La novela nicaragüense (Recuento somero de su registro y sus actuales tendencias)
Erick Aguirre
Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Empecemos por lo más reciente. Resulta interesante, por ejemplo, que en la última década del siglo veinte y en la primera del siglo veintiuno el número de novelas de autores nicaragüenses se haya incrementado significativamente. De acuerdo a un estudio inédito de Luis Alberto Tercero (2008), al que tuve acceso durante la tutoría de una tesis de maestría en la Facultad de Educación e Idiomas de la UNAN-Managua, y al que he agregado algunos hallazgos propios, en la primera década del presente siglo en Nicaragua se publicaron un total de 47 novelas.
Partiendo de los diversos puntos de lo que podríamos llamar su preocupación reflexiva o temática, se podría decir que, siguiendo la tradición, nuestros actuales escritores de novelas continúan intentando recrear literariamente la Historia, tanto la contemporánea como la remota. Sin embargo, salvo poquísimos casos esto no quiere decir que estén haciendo del arte de novelar una simple ambientación de documentos o de hechos históricos, pasados y presentes, ni que estén abusando del recurso histórico documental como un sustento de verosimilitud en sus relatos.
El enfoque y las formas de representación utilizadas por estos autores, en general, parece intentar retratar y develar las vivencias de una sociedad urbana de la periferia mundial, como es la de Nicaragua, con todo lo que ello implica; y es interesante notar que, en ese proceso, muchos aspectos de la cultura popular sigan presentes y ejerzan una influencia significativa en las voces y el comportamiento de los personajes en cada novela.
¿TIERRA DE POETAS?
Afortunadamente, el concepto, o más bien el estereotipo que por años ha tenido a Nicaragua como “tierra de poetas”, ha evolucionado gracias a algunos trabajos de investigación acerca de la novela nicaragüense y al desarrollo mismo del género en el país. Bien que mal, los novelistas nicaragüenses han salido adelante y han ido rompiendo esquemas y estableciendo nuevos paradigmas.
Los principales factores que históricamente han afectado la práctica, el estudio y la difusión de la novela nicaragüense durante sus primeros periodos de desarrollo y aun posteriormente, fueron evidentemente la ausencia de un mercado editorial suficientemente desarrollado, el poco o casi nulo fomento estatal de la lectura y la falta de estímulos para los escritores que estuvieran dispuestos a emprender la escritura de novelas, un género arduo y exigente que implica un grado de concentración y dedicación mayor que otros en la literatura.
Sin embargo, en los últimos tiempos la evolución de estos problemas no ha obstaculizado de forma tan significativa la producción novelística en Nicaragua. Lo evidencian los estudios que citaremos más adelante en este artículo. Por tanto, finalizado el mismo tendremos suficiente fundamento para afirmar con optimismo que el surgimiento y el auge novelístico provocado por el trabajo de los novelistas nicaragüenses contemporáneos, está animando a nuevos aspirantes a aventurarse en el género.
De hecho, la segunda mitad de los años ochenta y particularmente los años noventa fueron caracterizados como las décadas de auge (en el estricto contexto de la literatura nicaragüense) de la producción narrativa, especialmente por la extraordinaria publicación de novelas en la década noventa. Sin embargo, resulta notable que en las primeras décadas del presente siglo ese patrón permanezca. Como veremos con detalle más adelante, y según las investigaciones a las que he recurrido, solamente entre los años 1980 y 2000 fueron publicadas alrededor de 50 novelas de autores nicaragüenses.
El auge de la novelística, desde el año ochenta hasta nuestros días, probablemente ha obedecido, entre otros factores, a los cambios estructurales en nuestra sociedad, es decir que cierto desarrollo de la educación (aun con sus deformaciones y retrocesos), los avances mundiales de la ciencia, la revolución tecnológico-mediática y otros variados factores han contribuido de gran manera en este proceso.
Particularmente considero que en este nuevo contexto, en nuestra novelística se está abriendo paso una nueva forma de asumir los dinámicos y cambiantes contextos socio-culturales del presente. Esto se traduce en una nueva percepción del mundo, en una nueva forma de abordar desde la ficción y con suficiente verosimilitud, en términos literarios, los temas que más recurrentemente se hacen presentes en el imaginario nicaragüense; lo cual da paso a la creación de mundos novelísticos en donde las fronteras entre lo mítico y lo real, por ejemplo, alcanzan niveles de mayor envergadura.
