Putin, el viejo sueño imperial de Rusia [¿Polonia en la mira?]
<<Putin representa las viejas aspiraciones imperiales rusas, la expresión de la identidad eslava que les dio origen y del hecho que la historia de Rusia como Estado, es la historia de su vocación de imperio: Siempre estará allá arriba, ceño fruncido y protector, “el padrecito zar”, concepto ya inamovible desde los albores de la identidad eslava. El zar es la encarnación del espíritu divino de la patria, del ansia territorial, del poder, ya sea como el “padrecito” zar, el “padrecito” Secretario General, el “padrecito” partido vanguardia, el “padrecito” presidente, el “padrecito” Putin.>>
En el mero siglo XXI e irónicamente, en el territorio europeo que tenía 77 años de no saber lo que es una grave situación de guerra, estamos viendo en vivo y a todo color una de esas guerras que sólo leíamos en las crónicas de las grandes conquistas territoriales del pasado. Pero si bien, por ejemplo, Hitler, en los años 40, quiso avanzar conquistando hacia el este de Alemania, lo que vemos en el caso de Rusia avanzando contra Ucrania (y amenazando a Polonia), es a la Rusia de Putin, avanzando hacia el occidente, amenazando estratégicamente el centro de Europa. Es un reflujo, una revancha.
¿Cuál es en realidad, la fuerza que empuja este exabrupto del siglo XXI, que ya viene regando sangre, segando vidas y dejando destrucción a su paso, al tiempo que parece querernos llevar a los extremos de un conflicto nuclear, en los que ni los rusos, a despecho de lo que dijo Putin en una entrevista, “tendrán tiempo de arrepentirse”?
Rusia, el país más grande del mundo, tiene una historia que hay que revisar, antes de intentar discutir sobre la lógica de la guerra en la que parece querer enfrascar al mundo, porque hay un hilo transversal en esa historia: nunca ha querido quedarse atrás ni someterse a nadie, y se ha empeñado, históricamente, en ver al mundo entero rendido a sus pies. No importa si su sistema político es imperial, socialista, o capitalista, reaccionario, progresista o conservador. El Estado ruso ha pasado a significar el Alma rusa, independientemente de su carácter de clase. En pocas partes y situaciones (exceptuando los estados despóticos asiáticos del pasado y del presente o los estados confesionales extremos), se observa esa identidad entre el Estado y sus súbditos.
“En el principio”, el primer estado de los eslavos.
Hasta el siglo IX, los pueblos eslavos (ver mapa abajo), situados entre el extremo oriental de lo que es hoy Europa y colindando con el extremo occidental de Asia, se encontraban dispersos en un amplio territorio, pero participaban, además de las guerras de clanes, familiares, territoriales y de conquista, en actividades de comercio y negocios con varios pueblos o tribus, en particular con los vikingos.
Éstos eran descendientes de los pueblos germánicos que se desplazaban en el territorio europeo hace 4.000 años y que se habían asentado principalmente en Escandinavia, región que incluye las hoy Dinamarca, Noruega y Suecia. Los vikingos suecos penetraron en los territorios eslavos en pequeñas embarcaciones a lo largo de los ríos del este de Europa. El principal grupo vikingo implicado en esa exploración fueron los “Rus”. En el siglo IX, las ciudades eslavas de Novgorod y Kyivan Rus (Rus de Kiev), eran fortalezas vikingas. Rus de Kiev fue fundada por el vikingo Oleg de Nóvgorod en el año 882 d.n.e[1] y ocupó un territorio entre las actuales Bielorrusia, Ucrania y Rusia occidental. Con el tiempo, la población eslava tornó insignificante a la vikinga, aunque su asentamiento mantuvo el nombre de Rus de Kiev, el primer estado eslavo, en el centro de la actual Ucrania[2].
De ese primer estado eslavo, devienen las diversas formaciones estatales históricas en lo que son hoy Bielorrusia, Polonia, Ucrania, la misma Rusia, la base político-social del estado, factor de identidad y pertenencia. Esa base objetiva originaria, necesitaba un aglutinante en el imaginario, en la espiritualidad: En el año 988, el jerarca eslavo Vladimir I de Kiev (o San Vladimiro Sviatoslávich el Grande)[3], que estaba buscando potenciar Rus de Kiev como un punto intermediario entre el comercio del norte de Europa y Bizancio, al sur, como puerto de entrada y salida a Asia y a las regiones del medio oriente, abrazó el cristianismo bizantino, surgido en pugna con el cristianismo ya asentado en el imperio romano. Rusia, desde entonces, es la fusión de lo eslavo y lo bizantino, del poder político y el poder religioso.
