Sobre Ernesto Cardenal

Mario Burgos
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<<Y es que, también, había algo alucinante en él, como en todo idealista que sueña con utopías>>

Siempre me he preguntado si los apologetas y exégetas no ven en sus grandes héroes y maestros su propia belleza reflejada. ¿Y cuánto de lo que San Juan puso en boca de Jesús no fue sino Jesús, a como Juan hubiera querido que fuera? Lo digo por la enorme diferencia entre el evangelio de Juan y los sinópticos. 

Y sin querer parecer redundante, ¿cuánto, de lo que Platón dijo sobre Sócrates, no fue más que un reflejo de su propia idealización platónica? Pues en la apología que Cardenal hace de Sandino y en el embellecimiento y mitificación del guerrillero, el poeta y místico parece más bien hablarnos de sí mismo. Quizás haya sido su rostro el que era vago como el de un espíritu, lejano por la meditación y el pensamiento. Un hombre nervioso, dominado por una frágil serenidad. 

Y es que tenía múltiples rostros superpuestos en su rostro, algunos sombríos y otros iluminados… Un hombre que no tenía más compañía que la de un canto triste… «Triste como un atardecer en la montaña y alegre como la mañana en la montaña». Y es que, también, había algo alucinante en él, como en todo idealista que sueña con utopías. Decía que sólo el amor era auténticamente revolucionario y que el amor no solo era real, sino más bien la única realidad. Y que a la vida, subversiva por naturaleza, solo la agitaba el amor.