ESTUDIOS PRECEDENTES
Hasta finalizar el siglo veinte, las más importantes obras de registro, estudio e investigación acerca del desarrollo de la novela nicaragüense eran: Función y desarrollo de la novela en Nicaragua: 1893-1977, tesis doctoral en University of Maryland (1989), de Amelia Mondragón; Antología de la novela nicaragüense (1989), de Nydia Palacios, y La estructura de la novela nicaragüense (1995), de Nicasio Urbina; a las que se debe agregar la rigurosa atención que Jorge Eduardo Arellano le dedicó al género en las sucesivas ediciones de su Panorama de la Literatura Nicaragüense (1961 y ss.), revisado, ampliado y titulado en las más recientes ediciones como Literatura nicaragüense (1999 y ss.).
Lamentablemente no me ha sido posible tener acceso a la tesis doctoral de Amelia Mondragón, que sin duda debe brindar aportes importantes sobre el desarrollo de nuestra novela en buena parte del siglo veinte. Por su parte, Nydia Palacios publicó, en 1991, un ensayo que deviene en la ampliación de su introducción a la Antología de la novela nicaragüense. Se trata de “La novela nicaragüense en el siglo XX”, una amplia revisión de la novelística nicaragüense desde las primeras décadas del siglo hasta los inicios de los años ochenta.
Palacios brinda un panorama general y se detiene en el análisis de algunas novelas que considera más significativas. Aunque algunas son objeto de anotaciones más detenidas que otras, especialmente las obras de Hernán Robleto, Bayardo Tijerino, Sergio Ramírez y Rosario Aguilar. Sin someterse a un esquema determinado, Palacios destaca los valores humanos, históricos y lingüísticos de una amplia cantidad de obras, señalando también el marco histórico y político en que se escribieron y publicaron, estableciendo su vinculación con sus mundos narrativos.
La revisión analítica de Palacios comienza con El último filibustero (1933), de Pedro Joaquín Chamorro Zelaya, y concluye con las notas de lectura de la novela Timbucos y calandracas (1982), de Jorge Eduardo Arellano. En resumen, Palacios afirma con razón que la novela nicaragüense de ese periodo constituye un valioso aporte a la narrativa centroamericana moderna. Afirma también que la novela nicaragüense es “un trasunto de nuestra realidad”, y que necesariamente se debe recurrir a ella para acceder al profundo conocimiento de nuestra Historia.
En La estructura de la novela nicaragüense Nicasio Urbina lleva a cabo un estudio sistemático y puntual de algunas de las novelas más representativas de la literatura nicaragüense. El trabajo de Urbina es de especial significación, puesto que estudia con detenimiento la forma estructural de la novela nicaragüense desde su texto fundacional hasta algunas de las más importantes publicadas a lo largo del siglo XX.
Entre otras cosas Urbina analiza también el tipo de orden en el que se presenta la narración en cada una de las novelas tratadas, así como la manera en que sus autores solucionan los problemas de tiempo, frecuencia y duración; también analiza el modo en que dichos autores presentan sus narraciones y las voces que utilizan para desarrollarlas. Sin embargo, pese a su minuciosidad, el análisis de Urbina en realidad no pretende profundizar en las formas de representación y relaciones de significación de las obras tratadas. Su preocupación está más determinada a investigar qué tipo de narradores se ha usado con más frecuencia y cómo se ordenan las novelas objeto de su estudio.
No deja de ser significativo, sin embargo, el hecho de que Urbina concluya que el estudio sistemático de la estructura de la novela nicaragüense sea uno de los pasos fundamentales para lograr una verdadera y cabal comprensión de su desarrollo como género; es decir: de sus logros, alcances y limitaciones; en fin, de su lugar en la historia de la narrativa latinoamericana y mundial.
Desde una perspectiva más historiográfica, aunque con evidentes alcances críticos, el más importante y completo trabajo de investigación, registro y sistematización de la novela nicaragüense fue realizado y publicado por Jorge Eduardo Arellano. Es apenas el primer tomo de una obra imprescindible y un aporte fundamental para la historiografía literaria: La novela nicaragüense: Siglos XIX y XX (2012).
