Guillermo Goussen, nel mezzo del cammin
Erick Aguirre
Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Ítaca miserable que él siempre se resistió a comprender, aún con la muy probable conciencia de su grotesca belleza, de su ruda y a la vez candorosa naturaleza. Tal vez por eso siempre postergó el retorno. Tal vez por eso tantas exaltaciones, iras, tristezas y dolorosas felicidades que esa Ítaca imperfecta deparó a su siempre incómodo espíritu, a su siempre insatisfecha necesidad de perfección, que en el fondo, pienso ahora, no era más que una simple demanda humana de coherencia.
Autor riguroso y perfeccionista de cuentos y novelas, Goussen condujo talleres literarios en México y España, donde ganó el XXII Concurso de Relatos Ciudad de Zaragoza. Decía regocijarse por la suerte de tener muchos amigos, aunque era reacio, agresivo más bien, frente a lo que llamaba mafias o falansterios, fueran estos literarios, políticos o de cualquier índole. También frente a la miserabilidad de espíritu, que podía detectar aun en sus amigos, y eso lo llevaba a prolongados y sentidos distanciamientos.
Publicó dos novelas: Hombres de letras (2002) y Como Cuba libre (2012), con la que ganó en Nicaragua el Premio Nacional de Literatura María Teresa Sánchez. Publicó también un libro de relatos, Mujeres que matan (2008), que tuve el honor y el fraterno agrado de presentar en Managua, durante su última visita a la Ítaca de sus desvelos.
Deja inéditos, según entiendo o según puedo deducir hasta ahora de lo que él mismo comentaba a sus amigos, el libro de relatos titulado Plaza Garibaldi, y dos novelas: Vas al cielo y vas llorando, y Ausencia de paraíso.
HOMBRES DE LETRAS
Cuando el Centro Nicaragüense de Escritores publicó Mujeres que matan, Goussen llegó a Managua después de muchos años de ausencia. Entonces me obsequió un ejemplar de Hombres de letras, su primera novela, que leí sin tropiezos, quiero decir: sin encontrar obstáculos o zonas escabrosas que perturbaran una lectura disfrutable pero atenta a numerosos asombros que, valga decir, no eran sólo producto de su factura, de su bien ensamblada forma, sino también de su bien encauzado sentido, de sus interesantes y con frecuencia divertidos diálogos, de la inteligente y en apariencia desgairada profundidad de sus guiños, alusiones, alegorías y sarcasmos.
Novela faulkneriana, Hombres de letras está construida narrativamente a través de diversas voces, momentos y planos, que en conjunto y en el orden preciso resultan en eso que hemos acostumbrado a apreciar como buenas novelas. Solo el título es ya, en primera instancia, una ironía, porque junto a toda la novela es un homenaje o una recreación iluminada de la vida cotidiana de un grupo de hombres y mujeres literalmente consagrados a las letras, pero no necesariamente «hombres de letras».
Los protagonistas y personajes no son precisamente ese tipo de seres que tal acepción, de arraigo decimonónico, podría hacernos imaginar tras una impresión apresurada: señoras y señores respetables y admirados por su dedicación a algún tipo de oficio honorable relacionado con la lectura o la escritura.
No. Se trata de hombres y mujeres cuyas vidas o circunstancias personales aglomeradas alrededor de su trabajo cotidiano, literalmente dieron vida a una de las últimas y más importantes instituciones editoriales de América Latina: la Imprenta de la Universidad Nacional Autónoma de México. Antes, por supuesto (quizás inmediatamente antes), que ese mundo de planchas, tinta, papel y cajones sucumbiera definitivamente al aluvión global digital y supertecnológico.
MUJERES QUE MATAN
Una vez disfrutada Hombres de letras y conociendo la pericia del autor, la lectura de Mujeres que matan, evidentemente, no me deparó tantas sorpresas respecto a su calidad literaria, pero sí me hizo pensar en la voluntad, digamos monográfica, de algunos autores cuando reúnen textos aparentemente autónomos en un volumen que a todas luces proyecta desde sus distintos sentidos una intención de unidad, o al menos de correlación.
A eso intenté referirme, con ánimo de debate, en su presentación: al hecho de que Mujeres que matan es un conjunto de relatos agrupados por una suerte de consanguinidad temática, por una conexión deliberadamente escogida por el autor, que al hacerlo asume el reto de otorgarle al volumen una especie de invisible o inefable coherencia.
Sin llegar a ser una novela, el libro posee un espíritu de unidad y correlación suficiente como para apreciar en él una visión amplia, acuciosa, a veces prejuiciada pero en general extrañada, fascinada y perpleja ante el objeto de obsesión de los textos que contiene: la mujer, ese “continente desconocido” para el machismo obtuso que casi inevitablemente se incrusta en nuestra forma cotidiana de ver y comprender el mundo. Incluyendo en esta apreciación, supongo, al propio Goussen y aun a mí mismo.
Pese a ser en cierta medida autobiográficos y aparentemente realistas, los cuentos de este libro no sólo muestran la virtud de toda buena pieza literaria de sustraernos del mundo real para arrastrarnos a los mundos paralelos de la ficción, sino que nos sumergen de lleno en el complejo universo de las relaciones con el “otro” sexo.
