Ortega, Mohamed Alí, la oligarquía, y los “arregladores de entuertos”

En sus relaciones con los poderes económicos Ortega hace de torturador malo y policía bueno: golpea a sus antiguos socios oligarcas para que no se olviden que los puede golpear. A golpes los “suaviza” siempre empujándolos a la sumisión. 

Últimamente parece, cada vez más claro, que quiere hacerlos pedir cacao absolutamente, que lleguen a él y le digan sencillamente “¿qué querés que te demos para que nos dejés vivir?”, o “¿Cuál es el precio de la convivencia?”

A la vez, Ortega es el policía bueno, el que deja que le sigan hablando, que lleguen los “arregladores” a enamorarlo. No dice que no, dice “yo hablo”. Y siempre hay con él y alrededor de él, quienes “hablan”, quienes creen que, al hablar y escuchar, Ortega muestra que hay alguna posibilidad de algún acuerdo que resuelva la crisis y dé estabilidad al sistema, que evite un colapso o una explosión. 

Ortega sabe que el cambio es su enemigo mortal (no puede permitirlo) pero que la inmovilidad también es enemigo mortal (no puede practicarla). Por eso está en constante movimiento, como el famoso boxeador Alí (guardando, por supuesto, las distancias éticas que separan a este de los carniceros de El Carmen). 

El problema es que todos estos movimientos son cada vez más al borde del precipicio, por la acumulación de enemigos que es prácticamente inevitable debido a la ilegitimidad del régimen. Las fricciones que emergen son cada vez más claras, la tensión con los grandes capitales es cada vez más intensa, aunque varía de caso en caso, y en todos los casos el Capo Mayor (Ortega) quiere demostrar quién manda castigando a los empleados y agentes de los oligarcas. 

Estos buscan una estrategia para sobrevivir sin que el choque frontal con Ortega haga estallar el sistema que, mal que bien, con todo y que los riesgos van (como tantas veces predijimos) en aumento, todavía les sirve desde un punto de vista comercial. Y, mientras tanto, aplican “cobertura”, para proteger sus activos. Es decir, reducen inversiones aquí y las llevan allá, venden cuando pueden, aunque les es difícil porque el riesgo país reduce el número de compradores a una minoría regional corrupta y escéptica, que lo será más, seguramente, ahora que Ortega ha arremetido (quizás también para enseñar una lección) contra una empresa de quien se dice ha sido un aliado comercial de décadas.  

Este es el ambiente, esta es la espiral, o por lo menos el torbellino, en el que Ortega enfrenta su futuro incierto, con el agravante de que tiene muy cerca a Rosario Murillo y sus fuerzas. La Murillo parece no entender de sutilezas de baile y conversación porque sabe que, en el remoto caso de que de tanto tratar encuentren un arreglo que permita un falso cambio [no puede haber más ni mejor que una falsa transición mientras Ortega tema por su seguridad, su vida y propiedades] ella, es casi inevitable, y su postura contribuye a esta inevitabilidad, podría ser utilizada como chivo expiatorio. Este es el ambiente, un ambiente de lucha inter-mafias, al estilo de la Cosa Nostra, fuera de la ley, por encima de la ley, pero usando la ley que el mafioso mayor, el capo di tutti capi, escribe.

¿Hay salida de este embrollo? ¿Para quién? ¿Cómo? ¿Qué tan estable? Estas son las preguntas claves para el futuro de corto plazo en Nicaragua. 

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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