Es necesario subrayar que esta investigación derriba las equivocadas suposiciones acerca de que la novela ha sido un género árido o muy poco cultivado en la historia literaria de Nicaragua, aunque ya otra sistematización del alemán Werner Mackenbach y del australiano Edward Waters Hood («La novela y el testimonio en Nicaragua: una bibliografía tentativa, desde sus inicios hasta el año 2000». Revista Istmo, 2001), que como investigación «en progreso» registra más de doscientas obras, desde inicios del presente siglo había empezado a contribuir al derribamiento de esa falsa suposición.
Lo cierto es que en total son 234 novelas registradas y sistematizadas por Arellano en su investigación, no todas publicadas ni todas escritas por nicaragüenses, y algunas, según apunta el autor, no completamente logradas como novelas; además de incluir algunos testimonios y autobiografías o biografías noveladas, cuya definición genérica es relativa.
En este primer tomo se registran y sistematizan 117 textos, la mayoría brevemente reseñados, aunque otros, de acuerdo al grado meritorio considerado por el autor, son objeto de un riguroso y detenido trabajo de exégesis. El abarcamiento cronológico de este primer tomo alcanza hasta la última novela publicada en 1959, es decir que abarca la primera mitad completa del siglo veinte.
Para los propósitos de este artículo hubiera sido útil contar con el segundo tomo, aún inédito, puesto que nos hubiera permitido acceder al registro preciso y a una valoración historiográfica y literaria de las novelas nicaragüenses de la última década del siglo veinte, que en mi opinión constituye un importante precedente.
Sin embargo, Arellano adelanta en el primer tomo una cronología de la novela nicaragüense en la que se enlistan las 234 novelas que abarcarían los dos tomos de la obra, y en la que se registran las novelas publicadas en los años noventa del siglo veinte, que son un total de 37, es decir, la mayor cantidad de novelas publicadas en una década durante los dos siglos de desarrollo del género en Nicaragua.
ÚLTIMAS DÉCADAS DEL SIGLO VEINTE
En el “Proemio” al primer tomo de su estudio, Arellano no solo apunta que en la última década del pasado siglo veinte la novela nicaragüense tuvo un repunte significativo, sino que agrega que dicho repunte fue continuado en la primera década del siglo veintiuno (pag.10).
Arellano reconoce además que, en buena parte, las numerosas novelas publicadas a partir de 1990, fueron también tomadas en cuenta por Werner Mackenbach en Die unbewohnte Utopie. Der nicaraguanische Roman der achtriger un neunziger Jahre (2004), un libro publicado en lengua alemana, cuyo título en castellano se leería como La utopía deshabitada. La novela nicaragüense de los años ochenta y noventa.
Acerca de este libro y los comentarios de Arellano sobre el mismo, debo recordar que ya en otros artículos he subrayado las afirmaciones de Mackenbach, tanto en ese como en otros trabajos, acerca de que la novela es actualmente el género literario preponderante en Nicaragua. Mackenbach advierte además que la novelística nicaragüense de las últimas décadas debería ocupar un lugar legítimo en los estudios hispánicos internacionales.
En “La novela nicaragüense: años 80 y 90” (El Nuevo Diario, 17/07/2009), Arellano concede el mérito a Mackenbach de haber hecho el análisis más completo sobre las novelas escritas por nicaragüenses en las décadas de los ochenta y noventa. En su estudio Mackenbach dedica su atención a 96 novelas nicaragüenses publicadas en dicho periodo; pero Arellano objeta esa cifra y señala que el concepto de novela de Mackenbach resulta en este caso demasiado flexible, pues abarca desde el testimonio y la autobiografía hasta el reportaje periodístico; aunque en su más reciente estudio el mismo Arellano incluye testimonios y biografías.
En la lista adelantada en el primer tomo de su estudio, Arellano muestra 13 novelas publicadas durante la década ochenta, es decir, la menor cantidad de novelas publicadas en una década durante los siglos diecinueve y veinte. En la misma lista, Arellano registra 37 novelas publicadas en la década noventa, que es, curiosamente, como dije antes, la mayor cantidad de novelas publicadas en una década durante los mas de dos siglos de existencia del género.
A esa cantidad debo agregar, con algo de inmodestia como autor, mi novela Un sol sobre Managua (1998), omitida por un lapsus involuntario de Arellano en su lista, y que, según él mismo ha prometido, será agregada en la edición del segundo tomo de su estudio, donde se incluirá de nuevo la lista.
Esto nos da un total de 38 novelas. Pero aun teniendo en cuenta las dudas de Arellano respecto al criterio de clasificación genérica utilizado por Mackenbach y Waters Hood, se debe señalar que en las últimas dos décadas del siglo veinte se publicaron aproximadamente 50 novelas, casi la misma cantidad registrada por Arellano en su investigación.
