Entrevista con Adán Torres, compositor nicaragüense

«Los músicos nicaragüenses son extraordinarios, buenísimos, profesionales, pero no tienen apoyo»

Adán Torres (Managua, 1945) tiene la distinción de ser uno de los contados compositores que presentan al mundo un clásico. Aunque ese no sea el único mérito destacable de Torres, «Almohada» es un tema que ha sido interpretado por artistas célebres como José José o Marc Anthony, además de que puede oírse sonar en sinnúmero de bares, cantinas y en cualquier espacio íntimo donde alguien, «borracho de angustia», llegue cantándola para llenar a otro u otra de «caricias mustias». Esta entrevista ahonda en la historia de esa canción y del universo todavía inédito de lo que la antecede.

Aprovechando que el autor de «Almohada» pasó por Miami rindiendo un homenaje póstumo al recién fallecido intérprete mexicano José José, nuestro editor Francisco Larios conversó con él sobre diversos aspectos relacionados con su vida y su carrera.

—Previo a entrar al tema del clásico «Almohada», hay mucha curiosidad sobre qué ocurrió años antes de eso. Entendemos que venís de un ambiente musical que ya no existe, el de la vieja Managua, donde por primera vez había influencias de la música norteamericana inglesa y donde ya se empezaban a formar los primeros grupos. ¿Podrías describirnos ese ambiente?

«Un día de campo en el Colegio Bautista, cuando yo terminé de lanzar el disco en una de competencia de juegos, me fui a sentar donde estaba el grupo de cuarto año y ahí me encuentro, bajo un enorme árbol de genízaro, a Ricardo Palma con una guitarra. Él me pregunta: ¿Te sabés alguna canción de los Beatles? Sí, le digo. Entonces Ricardo me dijo: Vení, cantémosla a dos voces. Y la cantamos a dos voces. Toda la gente que estaba alrededor del árbol de genízaro se vino a escuchar. Empezaron a decir: Chocho, qué bárbaro, qué lindo, ¿por qué no forman un grupo? Ricardo me vuelve a ver y dice: Caballón, ¿formamos un grupo? Va de viaje, le digo yo. Pero no sé tocar guitarra. Yo te enseño, dice él.

Aprendí los primeros acordes y ya empezamos a montar las primeras canciones. Buscamos un baterista, René López, y con 16 canciones ya montadas llegó una señora que tenía un expendio en el mercado Bóer. Nos dijo que quería contratarnos. Que siempre se paraba a escucharnos y que venían los 15 años de su hija y que quería que nosotros tocáramos ahí. Ricardo le dijo: Por ser usted, le vamos a cobrar 200 córdobas la hora. Y esa noche tocamos 16 canciones durante cuatro horas. Los chavalos estaban felices: bailaron, se divirtieron. Y como tocábamos cumbias, ellos nos pedían que volviéramos a tocar las canciones. Así nacieron los Rockets.

Después empezaron a contratarnos. Pero luego vino un mano a mano. Empezaron a aparecer grupos y grupos. Y hubo ese mano a mano en el Margot, en el González y en el Salazar. El que quedara en primer lugar iba a competir contra los Music Masters. Pero resulta que yo les decía a los encargados del mano a mano: ¡Pero yo no veo a los Music Masters compitiendo contra los otros grupos; solo a nosotros! Y me respondió: Ellos no necesitan competir con nadie. Ellos van con el que gane de todos ustedes; el que saque el primer lugar va contra ellos. Resulta que llega el mano a mano y ganan los Music Masters el primer lugar. Y aquel teatro se incendió. A favor de nosotros, claro…»

—¿Y en aquel entonces no había la más mínima industria de música en el país? ¿Aquí se grababa?

«Había una compañía que grababa en 45 revoluciones por minuto, en discos pequeños. Y antes de salirme yo de los Rockets grabamos varias canciones. Grabamos «Quinientas millas»; grabamos «La Cocaleca». Grabamos cumbias. Y luego ya me salí. Cuando lo hice entraron Chapo Domínguez y Emilio Ortega, un magnífico guitarrista y tecladista. Se fueron a grabar a Costa Rica. Y grabaron un disco que se llama La Tortuga Morada. Bien grabado, bonito disco».

—Pero eso suena a un ambiente desolado y desolador. Hoy en día tampoco hay una gran industria, mucho menos en Nicaragua. Pero como los medios lo hacen más fácil, uno ve que hay videos o grabaciones de Ramón Mejía y de Garcín, por ejemplo. Hacen sus canciones, las producen. Pero en aquella época no había nada. Además, una de las cosas que han de haber hecho daño es que tampoco había mucho turismo en Nicaragua. Por ejemplo, Cuba se ha beneficiado de que hay demanda de turistas para que toquen músicos en los hoteles…

«Mirá, los músicos nicaragüenses son extraordinarios, buenísimos, profesionales, pero no tienen apoyo. No hay ninguna industria que los apoye. Hay también cineastas, gente joven que se están graduando. Pero regresan a Nicaragua y… ¿de qué van a trabajar? Ahí no hay nada. Por eso muchos artistas se fueron a otros países. Muchos músicos nicaragüenses se fueron a Venezuela, otros a México y otros a Costa Rica. Y se fueron a buscar vida, porque allá no hay. Nicaragua es muy frío con sus artistas. Esa es la verdad. Esa es la palabra correcta: muy frío. Y pasa también con el deporte.

