Los nervios de la política en Nicaragua [Crónica de una semana en mayo del 2022]

<<El pueblo de Nicaragua necesita que nos aboquemos a tareas urgentes para apoyar su lucha: análisis serio de cada coyuntura, para proponer líneas de acción adecuadas; propaganda persistente, constante, dentro y fuera del territorio nacional; y, con la urgencia con la cual se busca sangre para un paciente que sufre una grave hemorragia, recursos para los luchadores que dentro de Nicaragua enfrentan y enfrentarán a la bestia herida que es la dictadura bicéfala OrMu-Gran Capital.>>

La pregunta

que me hace un amigo, forzosamente retirado de la actividad política, no deja de resonar en mi cabeza: “¿otra vez el mismo tema?”.  El tema, por supuesto, es el enésimo esfuerzo de los grupos opositores empeñados en pactar (el nombre du jour de la “estrategia” es lo de menos; del nombre hablaré párrafos abajo).  

Escribo, como mi frustrado amigo sabe, amargamente, con la respuesta que no cambia: quien quiera llamarse “oposición”, se descalifica a sí mismo al intentar pactar con el régimen usurpador, porque en Nicaragua pactar es ser parte. Más específicamente, es reconocerse parte de la estructura de poder del orteguismo, un régimen que no puede, por obra y gracia de la Providencia, convertirse al Estado de Derecho. A menos que la Providencia los convierta, a Ortega, Murillo, y sus aliados cercanos, en individuos dispuestos a entregar lo robado, pedir perdón a las víctimas y sus familias, deponer las armas, y entregarse a la justicia. 

La repetición

de esta interminable plática de sordos es un colocho, una rueda de hámster, entre quienes sostenemos que a la dictadura genocida hay que derrocarla y quienes han pasado ya cuatro años esperando que se dé el milagro de despertar y que ya no esté el dinosaurio. Y si no es la Providencia la que hace humo al monstruo, pues que sea ese ser etéreo, poderoso y bueno, la “comunidad internacional”, o en su defecto, ese otro ser, menos etéreo quizás, y sujeto de amor-odio en nuestra cultura: “Estados Unidos”.

El enojo, ante la evidencia,

que muestra un personaje del medio político con quien me encuentro accidentalmente en una reunión de opositores es evidente, cuando me atrevo a señalar lo que la evidencia (del latín evidentia: claridad, visibilidad) demuestra: que “diálogo y elecciones” NO ES una alternativa de democratización en Nicaragua, sino de continuidad e impunidad

Como tenemos, en apariencia, problemas de comunicación, sugiero aclarar el referente, desde las páginas de la academia de la lengua que suponemos común. “Evidencia: 1. f. Certeza clara y manifiesta de la que no se puede dudar. La evidencia de la derrota lo dejó aturdido. 2. f. Prueba determinante en un proceso.”  

De tal manera que no es demasiado atrevimiento especular que, si alguien duda de la intención tiránica y la disposición al genocidio, a la persecución inclemente y a la defensa de su poder a cualquier precio de Daniel Ortega y Rosario Murillo, casi seguramente alucina. Y, si alguien quiere convencernos de que no hay “prueba determinante” de todo esto, y quiere que se haga caso omiso de la evidencia, se trata de un tonto sin remedio, o de un traidor. 

“¿Entonces, pues, vos querés decir que llevamos cuatro años equivocados?, me pregunta otro personaje presente. “”, le contesto. “Ya hablamos, pues”, me dice, y en ostentoso ejercicio del lenguaje corporal, versión nicaragüense, me da la espalda. 

Ese mismo día me entero: hay un cambio de estrategia,

según me dice una representante de la Alianza Cívica (existe aún, y se ha unido a una nueva plataforma que conversa con otras plataformas): su organización ya no está ‘necesariamente’ a favor de “diálogo y elecciones”, sino que ––prepare el lector todo su filo analítico para interpretar este radical cambio estratégico–– persigue ahora una “mediación fuerte”. 

Busco, en los restos de mi inocencia, alguna explicación lógica, silogística. Mi interlocutora no consigue darme una, aunque tiene, según se sabe desde Aristóteles, 19 modos de construirla.  

Luego de hacerme el reclamo indignado de que “ustedes son pleitistas, intolerantes, prejuiciados”, recupera su compostura y autoridad, y completa su sermón con “si tenemos un mediador fuerte, cuando Ortega se vea perdido, se va a ir.” 

Los nervios

de esta oposición se crispan angustiosamente cuando creen ver alguna hendija en el cielo que anuncie el milagro.  Si el hijo del dictador pide audiencia a quien, en otros momentos, con otros humores, llamarían “procónsul imperialista”, que visita la embajada del Imperio en Nicaragua, y si, el “procónsul”, protocolariamente ––versión oficial, al menos–– acepta que el chigüín llegue a pedir cacao, los opositores no “pleitistas, intolerantes y prejuiciados” entran en crisis epiléptica, se atropellan unos a otros, se agolpan en la puerta de lo que ellos llaman “acercamiento”.  