Mujeres que matan contiene once narraciones que nos describen, desde diversas perspectivas, momentos en la vida de una serie de mujeres a su manera fatales. Y si antes hablé de la visión «monográfica» con que presumo se escribieron y agruparon estos relatos, es precisamente porque todos aluden a esa asociación de fatalidad que solemos atribuir a las mujeres que nos atraen y en cuyo vértigo de fascinaciones y contradicciones con frecuencia nos dejamos arrastrar.
Pero no hay aquí mujeres fatales como las del cliché literario o cinematográfico, sino mujeres normales que desde sus distintos estratos nos muestran la misteriosa comunidad de sueños, pasiones e intereses que las caracterizan. Las distintas perspectivas de las voces narrativas en cada uno de los cuentos sugieren el esfuerzo del autor por establecer cierta distancia respecto al objeto-mundo narrado: el femenino, en conflictiva y a la vez seductora relación con personajes masculinos emblemáticos.
El hecho de que casi la mitad de los relatos prescindan de la narración omnisciente y en ellos el autor se arriesgue a apropiarse de la voz narrativa de diversos personajes, especialmente algunas mujeres, nos ofrece una idea del balance logrado en el libro en lo relativo al inevitable prejuicio en que frecuentemente incurrimos al abordar las relaciones intersexuales.
Lo digo porque hay quienes consideran particularmente difícil, en narrativa, hablar desde la voz de una mujer y transformarse como autor masculino en un Yo femenino. Algo a lo que Goussen se atreve en este libro con abierto desenfado.
En los cuentos “Mujer que mata” y “Playa del amor”, por ejemplo, y en los diálogos o el desarrollo de los personajes femeninos en el resto de los cuentos, cuando el narrador se cuela sutilmente en la mente del personaje, produciendo esa especie de falso monólogo interior que en realidad está siendo conducido por el narrador, Goussen le presta voz a la feminidad y al final logra salir a tiempo de una peligrosa dicotomía.
COMO CUBA LIBRE
Por eso resulta interesante que el rasgo «postmoderno» de la metaficción en su novela premiada, Como Cuba libre, sea o esté ordenado «desde fuera» y mientras la novela misma se está escribiendo, por un personaje femenino que resulta central: la madre de Ulises Santamaría, el protagonista, alter ego gousseano que como el otro Ulises vive atormentado por la nostalgia de su Ítaca (León de Nicaragua), rumiando los más minuciosos y detenidos recuerdos de una época y unos lugares que se proyectan mezclados, sobrepuestos, superpuestos o secuenciados a través de un universo aparentemente fragmentario o caótico, pero que en perspectiva, desde una inteligente lectura, se nos muestran nucleados alrededor de un sentido o unos sentidos que con toda seguridad fueron largamente premeditados.
Personajes entrañables cuyas voces narrativas reverberan polifónicas en la memoria de Ulises y se cuelan en las cartas a su madre, que a su vez las retorna desdobladas y más puras en las suyas. Tiempos y lugares recorridos como en sueños: el surgimiento de una nueva y frustrada generación en la entonces ya larga lucha contra la dictadura de los Somoza; boxeadores, héroes anónimos de barrio, conspiraciones, insurrecciones, la guerra y la violencia que por tanto tiempo han sido el destino trágico de los nicaragüenses, se proyectan en esta novela como viejas piezas cinematográficas.
Una novela que sin duda no tuvo competencia en la disputa por el premio que en aquel año mereció. Lo digo porque hubo quien quiso poner en duda su legitimidad. El jurado estuvo integrado por los escritores y críticos Rosario Aguilar, Jorge Eduardo Arellano, Nidia Palacios, Isolda Rodríguez y Roberto Aguilar, y su decisión fue, según recuerdo, unánime.
Evidentemente no había, creo yo, en aquel momento, ningún narrador nicaragüense vivo, con excepción de Sergio Ramírez, capaz de escribir una novela igual de buena o mejor que Como Cuba libre, cuya publicación y distribución fue motivo de muchas molestias para Goussen, que siempre se pronunció inconforme con la lentitud y la poca visión editorial del Banco Central, cuyo programa cultural estuvo a cargo del premio. Por varios años insistió, hasta que logró obtener buena parte de los ejemplares impresos, y luego encontró editor para una segunda edición en México, en el año 2015.
Porque nunca se callaba, Goussen, y siempre estaba «chingando» por lo que veía o leía y no le gustaba. Con toda razón, debo decir; aunque esa razón pese tanto cuando se debe flotar (con la nariz tapada y evitando hacer olas) en esa marejada de relaciones que prevalece en los mundillos de apariencia, donde navegan presumidos, haciéndose los interesantes, algunos escritores y muchos no escritores en cualquier aldea o aun en las cosmópolis; en democracia o en dictadura. Hoguera de vanidades que Goussen contemplaba y seguro aún contempla, irónico, molesto o regocijado, pero siempre a prudente distancia, como Alighieri nel mezzo del cammin: observando de la mano de Virgilio a tantas almas conocidas ardiendo entre las llamas.
Mayo de 2020 (año de la peste).