¿Cuál es la ruta?

Moisés Hassan
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Una abrumadora mayoría del pueblo nicaragüense con angustia reclama la formación de algo que llama la Unidad de las Fuerzas Opositoras, en la que ve el instrumento para erradicar la dictadura y las raíces de la corrupción de la criminal banda que encabeza la familia Ortega Murillo, mediante un proceso cívico que debería culminar con la celebración de elecciones generales limpias.

Tradicionalmente dicha unidad ha sido concebida como el producto final de una serie de negociaciones en las que participa un número significativo de las cúpulas de las organizaciones políticas existentes, discretamente acompañadas por representantes de poderes fácticos.

Cuando estas negociaciones arriban a acuerdos, se suele decir que se logró la unidad, algo inexacto, pues las que realmente se han unificado son dichas cúpulas y sus estructuras territoriales, a las que arrastran. Y a medida que las pláticas van traduciéndose en entendimientos, hacen su aparición ingentes esfuerzos que se proponen lograr la unificación de la ciudadanía en torno a esos acuerdos y sus promotores. Esto es, conseguir que las mayorías opositoras se sientan representadas por la organización unitaria que va surgiendo, y apoyen las decisiones que vaya tomando la cúpula dirigente unificada.

Los principales acuerdos unificadores de cúpulas usualmente implican que éstas se comprometan con un programa de  gobierno; sientan que hay condiciones para confiar en que el inevitable tramo final del camino, las elecciones, está razonablemente despejado de fraudulentas sorpresas; y se pongan de acuerdo en cuanto a la distribución de candidaturas y futuras postulaciones o nombramientos a otros cargos estatales. 

En este punto, es necesario destacar que la rebelión iniciada el 18 de abril, sus detonantes y la respuesta del régimen, junto con las amargas burlas de 1990 y 1996, han impreso a la situación actual algunas características que la hacen novedosa. Porque el número de personas, particularmente jóvenes, que se decidieron a adoptar una actitud beligerante en asuntos políticos creció rápida y pasmosamente. Y, en consecuencia, asimismo lo hizo el número de organizaciones enemigas del régimen. Este crecimiento, pese a ser en principio positivo, ha hecho aún más complicado el surgimiento de la ansiada unidad, pues inevitablemente también crecen los indeseables desacuerdos que siempre existen. Agravados por ciertos desmesurados egos, de esos que suelen caminar de la mano con peligrosas ansias de poder. Al grado que hay quienes desde ya se mercadean como futuros Presidentes.

En la presente etapa brotan una cantidad de incógnitas que conviene despejar. Entre ellas: ¿es posible, mediante las presiones que la unidad podría ejercer, combinadas con las de la comunidad internacional, arrebatar cívicamente el poder a la banda delincuencial?; si ello se logra, ¿se procedería a instalar un gobierno de transición que hiciera justicia, saneara las instituciones del Estado y organizara elecciones generales limpias?; ¿se permitiría que el orteguismo participara en esas elecciones, o se debería proscribirlo?; ¿es concebible participar en elecciones sin antes expulsar a Ortega del poder?; ¿podría en tal caso haber elecciones limpias?; ¿es negociable, por cualesquiera consideraciones, la posibilidad de dejar impunes los múltiples crímenes de todo tipo cometidos por la banda?; ¿o bien permitirles que conserven parcial o totalmente las riquezas sustraídas al pueblo nicaragüense, u obtenidas a través del crimen organizado?; ¿o retener parte del poder?

Otras interrogantes igualmente delicadas surgen: ¿hay que abstenerse de cuestionar a personajes u organizaciones presuntamente opositoras por temor a ser –o ser llamado- “divisionista”?; ¿aún si existen dudas razonables acerca de su honestidad o vocación democrática?; ¿es posible que haya, entre quienes hoy se proclaman opositores, agentes o socios ocultos del régimen cuyo papel sea el de preservarle el poder, o buena parte del mismo, en el evento de una derrota electoral?

Finalmente, desde la perspectiva del ciudadano que piensa en el día después, hay algunas inquietudes adicionales: las organizaciones miembros de la unidad, una vez victoriosas, ¿mantendrían su unidad y serían fieles a los compromisos contraídos, para empezar los expresados por su programa de gobierno?; o, por el contrario, ¿es posible que se desaten ansias reprimidas de protagonismo, poder y riquezas que puedan engendrar nuevos dictadores o arreglos con los depuestos?

Las reflexiones anteriores tienen el fin de arrojar alguna luz sobre los obstáculos a vencer en el difícil camino que hay que definir, construir y transitar para lograr nuestro fin último: que Nicaragua por primera vez en su Historia disfrute de un sistema político en donde quienes ostenten responsabilidades estatales de cualquier nivel actúen como servidores de sus habitantes y no como sus amos; en el que se respeten sus derechos naturales, a la cabeza su dignidad; y en el que el país no sea visto más como botín de guerra, fuente de enriquecimiento, o terreno donde dar rienda suelta a rencores acumulados.

Hago estas reflexiones porque realistamente creo que si los nicaragüenses vamos a ser capaces de llevar a feliz término nuestra lucha, debemos estar plenamente conscientes de las barreras que deberemos salvar en cada etapa de la misma. Sin permitir que el entusiasmo o la desesperación, y menos aún intereses espurios o mezquinos egos nos nublen el entendimiento o dobleguen los principios que decimos sostener. Para que no volvamos a fracasar.