Bolivia y Nicaragua: Analogías y contrastes
Erick Aguirre
Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
¿Hay en verdad analogías entre las actuales crisis que enfrentan Bolivia y Nicaragua, o son sus contrastes más significativos de lo que creemos?, es la pregunta que me hago al conocer hoy la renuncia de Evo Morales.
10 de noviembre 2019.
Sin duda hay semejanzas y por ellas prefiero empezar. No olvidemos que Morales ya se había reelegido y estaba intentando hacerlo otra vez, incluso después de desconocer los resultados de un referéndum que se lo impedían.
Llevaba trece años en el poder y tenía control (no tan descarado pero lo tenia) de los poderes e instituciones del Estado. Y las fuerzas públicas (policía y ejército) lo respaldaban. De otra manera no se explica cómo pudo gobernar con tanta ilegitimidad durante ese tiempo.
¿Les recuerda eso a alguien? Por supuesto que a Daniel Ortega.
El punto es que Morales (igual que Chávez en sus primeros periodos en Venezuela) logró con relativo éxito dar una apariencia de legalidad y apego constitucional a las acciones políticas que le permitieron continuar en el poder.
Este punto es decisivo no solo para entender sino para medir el nivel de reacción, tanto de la fuerza armada a lo interno, como de los organismos y foros de diálogo y arbitraje de la comunidad internacional.
Aquí se produce una especie de simbiosis (que no puedo asegurar si es voluntaria o no, o al menos hasta dónde lo es) entre actores, estructuras y organismos que a la larga logran establecer una relación de apoyo mutuo para un resultado común.
Ni a Evo Morales ni a Daniel Ortega dejaron de reconocerles legitimidad sus respectivas fuerzas armadas y la OEA durante mucho tiempo. Y su relación con los grandes grupos económicos tampoco fue crispada o conflictiva.
El tiempo de Morales se vino agotando hasta ahora, incluso después de su alevoso desconocimiento del referéndum y aun cuando, contra toda lógica o decencia, se le había reconocido de nuevo como candidato, (nacional e internacionalmente). Cayó en la forzada necesidad de intentar el fraude y todo se le vino abajo.
Ahora veamos los contrastes con la Nicaragua sometida por Ortega.
Se repite mucho, y con énfasis, lo del apoyo, cooptación y complicidad de la fuerza armada y policial. Y se señala con verdad la también cómplice acción (y omisión) de sus socios del gran capital, hábilmente convertidos de pronto en oposición después de las protestas de abril 2018.
El punto es si Evo Morales llegó a establecer una relación mafiosa y de raigambre financiera tan fuerte y profunda como la que Ortega tejió alrededor de sus aliados capitalistas y los mandos militares y policiales en Nicaragua.
En el caso de los empresarios está claro que han intentado desconocer esa relación hasta ahora sin buen resultado. Habrá que ver hasta dónde es tan corrupta, mafiosa y complicada esa relación como para mantenerlos ahora en un juego cruel cuyo fin parece ser la mediatización de una enorme y heroica lucha ciudadana en Nicaragua, que Ortega ha aplacado con sangre y barbarie.
Mientras los militares cierran filas con el tirano, los millonarios se dedican a un juego sangriento de máscaras políticas.
En el ámbito internacional, específicamente el caso de la OEA y la influencia geopolítica estadounidense, con todos sus misterios y ambivalencias las señales indican que a Ortega se le teje una «trampa» política que esperaría producir un resultado parecido al que hoy conocimos en Bolivia.
La pregunta del millón es si él está dispuesto o se verá forzado a coger el cebo, y si lo hace, hasta dónde una salida semejante permitirá a quienes hasta ahora son sus grandes cómplices, quedar en posición de ventaja o enfrentar las consecuencias de una complicidad tan abyecta.
Todavía el panorama no está tan claro en Bolivia. Aún faltan jugadas por ver en este póker nefasto.
¿Habrá impunidad en la era post Morales?
¿Hasta dónde llega la complicidad del capital, los mandos militares y la clase política boliviana con lo que sucedió durante los últimos quince años?
¿Habrá elecciones con los mismos partidos políticos que hasta ahora habían participado?
¿Participarán las nuevas fuerzas que emergidas de las protestas se han ganado el derecho a hacerlo?
¿Bajo qué estructura o coalición lo harían?
¿Hay un proyecto de nación a mediano o largo plazo que una a los bolivianos en un momento como este?
De las respuestas que en el futuro inmediato se pueda dar a estas preguntas se podrá sopesar con alguna racionalidad una posible analogía con la crisis de Nicaragua.
De lo que sí estoy seguro es de que, en nuestro caso, la frase «Ni perdón ni olvido» tiene más sentido que en Bolivia.