Cuatro rostros del universo

Erick Aguirre
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Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.

Artículos de Erick Aguirre

«Esta poesía de Jorge Eliécer Rothschuh, especie de mediación entre el receptor contemporáneo y el mundo prehispánico mesoamericano, activa una serie de códigos y registros que nos remiten a la representación de experiencias subjetivas e intersubjetivas yuxtapuestas y confluyentes en tiempo y espacio, en un permanente ejercicio de memoria y reflexión que acepta implícitamente su carácter virtual y apela a una especie de reanimación mediada y subjetiva de la memoria histórica»

Jorge Eliécer Rothschuh Villanueva (Juigalpa, Nicaragua, 1950) pertenece a una estirpe de escritores cuyo origen, según creo, y hasta donde alcanza mi conocimiento, se remonta al menos hasta a su abuelo, Guillermo Rothschuh Cisneros (1899-1948), autor de poemas que hasta hoy sigo admirando, y se extiende luego a su padre, el poeta y maestro de generaciones Guillermo Rothschuh Tablada (1926), erudito explorador de lo vernáculo nicaragüense y del barroco latinoamericano; hasta prolongarse en sus hermanos Vladimir y Guillermo, también poetas y escritores.

Desde muy joven se radicó en México, donde publicó el libro Otras después de Eva (1987), cuyos poemas revelan una factura epigramática: escritos con lenguaje claro y directo, con párrafos cortos, frases escuetas, imágenes relampagueantes y alusiones a muchas lecturas; chistes negros, ironías librescas, sutiles o directas referencias de autores, personajes y obras de la literatura. En fin, argucia y talento combinados con un lirismo inteligente y culto.

No una vez Rothschuh ha reconocido en conversaciones amistosas el nacimiento o la iniciación de su literatura en el seno de la casa paterna, orgulloso de haber crecido bajo ese paternalismo literario. En Otras después de Eva se evidencian los eventuales consejos de su padre y el diverso influjo literario absorbido tempranamente por un lector precoz y aplicado.

“El trazo lorqueano, el quejido de Neruda, el amasiato de don Rubén con sus pretextos, el apretujado Siglo de Oro español, la llovizna sentimental japonesa, la negritud antillana, el lamento del cholo peruano, toda esa religiosidad eyaculatoria vanguardista; el exteriorismo norteamericano y las arrechuras criollas de las prójimas bienaventuradas me contaminaron desde temprano”, me confesó en un diálogo sostenido no hace mucho, y que fue publicado en un periódico de Nicaragua.

Durante ese diálogo le dije que mi primera impresión de lectura fue que, aun con sus logros, Otras después de Eva me parecía un ejercicio o una calistenia que tal vez sólo auguraba lo que vendría después. 

“¡Qué puede hacer un joven –exclamó ante mi indagatoria– con tanto peso del Universo! El artificio, bueno o malo, tiene sus cómplices. Otras después de Eva son pasajes, paisajes inevitables donde inscribo vivencias literarias y experiencias diurnas o nocturnas… Es lo que vos señalás: ejercicios de calentamiento que aún hoy continúo para que el estilo no decaiga…”.

En efecto, la factura de sus libros posteriores se volcó hacia una apuesta poética tan compleja como audaz: la re-visión, escudriñamiento o reinterpretación del mundo prehispánico mesoamericano. Así vinieron luego, surgidos desde una distinta vertiente temática, Hospedaje de la pirámide (1992), Cantar mexica (1995), Residencia cautiva (1995), Vecindad entre ruinas (1996) y Somos habitantes de un mismo sueño (1997). Más tarde publicaría un amplio volumen titulado Chiapas: cielo sin correspondencia (2000), al que le seguiría luego Cuatro rostros del universo (2014), una selección de textos provenientes de esos últimos volúmenes, y que bien podríamos considerar una especie de antología personal.

Son exploraciones, desde la poesía, en los mitos indígenas mesoamericanos; búsqueda y ánimo de retransmisión y recodificación del legado escritural del mundo aparentemente abolido de esas culturas: la desesperanza y el infortunio de los mexicas, la dispersión silenciosa de los mayas y otros pueblos nahuas (pipiles, lencas, chorotegas, nagrandanos) en Centroamérica.

Aquí Rothschuh parece valerse de una estrategia textual que a mí, en principio, me pareció en cierta forma emparentada con la del poeta Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), particularmente notable en su libro El jaguar y la luna (1963), cuya intención original fue tratar de representar el universo prehispánico mesoamericano a través de exploraciones o interpretaciones poéticas de sus códices. 

Pero esta nueva poesía de Rothschuh también ha derivado, sin duda, de una lectura atenta del Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas, pero además de su propia vivencia durante muchos años de residencia en el sur de México. Es el producto literario de una aguda y reflexiva observación de las texturas e inscripciones precoloniales en Palenque y otros sitios donde la peregrinación de estos grupos humanos dejó su registro: glifos e inscripciones cuya perdurabilidad evidencia un particular sentido del tiempo, en el que mito e historia coexisten armónicamente; tiempo lineal y a la vez cíclico; fusión de historia y mitología en equilibrada subsistencia.

