Como esperando abril y la vieja rivalidad entre Memoria e Historia
Erick Aguirre
Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Arquímedes González es escritor y periodista, autor de las novelas La muerte de Acuario (2002), Qué sola estás, Maité (2007), El fabuloso Blackwell (2010), Dos hombres y una pierna (2012). También de los libros de relatos Tengo un mal presentimiento (2009) y Clases de natación (2013).
He tenido oportunidad de reseñar o escribir sobre La muerte de Acuario y Qué sola estás Maité. Prácticamente sus primeros libros. Así que puedo decir que fui testigo documentado de su debut literario.
La muerte de Acuario me interesó porque es una novela histórica, o bien, una nueva novela histórica, que es como los críticos y académicos catalogan a ciertas novelas que ellos llaman postmodernas y que abordan de una forma heterodoxa y muy imaginativa vidas y hechos de cualquier forma emblemáticos inscritos en la Historia, con H mayúscula.
Me interesó y me gustó, porque me hizo recordar mis adhesiones y discrepancias con las ideas de T. S. Eliot sobre la importancia de la tradición y del pasado en la idea occidental de Cultura. Para Eliot, el sentido histórico implica percibir no sólo lo acabado del pasado, sino su presencia, su permanente construcción.
Esto a mí me sugiere que, por ejemplo, los autores de novelas históricas como esta, lo que buscan al hurgar en hechos y personajes del pasado, es alcanzar de alguna manera la certidumbre de nuestro verdadero lugar en el tiempo, es decir, adquirir una plena conciencia de nuestra real contemporaneidad.
La idea es que, aunque queramos abarcar en su totalidad lo concluido del pasado, no existe una forma de hacer que se aísle del presente, puesto que ambos (presente y pasado) se informan mutuamente, cada uno implica al otro y coexiste con el otro.
Esta novela de Arquímedes convoca ficcionalmente en su trama cuatro figuras míticas o casi míticas: la del ex presidente de Nicaragua Evaristo Carazo, la de Rubén Darío, la del escritor inglés Sir Arthur Conan Doyle, y la de su famoso personaje, en este caso el doblemente ficticio asesino conocido como Jack El Destripador.
Al tratar de recrear literariamente las crisis políticas nicaragüenses, así como los íntimos dramas de personajes tomados de la realidad, de la Historia o de la misma ficción literaria, esta novela pone también en escena ciertos dilemas y paradojas del accidentado y siempre frustrado proceso de nuestra “construcción nacional”. Y eso de alguna manera, creo yo, nos obliga a reflexionar sobre el presente.
Qué sola estás Maité, por otra parte, es el tipo de novela que los críticos llaman fenomenológica, que narran o representan literariamente ciertos contextos a través del hervidero de recuerdos y sensaciones de sus personajes, cuyas voces fluctúan en un orden aparentemente desordenado, y que hablan o piensan a través del narrador, para mostrarnos como trasfondo el contexto social o histórico en el que sus vidas han estado inmersas.
Con la fuga de Maité y su amante desde Managua a Costa Rica, se aborda en esta novela un fenómeno insoslayable en nuestros tiempos: la migración y el desarraigo. Asumo la novela como un intento de aproximación, a través de la ficción, a ciertos problemas de fondo en nuestras colectividades, pero también en nuestro destino como individuos. Una forma de indagación en la que se intenta interrogar precisamente a esas individualidades para encontrar una perspectiva mas clara de nuestra historia reciente y tratar de entender y a la vez reconstruir nuestros propios imaginarios colectivos.
Pero hoy está presentando Como esperando abril, que es a la vez una crónica y un texto de ficción, es decir, un libro aparentemente periodístico pero que en esencia pretende ser un producto literario. Un libro que narra los sucesos que estremecieron a Nicaragua y en buena medida a gran parte del mundo a partir de abril del año 2018.
Por ahora solo he tenido tiempo de una lectura a sobrevuelo, pero de golpe me impulsa a la reflexión sobre dos cosas que últimamente me rondan mucho en la cabeza y de las que siempre estoy tratando de escribir.
La primera es el parentesco de algunos géneros periodísticos como la crónica y la entrevista, con la literatura. Esto me lleva a pensar en lo que convencionalmente se ha asumido como narración literaria, y en las distintas transgresiones genéricas e incursiones aparentemente extraliterarias a las que la narrativa recurre con frecuencia para enriquecer sus formas de representación de “lo real”.
¿Qué papel juega “lo literario” y lo supuestamente “no literario” en las operaciones de reconstrucción del pasado y de representación de la realidad presente? ¿Hasta qué punto y por qué son literarias o no algunas obras y hasta dónde otras, a pesar de la dificultad para ser asumidas como literarias, han sido capaces de representar o esclarecer imaginativamente lo real o la «verdad» de los hechos pasados y presentes?
El otro asunto es el de la memoria. Para algunos escritores de narrativa el problema de preservar nuestra individualidad y nuestra complejidad como seres humanos está demasiado relacionado con la inútil, y sin embargo irrenunciable tarea de intentar conciliar Memoria e Historia, dos hermanas que en nuestros países nunca se han puesto de acuerdo.
El historiador, dice el novelista Javier Cercas, no es un juez, pero su forma de operar es similar: busca la verdad, estudia documentos, verifica pruebas, relaciona hechos, interroga a testigos y emite un veredicto que no es definitivo; un veredicto que puede ser recurrido, revisado o refutado; pero que es un veredicto.
En tanto el escritor/testigo, o quien da testimonio de hechos históricos, es decir: un cronista, no siempre tiene la razón; su razón es su memoria, y la memoria es frágil, y con frecuencia interesada, o dubitativa.
“No siempre se recuerda bien –dice Cercas–; no siempre se acierta a separar el recuerdo de la invención; no siempre se recuerda lo que ocurrió sino lo que ya otras veces recordamos que ocurrió, o lo que otros testigos han dicho que ocurrió, o simplemente lo que nos conviene recordar que ocurrió”.
Lo que Cercas parece proponer como alternativa es un nuevo tipo de narrativa en la que cobra relevancia la perspectiva del cronista; un tipo de relato en el que, sin renunciar a las herramientas propias de la novela, se privilegie la realidad, que a fin de cuentas es el camino por el que se llega a la verdad, o a una verdad determinada. Me parece que por ahí va el intento de Arquímedes.
Dicho esto, reparo en la vieja discusión respecto al compromiso o la responsabilidad del escritor en la que desde cierta perspectiva literaria a veces se reprocha la tendencia hacia el realismo, y me pregunto: ¿en serio debemos abandonar nuestro sentido de responsabilidad social como ciudadanos para ser buenos novelistas? ¿Escribir ficción solo por la pura diversión de hacerlo?
En mi opinión, tanto quienes hacen periodismo literario como quienes crean «ficción pura» no deben eludir su responsabilidad con la realidad. Personalmente creo en la responsabilidad histórica, y por tanto social y cultural, del escritor. No termina de convencerme la práctica de la literatura como un mero ejercicio lúdico, lleno de alardes y de cierta erudición aunque vacío de contenidos.
Pero, ¿cómo puede el escritor asumir un sentido de responsabilidad ante la Historia, o ante su realidad ingente, sin ser lo que llaman “panfletario” o “políticamente correcto”? Pienso que una forma de hacerlo es procurando conectar su proceso creativo individual, al menos eventualmente, con el de la comunidad.
Creo que la exploración y la transgresión de los límites genéricos y de verosimilitud entre la literatura y el periodismo ofrecen oportunidades para hacerlo. Este libro de Arquímedes González es una muestra.