Tomando en cuenta la bibliografía tentativa de la novela y el testimonio nicaragüenses, desde sus inicios hasta el año 2000, realizada por Mackenbach y Waters Hood, debemos subrayar también el hecho de que ambos autores hayan justificado su criterio de selección alegando la borrosidad de contornos entre el género testimonial y la novela (que es lo que Arellano interpreta como “flexibilidad”), y en cierta medida apelar al papel destacado que ha desempeñado el testimonio en la literatura nicaragüense contemporánea.
Partiendo de los estudios de Arellano, Mackenbach y Waters Hood, se puede afirma que es a partir de la década de los noventa del siglo veinte que se inicia verdaderamente un auge de la producción novelística en Nicaragua, como resultado, en mi opinión, de cambios estructurales en la sociedad, entre los que se puede mencionar el incremento en la alfabetización de un gran sector de la población que hasta los años ochenta no accedía a la misma; la creación de un sistema nacional de educación más abierto, entre otros factores. Un panorama que debía haber mejorado en las siguientes décadas, con el fin de la guerra y una cierta estabilización política que a fin de cuentas no logró sostenerse
Hasta la década noventa del siglo veinte ese panorama venía mostrando una superación progresiva de buena parte de los factores extraliterarios que, antes de ese periodo, obstaculizaban la creación, divulgación y recepción de textos novelísticos no sólo en Nicaragua, sino en toda Centroamérica: alto índice de analfabetismo, bajos ingresos per cápita, inestabilidad política, penetración del mercado nacional con productos extranjeros, regímenes dictatoriales, censura, exilio, carencia de editoriales y de una crítica literaria establecida; agregando a ello la ingente necesidad de analizar el pasado para entender el presente y abrir nuevas opciones para el futuro; factores que al fin y al cabo son indispensables para el desarrollo de una narrativa moderna.
Podemos ver, pues, que los estudios e investigaciones arriba mencionados, contradicen el discurso o el estereotipo que hasta hace poco sostenía la presunta ausencia de una real tradición novelística nicaragüense, proclamando historiográficamente el dominio absoluto de la poesía en nuestro ámbito literario. La producción novelística en los años ochenta y noventa contradice la afirmación generalizada de la falta de una auténtica novelística nicaragüense. A partir de la segunda mitad de la década de los años ochenta y especialmente en los años noventa, la novelística ha ocupado un lugar destacado en la literatura nicaragüense.
En este punto hay que tomar en cuenta que desde los años setenta la narrativa fue dominada por el testimonio, y a partir de finales de la siguiente década vivió un proceso de ampliación y enriquecimiento en cuanto a temas, formas y técnicas, especialmente en la novelística. Todo esto se produjo a la par de profundos cambios sociopolíticos, lo que puede llevarnos a suponer que la novela se ha convertido en el género más apto para expresar tales transformaciones, y también el de mayor riqueza en cuanto a posibilidades expresivas.
PRIMERA DÉCADA DEL SIGLO VEINTIUNO
Luis Alberto Tercero Silva es el único crítico o investigador que hasta la fecha ha emprendido una clasificación de la novela nicaragüense en la primera década del siglo veintiuno. Sin embargo, como ya señalé arriba, su estudio, titulado La novela nicaragüense contemporánea: 2000-2008, permanece inédito. Tercero parte de un fragmento del discurso de ingreso del escritor Sergio Ramírez como miembro de la Academia Nicaragüense de la Lengua, el 15 de mayo de 2003.
Ramírez afirma allí que Rubén Darío, al fundar la literatura nicaragüense, creó en la poesía y en la prosa dos vertientes de pareja dimensión, pero que los nicaragüenses nos hemos reconocido más en la herencia poética, agregando que el magisterio de Darío no dio paso a una escuela de narradores como la que se desarrolló en poesía. Según Ramírez, este fenómeno de desajuste se debe al hecho de que Darío imprimió una marca literaria desproporcionada a la atmósfera cultural nicaragüense, convirtiéndola en una “tierra de poetas”.
