Lubna de Córdoba, en la corte de Alhakén II

María Teresa Bravo Bañón
+ posts

Lubna de Córdoba huyó de Córdoba y se exilió, posiblemente en un palacio de Carmona (Sevilla), allí murió en 984, 5 años después de la quema de la gran Biblioteca a la que dedicó su vida. De nuevo la intolerancia, como un ciclo que se repite en la historia acaba con bibliotecas, con las obras filantrópicas, con los sueños de justicia e igualdad entre los seres humanos.

“La abundancia y el desahogo dominan todos los aspectos de la vida; el disfrute de los bienes y los medios para adquirir la opulencia son comunes a los grandes y a los pequeños, pues estos beneficios llegan incluso hasta los obreros y los artesanos, gracias a las imposiciones ligeras, a la condición excelente del país y a la riqueza del soberano; además, este príncipe no hace sentir lo gravoso de las prestaciones y de los tributos”.

Ibn Hawqal, geógrafo

Nunca se hubo conocido un esplendor en Al Ándalus como en la corte de los Omeyas, ni hubo un soberano tan preparado para serlo como lo fue Alhakén II, hijo del gran Abderramán III.

Tuvo Abderramán dieciocho o diecinueve hijos varones y dieciséis hijas. De los varones solo once o doce llegaron a adultos. Su sucesor, Alhakénkénkem, nació sietemesino, el 20 de enero del 915. Como había instituido su antepasado el emir Muhámmad, su padre no permitió que los hijos varones, a excepción del heredero y del benjamín, residiesen en el Alcázar real pasada la infancia, para evitar las conspiraciones. Se les regalaba lujosas residencias y se les concedía una renta vitalicia, para que pudiesen vivir opulentamente, sin la tentación del poder político; sin cargos de poder, ni en la capital ni en las provincias​

Alhakén fue designado como heredero a los 4 años, después de la muerte del primogénito. Su designación conllevó muchos sacrificios personales para el joven y el peso de responsabilidades referentes a su cargo desde la más tierna infancia. Por ejemplo: quedaba en representación de su padre en el Alcázar cordobés cada vez que este salía de campaña militar, hecho que sucedía muy a menudo; luego empezó a acompañarlo en sus expediciones militares. A los doce años, llegó a estar al frente de las tropas, por orden paterna. En el 941, se le nombró responsable de la recaudación del Tesoro califal y de la acuñación de moneda.

Durante cuatro décadas, su padre lo obligó a vivir encerrado en el Alcázar y lo mantuvo alejado del trato con mujeres; corrían rumores sobre relaciones con muchachos y se extendió la sombra de la homosexualidad sobre él. Las fuentes vinculan este insólito trato a que probablemente su padre, Abderramán III, temía la posibilidad de que su hijo cayera bajo el embrujo y manipulación de mujeres ambiciosas y se formara una conspiración para destronarlo. Suceso casi premonitorio que no se dio en él, pero sí en su hijo, y fue el origen del final de una dinastía.

El cronista Ibn Hayyan  recogió en Muqtabis la siguiente referencia a la desdichada existencia de Alhakén, prisionero en el palacio.

“A quien [su padre] no permitió salir del Alcázar ni un día, ni dicha ocasión de tornar mujer de más o menos edad, llevando al colmo una actitud celosa (…) que  Alhakén soportó con prudencia que le impusiera, aunque ello fue una carga que, al prolongarse el reinado de su padre, agotó los mejores días de su vida, privándole de los placeres íntimos de la vida por amor de la herencia interior del califato, que alcanzó en edad tardía y con escasos apetitos.”

Abderramán también mandó ejecutar a otro de sus hijos, Abd Allah, que gozaba de fama de virtuoso, piadoso y culto; pero acusado de rebelión contra el califa, porque desaprobaba la mala conducta de su padre y sus acciones despóticas y contrarias a la justicia, por ese motivo fue condenado a muerte. Según algunas fuentes: La sentencia a ser  degollado durante la fiesta del sacrificio fue ejecutada por su propio padre, aunque ese hecho no esté contrastado y se disfrace de leyenda negra esparcida por los enemigos de los Omeyas.

Muy amargado por esta traición de su propio hijo, pasó sus últimos años en el palacio de Medina Azahara, algo melancólico. Murió en 961 y se encontró en un cofre un diario secreto donde el gran Abderramán III confesaba:

“Durante 50 años he reinado en paz y en gloria, amado por mi pueblo, temido por mis enemigos, honrado por mis aliados. Los príncipes más poderosos de la Tierra has solicitado mi amistad. Todo cuanto puede desear el hombre: poder, riquezas, honores, y placeres, lo he tenido. Pero al contar escrupulosamente los días en que he gustado de una felicidad sin amargura solo he hallado catorce en mi larga vida.”