Es a Vladimir I al que le corresponde ese hito histórico en la forja de la identidad eslava: Tenían un cuerpo (territorio, lengua y estado) y un espíritu: la religión apostólica ortodoxa. Forjándose en medio de un mar de dialectos de las etnias y pequeños estados eslavos, surgieron, entre otras, las lenguas principales de la región, el bielorruso, el ucraniano, el ruso, junto al alfabeto cirílico.
Al fin, igual que la Roma cristiana, Rusia tenía un emperador y un representante directo de Cristo en la tierra.
Fig. 1. Expansión escandinava sobre el territorio eslavo. Nótese la ruta comercial que se abrió, con las incursiones vikingas, entre los pueblos escandinavos y el imperio bizantino. Sin embargo, a mediados del siglo XIII, la todavía incipiente federación de principados de Rus (ver mapa arriba), fue sometida (a partir del año 1240 d.n.e.) por el imperio mongol (“tártaros”), que conquistaba territorios europeos, viniendo desde las áridas llanuras del centro del Asia oriental. Los pueblos eslavos y su estado en formación iniciaron desde entonces, por el efecto mongol, varios siglos de nuevas forjas y penurias, hasta la cristalización del primer imperio ruso en el siglo XVI, obra de Iván el Terrible.
El calificativo de “Terrible” para Iván IV de Rusia, no es fortuito. Su criminalidad extrema fue el terror de sus súbditos. El famoso óleo de Ilya Repin (arriba) refleja la desgracia en su seno familiar: El 16 de noviembre de 1581, Iván IV discute con su esposa, Elena Glinskaya, quien estaba embarazada, pues a juicio de su esposo, vestía de manera inapropiada. Empezó a golpearla con un bastón y al punto intervino el hijo primogénito de ambos, el zarévich Ivan. El zar se enfureció y atacó al joven, partiéndole la cabeza. El joven Iván cayó moribundo a los pies de su padre. El cuadro evoca el momento en que el zar vuelve a juicio y se da cuenta de lo que ha hecho. Con su mirada de horror, el zar abraza, trata de detener la hemorragia, besa, a su primogénito moribundo. El joven se presenta consciente y sereno, dejando escapar una lágrima en su rostro.
IMAGEN: Retrato del zar Pedro el grande de Rusia (Pedro I: 1672 – 1725) por J, M, Natier.
Primer imperio ruso: el zarismo (1547-1917)
El Zarato ruso (el término “Zar”es la adecuación rusa del término latino “Caesar” para el monarca supremo de Roma) inaugurado por Iván IV Vasilievich, o Iván el Terrible, duró hasta la revolución de febrero de 1917, y el único de la historia humana que, en su apogeo, logró abarcar tres continentes: Europa, Asia y América (al incluir Alaska[4]), con un total estimado de 22.8 millones de kilómetros cuadrados, el 15% de la superficie mundial.)
En este largo periodo, Pedro El Grande, se autoproclamó “Emperador de todas las Rusias”, en 1682. Fue uno de los más “europeos” de los monarcas rusos hasta esa fecha; se encargó de modernizar, firme y cruelmente, a la sociedad rusa[5]. El zar llegó a representar, a ojos del pueblo ruso, la simultánea representación del estado y la divinidad, ambos poderes tan paternalistas en medio de su absolutismo.
Al final de la era zarista, el último zar de todas las Rusias, Nikolav Romanov, eslabón final de una poderosa dinastía que arrancó en 1613, ante la revolución social y política (febrero 1917) que agitaba a toda Rusia, renunció al trono en marzo de 1917. En 1918 fue asesinado, junto a toda su familia, por orden de Lenin, líder de la segunda revolución de octubre 1917, cerrando así este largo primer periodo de la historia rusa.
Segundo imperio ruso: el socialismo a la rus (1917-1991)
Con la caída del zarismo, se vino abajo toda la estructura u orden social forjado en siglos de zarismo. La mayor parte del mencionado tinglado de territorios, se organizó, bajo el control del Partido Comunista-PCUS, como la “Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas- URSS (constituida en 1922).
La URSS llegó a abarcar casi el mismo tamaño del imperio zarista ruso: 22.4 millones de kilómetros cuadrados; su extensión entre su este y oeste alcanzaban 10,900 kilómetros, cubriendo 11 de los 24 husos horarios del planeta. La conformaban 15 repúblicas (Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán).
