El año 2018 comenzó en enero de 1990

Francisco Larios
+ posts

El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

Artículos de Francisco Larios

Y si temían tanto, ¿por qué desarmaron a los campesinos?

Una compatriota exilada se ha tomado el tiempo (lo cual agradezco y respeto mucho) de responder a mi comentario sobre los pactos en que las élites nicaragüenses comercian con los derechos humanos de sus compatriotas. 

Mencioné, entre otros, el de Antonio Lacayo (en representación de su suegra, la recién electa Presidenta de Nicaragua, Sra. Violeta Barrios de Chamorro) y el dictador Daniel Ortega, archivado bajo el generoso eufemismo de “Protocolo de Transición” de 1990.  Quizás no sea, me sugiere algo dubitativa nuestra compatriota, un pacto tal, porque “¿Qué poder real de negociación tenía Lacayo/Chamorro, más allá del membrete de la Presidencia?”. 

He querido dar mi punto de vista sobre este tema, porque me parece que es tan actual como la tragedia que vive Nicaragua en el 2021, y porque creo que hay un hilo conductor entre esta y los eventos de 1990, y que entenderlos puede ayudarnos– a la manera de un hilo de Ariadna – para acabar con el Minotauro y escapar del laberinto. En suma: el de Lacayo con el Genocida (de entonces y de ahora) fue un pacto más en la funesta plaga de componendas ruinosas que las élites han impuesto a nuestra nación; que Ortega, como de costumbre, haya tenido la astucia y la sangre fría suficiente para ganarles en el tablero a sus contrincantes, y conseguir la mejor mitad de la manzana, es aparte. 

Pido al lector considerar, en el resto de esta breve nota, mi razonamiento, el cual pretende ser, no una defensa de la guerra, sino un examen de la historia de las luchas por el poder en Nicaragua.

1990

El FSLN, especialmente el orteguismo que ya desde entonces era su fuerza dominante, salió muy golpeado de una elección en la cual sufrió la derrota que no esperaba (por eso había aceptado las condiciones de observación que aceptó).  Pero como el matrero tiene el instinto que tiene, aunque no sea, de otra forma, muy sofisticado, se aseguró de que el desarme fuera unilateral, de que los Contras entregaran sus rifles, mientras el Ejército mantenía incólume su núcleo político-militar, enviando a retiro más que todo a los conscriptos, y de hecho haciendo negocios con las armas restantes. De esos negocios salieron semillas muy fructíferas, que arborizaron el mercado de bienes raíces y el sector bancario de Nicaragua, la bolsa de valores de Nueva York, y el cómodo retiro de ciertos próceres de la nación a quienes la nación no puede jamás olvidar. No debemos pecar de ingratos.

<<…el fondo del asunto no es de valentía o miedo, sino de prioridades.  A la facción de la oligarquía que llegó al Ejecutivo en 1990 (la misma que dirige actualmente “el juego”), nunca le ha parecido de demasiado valor el Estado de Derecho, ni la democracia.>>

El muy nicaragüense hábito de celebrar las derrotas

El desarme de la fuerza contraria al Ejército Sandinista fue ingenuamente celebrado, no faltaba más, como un triunfo cívico. Un grito emocionado de << ¡Ah, gracias a Dios, enterramos las armas! >> que grabaría, para siempre, la imagen de hacedora de paz de doña Violeta Barrios de Chamorro.  No puedo saber si ella estaba o no en ese momento consciente de todas las implicaciones de tal gesto, que a la distancia ilusionaría a cualquier ser de buena voluntad que quisiera creer en la reconciliación.  Es probable que no.  Muy probablemente el detalle se les haya escapado también a otros cerebros de la oposición. No en vano el “comandante” ha seguido sumando victorias, como él se jacta (y pronostica).  

Sea como fuere, Ortega quedó entonces con el monopolio de las armas, dirigidas por su hermano Humberto. Es decir, el gesto cívico fue más bien un acto que, en el mejor de los casos, merecería un monumento muy triste a la ingenuidad, y que costó, en meses y años subsiguientes, la vida de cientos (o miles) de campesinos ligados a la Contra, que cayeron asesinados en la tiniebla del gobierno desde abajo, de las fuerzas siniestras del orteguismo. 