“Acercamiento”, para ellos, significa: “ahora sí, tenemos que negociar o ‘todo’ está perdido, porque es la úuunica alternativa”.  Lo dicen, palabras más, palabras menos, de manera abierta en las conversaciones del medio político. En público, algunos callan, temerosos del desprecio popular; otros, no tienen tal reticencia. 

Y cuando pasa la nube del “acercamiento”, van de regreso a sus chats y a sus llamadas y conferencias entre “plataformas”.  Hasta que viene la próxima noticia, generalmente desde el ámbito diplomático, y vuelven sus nervios a crisparse. 

“Acercamiento”, “Romeo, Romeo, ¿dónde estás?”

La relación de Estados Unidos con Venezuela, Lula, cuántos embajadores firman, 

y otros asuntos de similar naturaleza ocuparán hasta el próximo espasmo la atención de estos extraños opositores. Venezuela: si los EE. UU. ya se “acercaron”, y cuánto van a “acercarse”. Lula, porque sería, aparentemente, creen ellos, un factor determinante, una catástrofe para Nicaragua si los brasileños eligen al expresidente. 

Lo que más importa, lo determinante, es lo que hagamos los nicaragüenses para luchar contra Ortega”, alego, digo, ya conociendo los riesgos. 

Larios quiere que no hablemos con el mundo”, escucha un conocido joven interlocutor de la oposición tradicional. 

Me recuerda la broma del cáustico Churchill, quien, al referirse a Estados Unidos e Inglaterra, los declaró “dos países separados por un idioma común”.  

Luego, el rostro de extrañeza de mi compatriota, seguido de enojo cuando me atrevo a afirmar ––a veces la imprudencia de uno es temeraria–– que los brasileños viven en democracia, eligen a quien quieren elegir, han electo democráticamente a Lula dos veces en el pasado; que Lula se ha retirado al final de sus períodos con alta popularidad, y ha rechazado ‘sugerencias’ de cambiar la constitución para quedarse en el poder, y ha sido, aunque veleidoso y oportunista con algunos personajes oscuros, como Castro, un gobernante con buenas calificaciones objetivas para Brasil.  

Es que tanto Lula, como Mandela, como Mujica, entienden lo que nuestros “líderes opositores” no entienden, que su responsabilidad fundamental es cuidar la casa propia. Cito a estos tres, porque para mi decepción nunca denunciaron a Castro, aunque evidentemente lucharon, promovieron y cuidaron de sus países y construyeron en ellos democracia. 

¿No es hora de que hagamos nosotros lo mismo? 

Y hay más, en lo anecdótico

que ojalá un día se revele en todo su absurdo desperdicio cuando se escriba la historia con el ánimo de aprender, para que la sociedad pueda avanzar. Habrá, o debería haber, una radiografía de las palabras, que enseñe al ojo del futuro el corazón, los motivos y los intereses de los políticos que hablan de unidad, hablan de “espacios de diálogo”, hablan de democracia, intentan construir una imagen de verticalidad y coraje, mientras protegen pequeños feudos, esconden (a veces no se sabe qué esconden, pero esconden) y se esconden (se niegan al debate, sea este privado o público, cantinflean, no se atreven a abordar temas torales, espinosos, sino que se refugian en denuncias monótonas y declaraciones trilladas). 

Proponga usted una discusión a fondo, abierta, racional, generosa, sobre qué hacer entre todos, por ejemplo, y recibirá, muy probablemente, respuestas formularias, vacías.  Caigo aquí en la tentación ––como no soy político de carrera, acepto caer en la tentación–– de relatar que, a uno de estos personajes, en cumplimiento de lo que ha sido mi deber, lo he instado repetidamente a examinar una propuesta de unidad preparada con el cuidado de no representar una amenaza para el ámbito que ninguna organización percibe como su espacio, sino, muy sencillamente, un plan de coordinación entre iguales.  Sin mayor razón con qué objetar, el personaje hace recurso al método (no, desafortunadamente, el de Descartes) y propone: 10 minutos para presentar, y cinco minutos para debatir. 

Es decir, estando ante una crisis de vida o muerte en el país, reducen el tiempo destinado a un esfuerzo conjunto de buena voluntad para contemplar una alternativa de lucha a… ¡quince minutos!… Luego me entero de que el personaje de marras ha organizado un “evento” ––bajo su dirección, por supuesto, que de eso se trata el asunto–– para empezar una serie de varias reuniones que alimente la “confianza” entre “actores nicaragüenses”; y luego, se supone, más adelante, en su momento, cuando ya “nos conozcamos”, empezar a hablar de propuestas de acción. 