La URRS aglutinaba la más variada gama de nacionalidades (más de 100), etnias, lenguas nativas, religiones y tradiciones culturales. En términos tecnológico- militares, la URSS tenía en 1991, más de 45,000 cabezas nucleares, el doble que Estados Unidos. Además, su poderío industrial, sus monumentales reservas de gas, petróleo, carbón y minerales, su enorme influencia en los países del Tercer Mundo, su ideología anti capitalista, hicieron de este imperio socialista, el principal rival de EEUU y resto de potencias globales.
Sin embargo, este periodo como la primera potencia socialista del mundo, terminó el 25 de diciembre de 1991, con la dimisión de Mijail Gorbachov, el primer-y último- jefe de estado que había nacido después de la generación revolucionaria. Igual que Nicolás Romanov, Gorbachov fue el último jerarca de este segundo imperio ruso.
Boris Yeltsin
Hay que anotar que, antes de la dimisión de Gorbachov, el representante de la Federación Rusa ante la URSS, Boris Yeltsin, había venido defendiendo los derechos de Rusia ante el dominio centralista de la URSS, y apoyando la salida de Rusia de la Unión Soviética. En esta fase, frente al poder central, Rusia era independentista, como lo son hoy Chechenia o Ucrania. Contradictoriamente, Yeltsin volvió a la palestra pública al defender, en junio 1991, a Gorbachov, de un secuestro e intento de golpe de estado por parte de sectores ultra del Partido Comunista de la Unión Soviética, remanentes del “socialismo real” (socialismo a la RUS).
Antes de la dimisión de Gorbachov, los presidentes de Bielorrusia, Rusia y Ucrania habían firmado en Bieloviezhe (cerca de Minsk, Bielorrusia), el Tratado para abolir la URSS y constituir la Comunidad de Estados Independientes (CEI), (Tratado de Belovezh). Eran 11 repúblicas ex soviéticas participantes, exceptuando Georgia, (se adhirió en 1993) y Letonia, Estonia y Lituania, que no se sumaron desde el inicio.
El 24 de marzo de 1994 la Federación rusa, con el apoyo de la CEI, es aceptada en el seno de la Asamblea General de la Naciones Unidas y es considerada prolongación jurídica y política del anterior miembro, la URSS. Sin embargo, la CEI, concebida más que nada como un solo territorio aduanero y monetario, apenas ha logrado sobrevivir a su propio marco orgánico, por lo que la Federación Rusa pasó a primer plano.
En diciembre de 1994 se dio la invasión rusa a la rebelde Chechenia, que intentaba independizarse de Rusia, algunas fuerzas islámicas de por medio. El nivel represivo y violento de Rusia contra el pueblo checheno marcó otra grave herida en el sentido de la unidad ansiada de los restos del imperio ruso[6]. Yeltsin renunció en 1999 y le endosó el cargo a Vladimir Putin.
Pausa en el imperio: la reversión del “socialismo” al capitalismo (1991-1999).
En este periodo, el ya citado Boris Yeltsin, se convirtió en el líder de la transición entre “la catástrofe geopolítica más grande del siglo” (así le llamó Putin, en 2005) y la estrategia de sobrevivencia del orgullo ruso, roto en mil pedazos, que había que recoger.
(Al desmembrarse la URSS), “decenas de millones de nuestros ciudadanos y compatriotas se encontraron fuera de su territorio ruso (…) La epidemia de destrucción se expandió incluso en Rusia. El ahorro de los ciudadanos fue aniquilado y los viejos ideales destruidos, golpeados por el «terrorismo» que «amenazó la unidad territorial» y llamando a la necesidad de buscar “una civilización común” entre las ex repúblicas soviéticas.-Vladimir Putin. 2005
Uno de los principales incentivos para esforzarse en la búsqueda de esa “civilización común” clamada por Putin, era la capacidad nuclear de la URSS, dispersa en repúblicas incluso relativamente atrasadas o con impulsos separatistas (serían un alto riesgo para los “unitarios”). También era fuerte la necesidad de generar capacidades y garantías de no ser agredidos desde el extranjero en esos momentos de debilidad, o en el futuro. Cómo recuperar los fragmentos de los anteriores imperios, mientras podrían ser hasta invadidos impunemente, parecía era la preocupación rusa frente a las potencias extranjeras. La OTAN se convirtió, desde entonces, en preocupación constante. Rusia no podía permitir otro Napoleón, otro Hitler o ninguna OTAN, hollando sus dominios. Pero ¿qué hacer mientras se desarrollaban y volvían a unificar sus fuerzas militares?