Sin embargo, apoyado en los estudios y confirmando los datos de Nydia Palacios, Mackenbach y Waters Hood que ya hemos citado, Tercero afirma que la producción novelística en Nicaragua en realidad “no ha sido pobre en número, como popularmente se piensa”. Esos datos revelan, según Tercero, que “en las últimas décadas ha habido una tendencia sostenida de gran volumen de producción”. Motivado por esta convicción, Tercero procedió a realizar su indagación sobre la producción novelística de escritores nicaragüenses entre el año 2000 y el 2008, producto de la cual pudo contabilizar la publicación de 45 novelas de variada calidad, escritas por 31 autores diferentes.
A la contabilidad de Tercero, y pecando otra vez de inmodestia, he agregado dos obras que sin duda involuntariamente escaparon al escrutinio del autor: mi novela Con sangre de hermanos (2002), y Persia, el espectacular Imperio (2000), de Napoleón Alvarado Narváez, que inicialmente fue traducida y publicada en inglés, en Estados Unidos, y tuvo dos posteriores ediciones en español (2004 y 2008), en Nicaragua. Estos agregados dan un total de 47 novelas, lo cual significa que la cantidad de novelas publicadas por década ha aumentado en más de una decena desde la década noventa del siglo veinte.
Eso significa también que la primera década del 2000 pasa a erigirse como la de mayor publicación de novelas en los casi dos siglos de existencia del género en Nicaragua: un total de 47. Aún más, si relacionamos la cantidad de novelas publicadas en las décadas ochenta y noventa (un total de 97) con las 235 publicadas durante los siglos diecinueve y veinte, concluiremos que, en apenas dos décadas, se está registrando casi el 50% de la cantidad de novelas publicadas a lo largo de doscientos años; lo cual implica un ritmo inusitadamente dinámico de crecimiento.
Tercero clasifica las novelas publicadas en esta primera década del siglo veintiuno en dos grandes grupos: novelas del desencanto y novelas del no desencanto, pero también establece una sub-clasificación, tomando en cuenta la temática abordada, que a su vez las divide en: novelas sociales, novelas históricas, novelas intimistas, novelas de aventuras y otras.
El estudio de Tercero es minucioso en cuanto la cuantificación del registro, pero además agrega una serie de análisis y valoraciones a algunas de las novelas registradas en su estudio. Después de realizar un recuento de novelas por año durante el periodo, más las dos novelas que hemos agregado, el estudio de Tercero ofrecería como resultado un total de 47 novelas, distribuidas de la siguiente manera: cuatro en el año 2000, tres en el 2001, siete en el 2002, dos en el 2003, cinco en el 2004, cinco en el 2005, ocho en el 2006, seis en el 2007, y siete en el 2008.
Tercero detalla en su estudio que del total de novelas publicadas en la segunda década del siglo veintiuno (hasta el 2008), la mitad (22 novelas) pertenecen a la línea que él llama del desencanto, y agrega que la producción más marcada de este tipo de novelas está orientada hacia lo que llama la novela histórica (50%) y social (32%). Acerca de la otra mitad (23 novelas), afirma que, “aunque siempre la producción más marcada también está hacia la novela histórica (39%) y social (35%), aparece un mayor porcentaje de otro tipo de novelas”.
Como hemos visto, la novelística nicaragüense contemporánea muestra una imagen rica y variada, caracterizándose a grandes rasgos por las tendencias más dominantes dentro de la narrativa hispanoamericana en general. Se destacan por ejemplo obras que recurren a temáticas históricas, paralelas al auge de la Nueva Novela Histórica en América Latina.
Es claro, por supuesto, que en el caso nicaragüense la novela histórica asume un papel especial, dado el hecho de que grandes partes de la Historia del país no están escritas, o apenas se han comenzado a escribir con métodos científicos. También hay muchas novelas que recurren a los mitos y a los substratos culturales que han sobrevivido de nuestras tradiciones en las sociedades actuales; además que son novelas plausibles de leer desde las perspectivas más recientes; novelas que crean un nuevo urbanismo, y especialmente textos novelísticos con fuertes elementos mágicos y mitológicos que parecen diferenciarlas de las tendencias principales en décadas pasadas.
La novelística nicaragüense, en fin, se presenta actualmente con una interesante variedad de temas y formas que son también características de la literatura centroamericana e hispanoamericana en general, y son una prueba ineludible de que la subestimación de su desarrollo en el discurso literario dominante ya no tiene cabida. Al menos a mí, esto me lleva a comprender que, desde la perspectiva del discurso crítico-literario, ya es tiempo de tomar más en serio la novelística nicaragüense contemporánea.
Pittsburgh, marzo de 2018.