Nicaragua: el país del tiempo lento (Vuelta al inicio)

William Gómez
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Nicaragua es el país del tiempo lento. Donde todo vuelve al principio. Los actores del drama han cambiado de papel, pero la tragedia es la misma, o peor. Las dictaduras se repiten. El pasado desaparece y sólo sobra el presente.

Es imposible  que haya  democracia y elecciones libres  en Nicaragua si antes no se investigan los crímenes cometidos por el régimen orteguista y no se juzga  a todos los que han participado en torturas y asesinatos. Ortega ha perdido el poder, por eso usa la violencia. Su único recurso. Se sostiene  por su ejército de paramilitares que actúa bajo sus órdenes, fuera de la ley. Ortega ya no tiene el poder, lo perdió cuando, en abril del año pasado, los estudiantes salieron a las calles.  

El orteguismo no termina con Ortega, contradictoria e irónicamente ha sido la principal herencia de la revolución del 79. El orteguismo es la continuación y expresión del sandinismo de los 80. El FSLN reprimió a la izquierda, a los campesinos y a los miskitos. La caída del orteguismo sepultará al sandinismo. El orteguismo es el fin del sandinismo.

Muchos no se han dado cuenta, pero la rebelión de abril no solo fue contra la dictadura de Ortega. La rebelión de abril surgió fuera de los partidos y contra ellos. 

La rebelión de abril vino de abajo y sin vanguardias. Los estudiantes revelaron el rostro criminal de Ortega. Después vino Monimbó, León y otras ciudades del país.  Ortega, sin escrúpulos, ordenó la masacre. 

A pesar del terror las protestas continúan. Y de las grietas del poderío surge, a borbotones, la resistencia popular. ¿Por cuánto tiempo puede sostenerse un tirano, cuando el único recurso que le queda, es la violencia de sus paramilitares? 

La última vez que fui a Nicaragua viajé a León, la ciudad más caliente del país. En el asfalto que hervía caminaban dos mujeres, vendedoras de frutas. Para ellas, a pesar de la revolución del 79 y del discurso de transformación de sus dirigentes, todo continuaba igual. Es el tiempo de los desencuentros, del tiempo desigual, el tiempo del descompaso. Estas fotos las tomé en León y en Granada. Gente simple al margen de los grandes procesos. 

Tal vez sea una cuestión irrelevante preguntarse en estos momentos, cuando todos debemos estar contra el régimen, si hay un sandinismo que se distingue del orteguismo. He leído algunos textos sobre este asunto, inclusive de amigos míos, que como yo fueron sandinistas a finales de los 70. A pesar de hacer muchos malabarismos, diferenciar el sandinismo del orteguismo es una tarea ingrata e imposible. El sandinismo acabó con Ortega. 

Hay dos caras en la misma moneda, unos en el poder, usando el Estado a su servicio. Otros queriendo reconquistarlo. Por eso han iniciado la carrera para ponerse al frente de la rebelión de abril, pero no saben, o no quieren saber que esa rebelión fue también contra ellos. 

La renovación del sandinismo que algunos proponen se quedó a medio camino, mientras Ortega es la principal expresión del sandinismo enseñando su único rostro. 

Ortega es el rostro autoritario del sandinismo, el único. He buscado un rostro diferente del sandinismo y no lo encuentro. El único rostro que veo es el de Ortega. Los otros que aún se dicen sandinistas, están en un dilema que  expresa su crisis de identidad: es posible ser consecuente en la lucha por la democracia  sin romper radicalmente con lo que ha sido el sandinismo? 

A pesar del heroísmo de sus militantes en la lucha contra la dictadura de Somoza, el FSLN nunca abandonó su discurso militarista. En los años 80 el discurso militarista lo contaminó todo, hasta a la poesía y a los poetas. 

Todo se repite. Estamos en el comienzo. Nunca llegamos donde queremos. Siempre en la espera de lo que nunca llega. Somos la sociedad de la espera, en eso se parecen las sociedades de América Latina… 

Era un día lleno de sol  en Managua, Roberto, Freddy y yo, distribuíamos papeletas en la Plaza de la Revolución. Era 1 de mayo de 1981. La plaza estaba repleta. En medio de la multitud, nosotros repartíamos papeletas contra el código del trabajo, heredado del somocismo y vigente en el nuevo gobierno revolucionario. De repente, miembros de la juventud sandinista nos fueron rodeando. Nos golpearon, arrancaron las papeletas de nuestras manos y nos expulsaron de la plaza. Golpeados, atravesamos las calles vacías del centro de la ciudad destruido por el terremoto del 72. De lejos, aún pudimos mirar la multitud cantando músicas revolucionarias. La multitud  colorida, agitando las banderas, gritaba a todo pulmón: “Dirección Nacional Ordene!!”