Después de una primera lectura de los libros generadores de esta antología pensé que, precisamente en la particularidad de esa gnoseología mesoamericana, esta evolución en la poesía de Rothschuh encontraba, como en el libro de Cuadra, ciertos límites. Pensé que la tendencia inaugurada por Cuadra en Nicaragua con El jaguar y la luna se hacía particularmente evidente en la intención ideogramática que nutre la mayoría de estos poemas de Rothshchuh. Creí percibirlo en su insistente exploración de rutas y enigmas; códices, imágenes y símbolos de los antiguos trazos precolombinos tallados en piedras o cerámicas; poetizados desde una perspectiva contemporánea fascinada con sus raíces. Pero luego me he percatado de que la perspectiva poética de Rothschuh en realidad es distinta, más variada e integradora de lo que primero pensé a simple vista. 

Las recreaciones pictográficas prehispánicas de Cuadra procuran una ambientación y una temática propias, cuyo propósito se circunscribe y se decanta en un amplio fresco de la historia profunda de Nicaragua; a fin de cuentas solo una parte, aunque significativa y trascendente, de un mapa: «hasta aquí los nahuas», la última frontera al sur de Mesoamérica, el dibujo de unos pasos que registran las huellas del fin de una peregrinación secular. 

Mi primera impresión de semejanzas o la apariencia de una influencia decisiva entre ambas poéticas, radicaba apenas en una coincidencia de origen. Lo que (por la vía de afectaciones o exploraciones distintas y de otro ánimo creativo) verdaderamente distingue y hace trascender esta poesía de Rothschuh, es la experiencia textual-vivencial adquirida durante su larga residencia en Chiapas; el conocimiento directo, casi vivo o palpitante, de las expresiones ideogramáticas mexicas. Haberlas tocado, visto y escuchado; haber compartido residencia con ellas durante tanto tiempo le ha permitido transformarlas en una materia poética distinta, singular; quizá menos sencilla pero más vital. 

Pero al comienzo también pensé que, como cierta poesía de Octavio Paz, la de Jorge Eliécer parecía deberle, sino mucho al menos básicamente, al proyecto ideogramático de Ezra Pound, eventualmente también asumido, aunque desde distintas perspectivas y con diferentes intencionalidades estructurales y temáticas, por otros poetas nicaragüenses, como el ya mencionado Pablo Antonio Cuadra y el más célebre Ernesto Cardenal. 

Aunque implícitamente Rothschuh ha descartado tal reminiscencia, el hecho es que su forma de asumir literariamente, desde el presente, la pictografía y los restos perceptibles del pasado prehispánico en el centro y sur de México, lo ha llevado a la práctica quizás inaugural de una poética distinta. En muchos de estos poemas suyos las imágenes se auto-contienen y se separan del resto, de manera que sólo pueden ser comprendidas en relación con todas las demás líneas del poema, incluso las no escritas.

Cada línea, cada imagen irradia una especie de fuerza que arrastra a las otras imágenes y significados hacia ella, en una implosión que conduce finalmente a la explosión total del poema. Son textos diseñados casi como los propios códices nahuas, en cuyas páginas o secciones plegadas se pintaban canciones e imágenes, más que escritura, y eran “leídos” como recursos mnemotécnicos, es decir, era el lector quien creaba el texto y éste a su vez se creaba a sí mismo.

Al nombrar o verbalizar la experiencia del mundo precolonial con el castellano, Rothschuh logra moldearla en función de determinados patrones impuestos por el orden semántico de la lengua del colonizador. La forma en que Rothschuh piensa, siente, vive y hace vivir al lector (en el sentido vicario de representación literaria) el mundo prehispánico, está inevitablemente afectada por el sistema de representación de un lenguaje que ha articulado, durante cinco siglos, los procesos de subjetividad mesoamericanos por medio de otras formas culturales y otro tipo de relaciones sociales.

Esta poesía de Rothschuh, especie de mediación entre el receptor contemporáneo y el mundo prehispánico mesoamericano, activa una serie de códigos y registros que nos remiten a la representación de experiencias subjetivas e intersubjetivas yuxtapuestas y confluyentes en tiempo y espacio, en un permanente ejercicio de memoria y reflexión que acepta implícitamente su carácter virtual y apela a una especie de reanimación mediada y subjetiva de la memoria histórica.

De esta experiencia vicaria-literaria y de sus múltiples potencialidades simbólicas, resulta implícita otra experiencia poética quizás inesperada: tanto el lector contemporáneo como el autor, al contemplarse en el «otro» de su pasado indígena, entran en contacto con una compleja variedad de emociones, sentimientos y pensamientos que los incitan a identificarse o a fundirse con ese pasado.

En Cuatro rostros del universo Rothschuh logra una representación eficaz e impresionante del mundo prehispánico mesoamericano, una visión pictográfico-textual que implica también una amplia y rica concepción estético-filosófica del universo. Este libro muestra el dominio de una práctica literaria que logra articularse como una novedosa forma contemporánea de expresión poética. 

La cosmogonía mexica, y su vivencia con ella, le han proporcionado a Rothschuh un catalizador ideal para aportar, tanto a esa cosmogonía como a la noción contemporánea del mundo mesoamericano, una carga poética multiplicadora de sentido. Y esto no sólo implica una redimensión escritural de las imágenes o de la fuerza visual que suscitan los glifos e ideogramas de los antiguos mesoamericanos, sino también la significativa ruptura de un poeta contemporáneo con las formas tradicionales de concebir el tiempo, la historia, y quizás también la poesía.

Cuatro rostros del Universo.
Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 
Editorial: Congreso del Estado de Chiapas.
Año de edición: 2014.

Erick Aguirre

Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española. Artículos de Erick Aguirre