¿Es compleja la unidad?
‹‹Si no hay en quien creer,
hay que crear para creer››.
Alejandro Serrano Caldera.
<<La unidad no puede darse al margen de la ética, la política y la ética se complementan al punto que los objetivos deben alcanzarse si son sedimentados en la praxis de valores y principios propios del individuo.>>
La oposición nicaragüense desde el año 2018 enfrenta una desafío político y ético de cara al fin de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo: la unidad. Esta anhelada demanda parecía facilitarse en los momentos más complejos de la crisis, en medio de la ejecución de las graves violaciones sistemáticas de los derechos humanos desde el Ejecutivo, con apoyo de la Policía, la complicidad del Ejército, y más tarde con la represión legislativa y judicial. Es decir, el territorio, la diáspora y el exilio no solo se encuentran frente a una dictadura que asesinó, torturó, secuestró, sino que también ha dado muerte civil y política a cualquier expresión organizada contra el sistema.
Tal como hemos advertido antes, esta unidad no solo es necesaria desde el punto de vista interno, sino para que, la Comunidad Internacional asuma con seriedad las demandas que se hacen ante los Organismos de la misma que han conocido in situ la grave crisis política y social del país. Situación que conocen de primera mano con la política anti diplomática del régimen manifestada con el asalto a la oficina de la OEA en Managua, la expulsión del Nuncio Apostólico del Papa Francisco para Nicaragua, así como la narrativa hostil, degradante y acusatoria que desde el Ministerio de Relaciones Exteriores se evidencia.
Pero volvamos al punto medular: ¿es compleja la unidad? La respuesta es obvia: ¡Sí! Esto, no solo porque es un punto normal del quehacer político en general, sino porque es, a la vez, un rasgo característico del zoon politikon nicaragüense. Este rasgo esencial es encontrado de forma metafórica en la reflexión filosófica de Alejandro Serrano Caldera, cuando nos llama ‹‹archipiélagos de islotes inconexos››. Es por ello que, dada las circunstancias actuales, me permito asumir plenamente los ejes teóricos de Serrano Caldera en cuanto a la nación: unidad en la diversidad, plano de coincidencias mínimas y Nicaragua posible.
Sobre la unidad en la diversidad debemos entender que nace de la heterogeneidad, que se construye desde las diferencias para crear una identidad sin uniformidad. Debe verse como una necesidad y posibilidad para construir la nación que no hemos podido ser, pero que aspiramos ser en la medida en que superemos y creemos las conexiones con racionalidad en base a la realidad que experimentamos. Sin embargo, cualquier interpretación de unidad en base a los procesos que históricamente han surgido de las crisis políticas que ha vivido el país, no es más que la idea de un pasado que no puede volver ni imponerse como algo dogmático.
Esta unidad basada en el plano de coincidencias mínimas parte de un espacio de encuentro, de un proceso genuino mediante el cual se anule la cultura de la dispersión, de la negación del otro, sin una relación de contradicción, sino de reafirmar los vínculos desde la libertad de la conciencia y de las raíces existenciales de los grupos de oposición. Es decir, unirnos, pero sin renunciar a la identidad de cada organización social y política. Debemos entender que la democratización de Nicaragua exige que conservadores, liberales o cualquier otra tendencia pueden construir algo propio desde la libertad. Tal como dice Serrano Caldera: ‹‹posibilidad de afirmar lo propio, en la capacidad de creación››.
La Nicaragua Posible, que será en el entendido de haber superado los dos puntos antes sintetizados, tiene una naturaleza esencialmente política. Es la forma en que podemos proyectar hacia el futuro objetivos comunes en medio de lo ‹‹uni-diverso›› que nos describe Pablo Antonio Cuadra. Es necesario que el nicaragüense entienda que debe responsabilizarse de sus padecimientos. Daniel Ortega y Rosario Murillo son entes nacidos y construidos de un pasado nefasto, exógeno de la ética y de la racionalidad. Lo que hemos experimentado como nación a manos de ellos por más de cinco años es producto de la negación de todo lo antes dicho, porque han creado la identidad Estado-Partido-Familia al margen de la convivencia democrática.
No obstante, lo que ha tenido la oposición nicaragüense es una desesperada necesidad de supervivencia, incapaz de contener los egos más acérrimos que se gestan en el populismo y caudillismo, altamente impregnados en el gen político de la región, que de asonadas y revoluciones han creado dictaduras similares a las que han derrocado. Por consiguiente, la unidad no puede darse al margen de la ética, la política y la ética se complementan al punto que los objetivos deben alcanzarse si son sedimentados en la praxis de valores y principios propios del individuo.
Esta Nicaragua posible, en palabras de Serrano Caldera, ‹‹fruto de la concertación y la concertación es una forma de conducta política, un estilo de conducir la política y lo político con miras a la construcción de la sociedad del futuro; pero es también un instrumento preciso para dar respuesta perentoria a los problemas apremiantes que gravitan con dramatismo sobre nuestro pueblo››. Hoy, el drama apremiante enraizado en El Carmen es el mayor problema que enfrentamos los nicaragüenses. Es el mal endémico que prevalece como fruto del pasado y niega el futuro a una generación que inició un proceso irreversible, hoy estancado por el adulto-centrismo que la política nacional ha implantado en esta lucha.
Por último, debemos creer como Alejandro Serrano Caldera: ‹‹la posibilidad de integrar puntos de vistas diferentes y aún contradictorias en materia política, social y filosófica, apuntaría a la construcción de una verdadera democracia››. Cinco años después la pregunta que debemos hacerle a los liderazgos de ayer y los emergentes: ¿es prioridad la democratización del país o la realización de sus propias agendas al margen de la justicia que abril 2018 demanda?