Sobre la Guerra y la paz
<<¿Guerra o paz? No estamos en paz. Y la paz que el régimen y sus aliados oligárquicos persigue, junto con todos los que le hacen el juego, es la paz de los sepulcros, la misma paz que habría en una plantación de esclavos si los esclavos no se levantan con todos los medios posibles. >>
Ante nosotros está el futuro, siempre incierto. Lo observamos desde el hoy, y con el peso del ayer en nuestros pechos, sobre nuestros hombros y espaldas.
Para los nicaragüenses es un peso que aumenta, porque hay un grupo armado que escribe, a punta de golpes, balas y secuestros, su propia ley. Es un peso que aumenta porque aumenta, al capricho del tirano, el número de compatriotas que pasa del terror de la persecución interna al horror de la mazmorra oscura, o al dolor y la miseria del exilio.
Durante cinco años muchos creyeron, por buena voluntad, y otros predicaron, algunos de buena fe, otros como una estrategia de manipulación, para convertir un pueblo rebelde en un pueblo sumiso, que era posible el absurdo, el contrasentido de que una pandilla de delincuentes que usurpaban el poder y acumulaban crímenes, se convirtieran de la noche a la mañana en ciudadanos democráticos, de los que participan legítimamente en elecciones y obedecen el veredicto de la mayoría.
Para los Nicaragüenses Libres esto no tuvo sentido más que para perpetuar al régimen. ¿Alguien, después de casi cinco años de martirio, puede atreverse a repetir la prédica? ¿Qué le dirían ustedes a un político, a un cardenal u obispo, a un personaje de cualquier tipo que les diga que Nicaragua puede democratizarse a través de un proceso electoral en el cual participe el FSLN? ¿Cuánto estaría usted, querido compatriota, a arriesgarse y arriesgar a su familia siguiendo esta receta suicida? Es claro que nada. Es claro que nadie se deja engañar ya por estas falsedades arteras, y que para lo único que sirve que alguien las proponga es para identificarlo de inmediato, y sin duda, como un traidor, como un enemigo de la democracia y del pueblo.
La lógica la hemos repetido innumerables veces: el clan Ortega-Murillo y sus aliados no pueden abandonar el poder, porque del poder depende su riqueza, y hasta su libertad y su vida.
Y la evidencia es tan abundante, que quienes la desafían no solo son traidores, como antes se dijo, sino que creen que el pueblo es incapaz de pensar, que es bruto, sordo y ciego; que no es capaz siquiera de reaccionar al dolor. Pero no es así, obviamente, y ya hemos visto cómo el rechazo a todo proceso electoral bajo Ortega es masivo, y cuenta con la participación amañada, falsificada y forzada quizás de un 10 o 15 por ciento de los votantes que no han tenido que huir al exilio o están en la cárcel.
Esta es la realidad que enfrentamos, al llegar al 2023, y que nos obliga a pensar en estrategia, objetivos, y métodos de lucha.
El objetivo, para los Nicaragüenses Libres, es claro: la revolución democrática, es decir, el desmantelamiento del Estado opresor y la construcción de un Estado de poder disperso, repartido entre multitudes de ciudadanos, con pesos y contrapesos, sin Ejército ni Policía Nacional, todo esto diseñado por una Asamblea Constituyente libremente electa y confirmado (o rechazado, y vuelto a hacer) en referéndum popular.
La estrategia, por supuesto, buscará organizar un movimiento popular amplio, democrático, que cree instituciones de poder, que sea beligerante y que no se detenga, que no se deje engañar, dividir o manipular, hasta que el objetivo estratégico de la revolución democrática se logre. En estos momentos, la estrategia pasa por la organización de estructuras clandestinas, de células que se dediquen a las tareas necesarias, desde la propaganda hasta la acción directa, para socavar las bases del sistema y hacerle ingobernable el país a la tiranía.
¿Y los métodos de lucha? Todos, con una sola limitante: procurar no transgredir los derechos humanos de los inocentes. Aparte de esta voluntad, ningún límite que no sea el de nuestra inteligencia para buscar, a cada paso, como causarle daño al enemigo, al menor costo para nosotros. Para empezar, hay que hacer que el miedo cruce de acera. Esto se logra por medios políticos, diplomáticos, propagandísticos, y también a través de la acción directa. Los sicarios deben enterarse de que nosotros sabemos dónde ellos viven. Ellos marcan nuestras casas, y habrá que marcar las suyas. Ellos hacen negocios con su poder ilegítimo, y nosotros buscaremos cómo hacer daño a sus negocios, como sabotearlos, boicotearlos, hacerles pagar un precio.
¿Guerra o paz? No estamos en paz. Y la paz que el régimen y sus aliados oligárquicos persigue, junto con todos los que le hacen el juego, es la paz de los sepulcros, la misma paz que habría en una plantación de esclavos si los esclavos no se levantan con todos los medios posibles.
No somos nosotros los que deseamos por capricho o ceguera la violencia, mucho menos la violencia armada. No hemos sido nosotros los autores del genocidio del 2018. Pero tenemos derecho a defendernos, y obligación de defender a nuestra gente, a nuestras familias.
Y en la defensa, tenemos derecho a todos los medios. Si alguien entra a su casa, querido compatriota, y amenaza la vida de su esposa, su madre, sus hijos, su padre ¿tiene usted derecho a la violencia? ¿No tiene usted más bien obligación de defender a su familia con violencia si hace falta?
Quienes siembran vientos, cosecharán tempestades. Quienes a hierro matan, a hierro mueren.
Esta sabiduría no la hemos inventado nosotros, pero es innegablemente cierta. ¿Alguien puede dudarlo a estas alturas?