A  los 48 años, su hijo Alhakén II, heredó el trono de su padre.

ASÍ ERA LA CÓRDOBA DE ALHAKÉN II

La corte de los Omeya llevó a Córdoba a su plenitud. Según unos cronistas, contaba la ciudad con medio millón de habitantes y más de 200.000 casas; junto a sus arrabales extramuros, caseríos y otros grupos diseminados, llegó a integrar 28 barriadas distintas. Con calles magníficamente pavimentadas, la primera ciudad de Occidente con alcantarillado, alumbrado público nocturno con luces de linternas; los jardines de sus mansiones señoriales se desbordaban en sensuales contornos y aromas deliciosos.

En sus zocos o mercados brillaban las sedas y los metales preciosos, las filigranas de artesanía, las especias de Oriente y las frutas recién importadas. En las noches palpitaban musicales sones de guzlas y añafiles.

Tenía Córdoba 600 mezquitas con sus respectivas escuelas infantiles, 80 escuelas de enseñanza superior, 900 baños públicos y 50 hospicios.

Las ciudades de Al-Ándalus alcanzaron un auge demográfico insospechado que las puso por delante de todas las demás de Occidente: Toledo, 37000; Almería, 27000; Granada, 26000; Zaragoza, 17000, Valencia; 15000, y Málaga, otros tantos.  Hay que recordar que ciudades europeas como París o Londres, eran solo grandes aldeas hediondas.

A ocho kilómetros de la capital cordobesa estaba su residencia real, el palacio de Medina Azahara. En una superficie de 112 hectáreas con 4.300 columnas, la mayoría procedentes de diversas partes del Mediterráneo. La ciudad aprovechó las condiciones naturales que el territorio ofrecía de forma excepcionalmente inteligente, destinando su parte más alta a lo que fuera la fortaleza o Alcázar Califal, en la media se situaban los salones administrativos o burocráticos con jardines y en la más baja la Mezquita y la ciudad o zoco con jardines y huertos. Según cronistas de la época, el Salón del Trono o Salón Dorado estaba decorado con arcos de marfil y ébano, adornos de mármoles, jaspe, oro y piedras preciosas; y en su centro tenía una fuerte de mercurio, que reflejaba los rayos del sol.

LA TIERRA DE LA TOLERANCIA Y LA PROSPERIDAD

El historiador Manzano Moreno, profesor de Investigación en el Instituto de Historia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y autor de La Corte del Califa, escribe:

«Córdoba fue una sociedad multicultural y en ese tipo de comunidades las gentes interactúan, los cristianos traducen al árabe los Evangelios y los judíos asimilan la cultura árabe»

Córdoba era entonces era una colmena activa donde cristianos, musulmanes y judíos convivían pacíficamente, trabajando en las almazaras las tolvas en los molinos, el cardado del cáñamo, resoplando las fraguas; ni se detenía en alfarero en su torno, ni el tejedor en su telar. Se calcula que había alrededor de 15.000 tejedores de lana y que el acero se templaba con igual perfección que en Damasco o Toledo, así como el repujado del cuero que hasta hoy se le conoce por el mismo nombre que cordobán.

Casi nadie viajaba a pie: hasta el más humilde cordobés tenía un caballo para desplazarse; pero este rey piadoso y culto además instituyó la enseñanza obligatoria para niños y niñas. Fundó 27 escuelas públicas más de las que había, en las que, a cambio de elevados salarios, los eruditos enseñaban de forma gratuita a los pobres y huérfanos. De tal forma que no había analfabetos en el califato, cuando en el resto del mundo la cultura solo se refugiaba para unas minorías en los conventos.

A este refinamiento cultural se añadió la difusión de los conocimientos a través de las bibliotecas públicas y privadas como signo de estatus social. Contribuyeron el abaratamiento del papel, invento chino que se difundió en las tierras del Islam.

Córdoba se convirtió en el centro de la intelectualidad del mundo y allí acudían los sabios de todas las ramas y estudiantes de todo el orbe conocido.

Además, acogió Alhakén a los sabios orientales que huían de la represión de los Abasidas y dedicó gran parte de su vida a cultivar el conocimiento y llegó a escribir una Historia del Al Ándalus.

El arabista Ribera puntualiza que la producción librera anual en Córdoba era de 80.000 volúmenes.

