinculadas a la escritura.

Durante mis primeros años, trabajó como secretaria de dirección y a veces se llevaba trabajo a casa. Recuerdo que me fascinaban las notas taquigráficas que luego pasaba a máquina. Más adelante obtuvo el Certificate of Proficiency in English de la Universidad de Cambridge y empezó a trabajar como profesora de inglés, actividad que mantuvo hasta su jubilación. Tampoco tengo memoria de verla estudiando. Seguramente lo hacía por las mañanas cuando estábamos en el colegio.

Y también debió de ser por las mañanas cuando empezó a escribir poesía más en serio motivada por el gran trauma que supuso el nacimiento de nuestro hermano pequeño, Ferran (Fernando), aquejado del síndrome de Down, en un momento en que esta dolencia era muy desconocida y las personas con discapacidad estaban fuertemente discriminadas.

Fue también por entonces cuando empezó a asistir con su amiga Rafaela de Buen al Taller de los Escritores Desconocidos, que dirigía José Santos González Vera. Las recuerdo reunidas leyendo en voz alta sus relatos, pero nunca lo asocié a la idea de ser escritora. Ni siquiera cuando publicó su primer libro, Vida diària, en 1963 (ella tenía 43 años y yo 19), la pensé como escritora; la poesía era su manera de expresarse, pero a mis ojos no la definía.

Diría que ella misma no se definió como poeta, hasta mucho más adelante, cuando empezó a publicar de manera continuada y a tener relación con otras escritoras y con amplios círculos de lectoras y lectores (entre la publicación de su primer libro y la reedición del mismo, en 1981, transcurrieron dieciocho años). La escritura fue durante mucho tiempo para ella algo íntimo, que no hacía visible.

Componía sus poemas mentalmente primero y los anotaba en hojas sueltas. Vista desde fuera era difícil distinguir si estaba escribiendo para ella o trabajando en la preparación de sus clases, la corrección de los ejercicios de sus alumnas y alumnos, o redactando algún trabajo para sus estudios de filología inglesa (en 1970 retomó la carrera que había visto interrumpida por la derrota republicana y el exilio, y se licenció en 1973, con cincuenta y cinco años).

Ya era una autora reconocida cuando por fin tuvo el cuarto propio que había reivindicado (junto con un patio azul donde pasear sus dudas) en este poema dedicado a Virginia Woolf (Vida diària. Paraules no dites, laSal, edicions de les dones, Barcelona, 1981; trad. al castellano en Cada noche un poema, Valparaíso Ediciones, Granada, 2016):

Cada cual ha de tener
su cuarto propio.
Y un patio azul
donde pasear sus dudas.

Más allá del sol
vivirá el deseo
y el pesar
de la primera palabra.

Y la sonrisa
que se ha perdido
y ya no se recupera.

Suave será, empero,
la sombra de la tarde, tras las nubes,
alargada, como un lirio.

………………

Cadascú ha de tenir
la seva cambra.
I un pati blau
on passejar els seus dubtes.


Més enllà del sol
viurà el desig
i la recança
de la primera paraula.


I el somriure
que s’ha perdut
i ja no es recupera.


Suau serà, però,
l’ombra de la tarda,
darrera els núvols,
allargada, com un lliri

s e.: ¿Recuerdas si tuviste el deseo de imitarla por admiración o más bien te resultaba difícil la concentración en la escritura que quizá percibías en ella y no en otras madres?

m. b. a.: Como he dicho, la verdad es que de niña no la vi concentrada en la escritura como una actividad diferenciada y tampoco la veía diferente de otras madres, al menos no de las de nuestro círculo de amistades. Su mejor amiga, Roser Brú, era pintora, y Rafaela de Buen compartía su interés por la escritura.

No sé si fue por imitación, pero de pequeña me gustaba escribir y de mi madre aprendí a dejar volar la imaginación para mirar más allá de la realidad tangible inmediata. Tuve la suerte de tener en mis primeros años escolares una buena profesora de lengua que había sido discípula de Gabriela Mistral. Ella nos animaba a escribir y enviaba algunos de los trabajos al diario El Mercurio de Valparaíso, que los domingos publicaba relatos escolares. Así fue como muy pronto pude ver algún texto mío en letra impresa.

s e.: ¿En vuestra genealogía hay otras mujeres en la familia que os han antecedido o sois las primeras que habéis emprendido la aventura de escribir? ¿Ella te contó cuáles fueron sus primeros pasos en la poesía?

m. b. a.: No tengo noticia de otras antecesoras que buscaran en la escritura su modo de expresión, aunque en la generación de mi abuela sí hubo grandes lectoras y Montserrat también lo fue desde niña.

Sus primeros pasos en la poesía, los solía contar a menudo, pero solo empezó a hacerlo cuando ya llevaba varios poemarios publicados y sus versos habían encontrado eco entre la crítica y en lectoras y lectores de muy diferentes generaciones. En sus inicios, en casa hablaba raras veces de ese afán por expresar lo que sentía y que encontró un vehículo en la poesía. Tuve que aprender a leer con atención sus poemas para descubrir toda esa vida interior suya tan rica que solo afloraba esporádicamente en el día a día (o tal vez fui yo, fuimos la familia, quienes en esos primeros años no supimos prestarle oídos).

Como explicó en su libro de memorias, El miracle és viure (Montserrat Abelló, [El milagro es vivir], Ara Llibres, Barcelona, 2015, p. 99), primero empezó a escribir relatos en castellano, pero «de repente, un día, tuve tanta necesidad de expresar lo que sentía que empecé a escribir poemas en catalán… para mí era una cuestión de ser auténtica. Necesitaba escribir todo lo que llevaba dentro… pero no lo conseguía… Solo lo logré cuando pude hacerlo basándome en el significado profundo de las palabras y su ritmo interno; es decir, siguiendo mi propio impulso y en catalán, claro. Finalmente pude oír mi voz y escribir sobre todo lo que había ido viviendo. Una afirmación de mi ser como poeta, pero también como mujer».

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