Yo fui seleccionado para jugar en el Centroamericano y del Caribe, en futbol y en basquetbol. Sin embargo, yo me salí porque el público que había ahí, de 500 personas, cuando me pasaban la bola a mí, me decía: Salite de ahí, no servís para nada. Entonces yo agarré la bola y se las pateé a ellos. Porque tú esperas apoyo de tu público, no que tu público se ponga en contra de ti. Ese mismo día me fui al camerino, agarré mi chaqueta, mi camiseta, mi calzoneta del equipo, porque ya estábamos vestidos, y se las entregué al entrenador. Le digo: Aquí está. ¿Pero por qué?, me dice. Y respondí: Es que, si tu propio público no te apoya, no voy a ir a jugar. Además, le digo yo, me he fijado que la mayoría de los jugadores que van ahí, después de la práctica, se van a tomar licor. Entonces van a tener un problema en Guatemala, porque allá se van a jugar los juegos. Resulta que en Guatemala no llegaron los cuatros jugadores a los juegos y los sancionaron…»

—¿Qué pasó después de tu período con los Rockets? ¿Seguiste involucrado en el ambiente musical de Nicaragua?

«Pues lo que pasa es que los Rockets me dejaron un vacío. Me dio tristeza haber salido. Y me acordé, una noche, de lo que me dijo un amigo: Todo el que toca una guitarra es un compositor en potencia. Entonces agarré la guitarra y dije: ¿Qué canciones compongo? Ah, le voy a componer al mercado Oriental: “Ya llegó Semana Santa, vámonos a veranear. / Alistá la hoya de almíbar, la sandía y el pinol. / Por si nos da currutaca llévemos Pepto-Bismol”. Y empecé a hacer un son nica. Después me gustó y dije: Ahora le voy a escribir a Managua, por el terremoto: “Managua, ay, Managua, cómo recuerdo tus cines. / Cómo vienen a mi mente tus iglesias, tus volcanes. / Cómo recuerdo la Roosevelt, la Bolívar y la del 15. / Me volví todas las gentes caminando por tus calles. /»

—De esas canciones sobre Nicaragua, ¿cuántas grabaste?

«Solo el Oriental. El Oriental lo grabamos Marina, la musa de «Almohada», y Luis Enrique Mejía López, el salsero…»

—Entonces hay que hacer casi un salto para llegar a «Almohada», ¿no? ¿No hubo mucho entre tus experimentos iniciales y esta canción que fue un éxito tan universal?

«Sí, bueno, empecé a escribir boleros…»

—¿Y todo eso está inédito?

«Sí… Ya en 1973, 1974 y 1975 yo estaba en Los Ángeles. Y Marina, mi esposa, llega a visitarme allá durante unas vacaciones que tuvo en la UCA, porque estaba haciendo su monografía. Cuando se va Marina, al día siguiente yo estoy abrazando algo. Pero como estoy dormido, yo creo que es ella a quien estoy abrazando. Entonces me sobresalto y veo que es la almohada. Y agarro la guitarra, agarro un lapicero y comienzo a escribir: “Amor como el nuestro no hay dos en la vida, / por más que se busque, por más que se esconda. / Tú duermes conmigo toditas las noches, / te quedas callada sin ningún reproche”. La primera estrofa y el estribillo. Y no pude encontrar la segunda parte. No pude.

Entonces me fui para Nicaragua. Marina llegó como en abril o mayo del 75. Fue cuando yo escribí la primera parte. Y en julio yo regreso a Nicaragua. En agosto comienzan unas verbenas que hacía doña Hope Somoza. Ella estaba ese año haciendo unas verbenas para construir el Hospital del Niño. Entonces le dije a Marina: ¿Sabés qué? Vamos a ir a ayudarle a doña Hope Somoza, porque está haciendo una obra para los niños pobres y para los niños ricos. Para todos los niños. Vamos a ir a ayudarle. Vamos a ir a la verbena esta noche. 

Entonces nos vamos a la verbena. Y ahí estaba el papá de una amiga de Marina; ella se llama María Eugenia Valenzuela; el papá era el doctor Felipe Valenzuela. Y los encontramos ahí por casualidad. Nosotros no sabíamos que iban a estar ahí. Y nos dijeron que nos sentáramos en su mesa. En esas estábamos cuando hubo un murmullo: Viene doña Hope, viene doña Hope… Ella nunca llegaba a esas fiestas. Entonces nos acercamos a la tarima y luego se subió doña Hope. Doña Hope se parecía a Marina, mucho. Y llegó con unos cintillos lilas, una blusa blanca, una falda negra. Andaba preciosa. Y cuando yo la veo allá arriba me acuerdo de cuando Marina y yo jalábamos a escondidas. Le digo entonces a Marina: Vámonos, que ya tengo la segunda parte de la canción. Vámonos ya, porque se me va a olvidar. Cojo la guitarra, e igual el papel, y pongo: “A veces te miro callada y ausente/ y sufro en silencio como tanta gente”, como todos los enamorados a los que no los dejaban ver a la novia».

Esta y más anécdotas interesantes de Adán Torres en esta entrevista exclusiva con Revista Abril.