¿Alianza con la OTAN?
Como un boxeador cansado y necesitado de oxígeno, Rusia en esos momentos no tuvo más remedio que abrazar a su rival más temible, Estados Unidos y su alianza militar con Europa, la OTAN, que, con misiles balísticos y nucleares, apuntaban a las costillas de Rusia: En 1997, Boris Yeltsin por Rusia y Bill Clinton por EEUU, firman en Helsinki el “Acta Fundacional sobre las Relaciones Mutuas, la Cooperación y la Seguridad entre la OTAN y la Federación Rusa”, que en sus partes iniciales expresa que “la presente Acta ratifica la determinación de Rusia y de la OTAN de hacer realidad su compromiso común de construir una Europa estable, pacífica y sin división, una Europa entera y libre, en provecho de todos sus pueblos”.
Este compromiso compartido constituye un salto de calidad en las relaciones entre Rusia y el resto de Europa, así como con Estados Unidos, especialmente en materia de la seguridad mutua. Allí, las tres partes avalan, de hecho, una incorporación efectiva de Rusia a la Alianza Atlántica, estableciendo no sólo principios, órganos, mecanismos de seguimiento, coordinación y comunicación, sino posibilidades de actuaciones militares conjuntas. En ese sentido, se estableció el Consejo Conjunto Permanente Rusia-OTAN, que institucionaliza los hábitos de consulta, cooperación y manejo de desacuerdos mediante “consultas políticas”.
Rusia entonces se constituye, mediante esta Acta Fundacional, en un parterianato en la OTAN, tratando de reproducir la experiencia de las buenas prácticas conjuntas logradas en la pacificación de Bosnia-Herzegovina. Claramente se expresa, inéditamente, en el Acta, incluso la posibilidad del “establecimiento de grupos de fuerzas interarmadas multinacionales” (sic.!).
El porqué las tres partes (EEUU-Europa-Rusia) han dejado de lado ese importante marco relacional entre la OTAN y Rusia, que podría haber sido un disuasivo frente a confrontaciones radicalizadas, realmente se desconoce.
Hacia el tercer imperio ruso: capitalismo e imperialismo.
Boris Yeltsin se retira de sus cargos en 1991 (dos mandatos), cumplidas sus funciones en este periodo: logró mantener un mínimo de estados aglutinados en medio de la vorágine disolutiva de la URSS, aseguró el control y centralización en Rusia, del poderío nuclear desarrollado por la URSS; dio rienda suelta de manera enérgica, al desmontaje de todo el aparato burocrático del PCUS en el estado y gobierno rusos, impulsó la privatización de la economía y de la lógica estatista del periodo anterior.
¡Llega Putin!
Para las elecciones presidenciales de marzo del año 2,000, Yeltsin endosa, a la vieja usanza oligárquica, a uno de sus colaboradores mas cercanos, Vladimir Putin, antiguo alto funcionario de la tristemente célebre, KGV.
Ya conocemos el resto sobre Putin y sus cuatro mandatos presidenciales, la forma como ha reposicionado Rusia para llevarla de nuevo a potencia mundial, la dura represión interna que lleva a cabo, la remilitarización acelerada aludiendo un posible choque con la OTAN, el impulso al nacionalismo primitivo ruso y su posición de golpear a Chechenia, el robo de Crimea, Sebastopol, etc., y ahora, que no será lo último, la invasión inútil como injusta, de Ucrania. Putin anhela reconstruir la añorada gloria imperial de Rusia, armado de ojivas nucleares, aplicando el terror a lo Ivan el Terrible, generar modernidad como Pedro El Grande y no repetir las «blandenguerías» de Gorbachov, que terminaron con la tradicional unidad rusa.
Rusia, sin embargo, está viviendo con Putin un salto atrás en su evolución histórica, como si la historia se hubiese equivocado con la mutación desde un modo de producción atrasado, rentista, imperial, hacia un modelo donde se excluía la propiedad privada sobre los medios de producción e intercambio.
La «oligarquía» rusa.