Afortunadamente, hay un camino alternativo

o, mejor dicho, un camino que no lleva apenas de una reunión a otra, de una embajada a otra, de una capital extranjera a otra capital extranjera, que no está cerrado a la vista del público, del pueblo soberano, que no está rodeado de las murallas de silencio de quienes, o son parte de una cúpula, o intentan construirse una. 

Enfrentados a la debilidad ética y política de los políticos laicos, la construyen desde la Iglesia Católica un puñado de obispos, junto al clero que los sigue y los feligreses que tienen, por la profundidad inherente de la convicción religiosa, la capacidad de ver por encima de las murallas del interés mezquino de quienes asechan a la sombra del árbol del poder, esperando que caiga la manzana para recogerla. 

Lo ha dicho con claridad incomparable Monseñor Rolando Álvarez: ha explicado que, en las condiciones actuales, su institución es la única que queda en pie en el país para impedir el avance del totalitarismo fascista.  

¿Y qué propone Monseñor Álvarez? Propone pasar a la acción, propone rechazar que el aparato represivo del Estado usurpado cruce más líneas prohibidas, que persiga sin piedad a quienes, en medio de una población amedrentada, se niegan a claudicar.  Propone hacerlo con inteligencia, con prudencia, y armado de principios. En su caso, los principios que emanan de la fe católica.  Propone, y se ofrece como ejemplo, sin jactarse, que los líderes sean coherentes y se involucren en la lucha, que dejen atrás la ilusión ––que ha tratado de vender la oposición tradicional, de signo transaccional y acomodaticia–– de que la lucha no requiere sacrificios.  No lo dice con estas palabras, lo dice con su ejemplo: entra en ayuno indefinido y exige, en público, no a través de oscuras negociaciones diplomáticas entre élites que almuerzan y cenan cómodamente, que sus derechos y los de su familia, y los de todos los nicaragüenses, sean respetados. Citaré aquí, por relevante, el texto del pronunciamiento del Congreso de Unidad de los Nicaragüenses Libres difundido horas después de que Monseñor Álvarez anunciara su decisión: 

“La protesta que ha iniciado Monseñor Álvarez es una luz guía en la búsqueda de respuestas a estas preguntas. Nos dice que, en contra del fatalismo pesimista de algunos opositores, sí, se puede luchar. En contra del cinismo de los conformistas, nos dice que sí, se debe luchar.  Y en contra de las mentiras de quienes predican falsas soluciones, resignación, negociaciones, pactos o “aterrizajes suaves”, nos dice que la lucha requiere sacrificio; pero, sobre todo, nos dice que es hora de la acción, y que cada quién, desde su ámbito y en la medida de sus posibilidades, puede contribuir valiosamente al esfuerzo común.”

Esta es la luz que hay que seguir. Cierto que el Estado, y la política, deben ser laicos, necesitan ser laicos, para que el único requisito de participación en los asuntos públicos sea la ciudadanía, que se asume universal para toda la población, y para que pueda separarse lo privado (las ideas religiosas de cada quién) de lo público.  Pero la verdad sea dicha, y la verdad, cuando dicha, sea escuchada: la propuesta que ha enunciado Monseñor Álvarez es inobjetable desde el punto de vista de la libertad, de la civilización, y hasta desde el laicismo: él mismo aduce como causa inmediata de su protesta la invasión de su “espacio de privacidad familiar” a manos del Estado. 

Por eso, este ciudadano, quien suscribe esta crónica, asumiendo con su nombre la responsabilidad exclusiva del contenido de esta, por elemental integridad, por respeto al pensamiento, a la lógica y a la evidencia, no tiene más remedio que afirmar su ¡basta ya! a la barbarie de la dictadura Ortega-Murillo, y su ¡basta ya! a las prácticas de los llamados grupos opositores, que han sido incapaces de erguirse con entereza ante la dictadura más brutal de nuestra historia, y se dedican, unos a esperar en las sombras a que caiga esta y ocupar ellos el espacio, o a reunirse en interminables talleres (algunos, inverosímil parecerá, tienen incluso fecha de graduación) mientras el pueblo de Nicaragua requiere que nos aboquemos a tareas urgentes para apoyar su lucha: análisis serio de cada coyuntura, para proponer líneas de acción adecuadas; propaganda persistente, constante, dentro y fuera del territorio nacional; y, con la urgencia con la cual se busca sangre para un paciente que sufre una grave hemorragia, recursos materiales para los luchadores que, dentro de Nicaragua, enfrentan y enfrentarán a la bestia herida que es la dictadura bicéfala OrMu-Gran Capital. 

Por una Nicaragua Libre, palabras dichas en libertad.

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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