Nada de esto era inevitable

En el momento de mayor debilidad de Daniel Ortega dentro del FSLN, y del propio FSLN, con representantes poderosos del mundo en Nicaragua, vigilando el proceso, (porque tenía en ese momento importancia regional y mundial), permitieron que Humberto Ortega se quedara a cargo del poder militar, la única institución de poder real del país. [¡¿Qué creían que ocurriría después, la fundación de una nueva Suiza centroamericana?!]

Que no hayan estado dispuestos a enfrentarse a los Ortega, con el mayor respaldo político mundial que pudo haber jamás existido (no existe, por ejemplo, hoy en día) para establecer la transición a un Estado de Derecho en Nicaragua, no debe verse como una inevitabilidad. No es Dios el culpable, ni es el destino inmutable, sino la incompetencia política de las élites, y el hábito de compra y venta que siempre exhibe esta facción de la oligarquía, en pleno despliegue cada vez que hay conflictos, como ahora. 

<<…que Humberto Ortega y su pandilla de rufianes haya “golpeado la mesa” no puede ser excusa para haberles entregado el país, para haber dejado indefensa a la población, y condenar a la mayoría de los nicaragüenses a la pena que sufren desde entonces.>>

El famoso “golpe de mesa” de los Ortega

Y si temían tanto, ¿por qué desarmaron a los campesinos? Dejando de lado la asimetría de preocupación que vuelve a aparecer—tema recurrente en nuestra historia– entre el resguardo del pellejo oligárquico y el del pueblo de los barrios y comarcas, también hay que estar claro de que es mejor no entrar a luchas para las cuales uno no tiene suficiente espina dorsal. 

Aceptémoslo: no todos somos igualmente valientes. Cada quién es cada quién. ¿Recuerdan aquello que aparentemente gustaba decir Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, que “cada quién es dueño de su propio miedo”?  Pues bien, yo diría que si uno, como dicen los gringos, no gusta del calor, debe salirse de la cocina.  Si entraron a la lucha, presuntamente en representación del pueblo democrático, contra una pandilla conocida por su carencia de escrúpulos y humanidad, lo hicieron a sabiendas, y no tenían derecho a sacrificar a sus presuntos representados “por temor”: que Humberto Ortega y su pandilla de rufianes haya “golpeado la mesa” no puede ser excusa para haberles entregado el país, para haber dejado indefensa a la población, y condenar a la mayoría de los nicaragüenses a la pena que sufren desde entonces.

¿Importa el Estado de Derecho? ¿Importa la libertad?

De todos modos, yo más bien pienso que el fondo del asunto no es de valentía o miedo, sino de prioridades.  A la facción de la oligarquía que llegó al Ejecutivo en 1990 (la misma que dirige actualmente “el juego”), nunca le ha parecido de demasiado valor el Estado de Derecho, ni la democracia. Están siempre dispuestos a buscar el acomodo. Lo hicieron entonces, lo han hecho siempre, lo siguen haciendo.  

Los resultados de que hagan, y de que los dejemos hacer, están a la vista.  Cientos de miles de nicaragüenses despojados del país que es ancestral y emocionalmente suyo; otros, asesinados; otros, torturados; otros, presos injustamente; y la mayoría de nuestros compatriotas, sin esperanza. 

Todo este sufrimiento tiene padres y padrinos, madres y madrinas. ¿Quieren saber sus nombres? Hay algunos ya fallecidos, como Toño Lacayo, personaje de este artículo. Para encontrar el resto de la lista no hay más que ver las noticias y leer los nombres de quienes “dirigen” la marcha hacia nuevos pactos, y hacia nuevas “victorias”.

Si no aprendemos esta lección, el futuro de Nicaragua será de una oscuridad cerrada a toda luz.

Francisco Larios

El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org. Artículos de Francisco Larios