En la actual fase, con Putin al frente, la prematuramente abortada burguesía de 1917, ha logrado renacer, y con toda la potencia de su esplendor. De las cenizas de la revolución obrero-campesina de 1917, surgen ahora potentados inimaginables ni en la época mas dorada del zarismo. El grueso de estos magnates surgió de la privatización corrupta de los bienes y activos estatales de la antigua URSS, a los que Joe Biden está buscando sancionar llamándoles “oligarcas rusos”.
A manera de ejemplos: Según la revista Forbes, el magnate ruso de mayor patrimonio es Alexei Mordashov, CEO de Severstal, empresa dedicada a la siderurgia, con más de 29,000 millones de dólares. Del mismo sector, le siguen Vladimir Potanin, propietario de Nornickel y Vladimir Lisin, dueño del Grupo NLMK, con patrimonios arriba de los 23 mil millones de dólares cada uno. También Forbes menciona a Vagit Alekperov, exviceministro ruso con acciones dominantes en la petrolera Lukoil (con patrimonios arriba de los 22,000 millones de dólares. Y a Pavel Durov, que junto a su hermano Nikolái fundó la plataforma de mensajería instantánea Telegram o, Roman Abramovich, propietario del Chelsea y dueño de la empresa Evraz, del sector minero (está entre las 150 personas más ricas del mundo).
En el caso de la Rusia actual, se combina esta nueva fase de desarrollo capitalista, la reconstrucción de una burguesía nacional, con una visión imperial que ha sido constante a lo largo de su formación social, como se ha visto en esta exposición. Esto puede ser un insumo a tomar en cuenta para analizar la decisión de Putin de invadir Ucrania (febrero 2022).
En resumen, Putin representa las viejas aspiraciones imperiales rusas, la expresión de la identidad eslava que les dio origen y del hecho que la historia de Rusia como Estado, es la historia de su vocación de imperio: Siempre estará allá arriba, ceño fruncido y protector, “el padrecito zar”, concepto ya inamovible desde los albores de la identidad eslava. El zar es la encarnación del espíritu divino de la patria, del ansia territorial, del poder, ya sea como el “padrecito” zar, el “padrecito” Secretario General, el “padrecito” partido vanguardia, el “padrecito” presidente, el “padrecito” Putin.
A esta visión identitaria se suma hoy en día, el peso y la realidad de esa poderosa clase empresarial, una burguesía casi de probeta, creciendo cómodamente, como hongo, en las ruinas del capital estatal de la fase soviética. Una clase rica que también desea construirse, como Hitler en su momento, su propio espacio vital. Putin es el ejecutor de estos ajustes en el nuevo sistema, capital imperialista,
¡Ah, sí! … Polonia queda en la mira.
[1] D.n.e: Después de nuestra era.
[2] A despecho de las distorsiones históricas del actual presidente de Rusia, Vladimir Putin, Moscú, como Principado, se estableció bastante más tarde, hasta en el siglo XII.
[3] El 4 de noviembre del 2016, Vladimir Putin, homónimo del primer zar histórico de Rus de Kiev, inauguró, el Día de la unidad en Rusia, una estatua de 6 metros del zar-santo de Ucrania y expresó, muy claramente: “El Príncipe Vladimir pasó a la historia como el unificador y defensor de las tierras rusas, como un político visionario». Y agregó: “nuestro deber es ponernos de pie y enfrentar juntos los retos y las amenazas modernas, basándonos en su legado espiritual«. Ver nota de BBC: https://www.bbc.com/mundo/noticias-37874088
[4] El territorio de Alaska, de 1.5 millones de km2 (!) fue vendido en 1867 por Rusia a Estados Unidos, por 7.2 millones de dólares. Ver: https://historiaybiografias.com/siglo19_28/
[5] El actual jerarca ruso (2022), Vladimir Putin, no disimula su admiración por Vladimir I de Kiev y por Pedro el Grande, del cual cuelga retratos en su oficina.
[6] En este 2022, llama la atención que el poder político checheno esté aportando pleno apoyo, incluyendo envíos de tropas, en el esfuerzo de Putin por pulverizar toda identidad ucraniana: El presidente de la República de Chechenia, Ramzan Kadirov, al que llaman el “perrito faldero de Putin” autorizó el envío de miles de soldados chechenos a Ucrania: “El presidente (Putin) ha tomado la decisión correcta (de entrar en Ucrania) y cumpliremos sus órdenes bajo cualquier circunstancia”, declaró Kadirov.Ver: https://www.larazon.es/internacional/20220227/xcyfb7xgxvae5gambhpp32jbbq.html