Las enseñanzas superiores, lo que equivaldría a estudios universitarios, se impartían en la gran Madraza de la Mezquita, la joya de los príncipes Omeyas. A su alrededor pululaban miles de estudiantes.

Pero si algo asombró más a los viajeros y cronistas de ese tiempo, fue la gran biblioteca del Sabio Alhakén II. Tras heredar la biblioteca de su padre y la de su hermano, añadió la suya propia, que en su momento incluyó 500.000 libros y fue considerada como una de las más importantes de su tiempo.

El mejor regalo que podían hacerle al monarca era un libro. Cada día llegaban a Córdoba obras primorosamente encuadernadas e ilustradas como regalo o compra. No pasaba día sin que se recibiese una sorpresa bibliográfica procedente de Alejandría, Bagdad, Persia, Damasco, o Mesopotamia, y al mismo tiempo acudían mensajeros copistas de todo el orbe conocido para difundir y comprar ejemplares de todo el conocimiento.

El islamólogo holandés Dozy nos relata:

«Sólo el catálogo de su biblioteca se componía de 44 cuadernos, y no contenía más que el título de los libros, y no su descripción…Y Al Hakén los había leído todos, y, lo que es más, había anotado la mayor parte… Al hakén conocía mejor que nadie la historia literaria, así que sus notas han hecho siempre autoridad entre los sabios andaluces. Libros compuestos en Persia y en Siria le eran conocidos, muchas veces, antes que nadie los hubiera leído en el Oriente»

ERUDITAS EN LA CORTE DE  MEDINA AZAHARA

En ese mundo de refinamiento cultural e intelectual aparece Lubna, aunque no es una excepción, pues en la Misma corte de Medina Azahara convivían Monza, la esclava y secretaria personal de Abderramán III, Aixa, hija de Ahmend Ben Cadí, la más bella erudita del siglo, Safia, la poetisa, Norateida, cantora y rapsoda, Fátima, hija del astrónomo y polígrafo Abul Qasim Maslama ibn Ahmad al-Mayrity. Experta en gramática y poética encargadas de la supervisión de las 70 bibliotecas que el califa fundó durante su reinado o la astrónoma cuyo nombre desconocemos; pero sí su historia, ya que el Califa, al descubrir su inteligencia, la envió a estudiar astronomía y manejo del astrolabio con Abu Qásim Sulaymán. Se había dedicado a ello con entusiasmo, dada la fascinación que sentía por la ciencia, llegándola a dominar en unos tres años, al cabo de los cuales, examinada por los sabios en presencia del califa, la puso a trabajar en un cargo de alta responsabilidad en lo que había aprendido con su maestro, el astrónomo Sulaymán, y a él  lo recompensó con un gran regalo y le duplicó la estima que sentía por él.

Sin olvidarnos de Rádiya, hermana de Alhakén, quien viajó a la Meca cumpliendo el precepto de la peregrinación, pero se quedó con su marido muchos años estudiando  con los maestros orientales en Egipto y Siria. Erudita del Corán, en leyes, y también poetisa, aunque no nos ha llegado ninguna de sus obras; pero algunos biógrafos de su tiempo aseguraron poseer algunos libros suyos. Esta mujer extraordinaria gozó de una longevidad inaudita en el siglo X, pues murió con 107 años.

En ese mundo de valoración suprema sobre la cultura, las artes y las ciencias, nació Lubna, hacia mitad del siglo X.

LUBNA DE CÓRDOBA

 «Ella (Lubna) dominó la escritura y la ciencia de la poesía, y su conocimiento de las matemáticas fue amplio y grande; dominó  muchas otras ciencias y no hubo nadie más noble que ella en el palacio Omeya».

El historiador Ibn Bashkvl

Se desconoce su fecha de nacimiento; no existen unos registros de la época que relaten su vida legendaria  Sabemos que nace en una familia esclava que trabaja en el palacio de Medina Azahara. Algunas fuentes afirman que  quizá pudo ser hija del califa y de una bordadora cristiana también esclava, u otra que posiblemente fue su amante.  Se crio entre sus muros y rápidamente destacó, consiguiendo un puesto de copista en la biblioteca.  El encargado y jefe era el poderoso eunuco Talid, que tenía un taller de escribanía con copistas, miniaturistas, iluminadores y encuadernadores.

Según las crónicas árabes, en aquella época se podía encontrar en algunos arrabales de la ciudad más de 170 mujeres letradas, encargadas de copiar los libros, un dato que da una idea de la cultura, así como del papel de las mujeres durante el reinado de este cultivado califa. Además de Lubna, la historia ha conservado el nombre de Fátima, otra secretaria de Alhakén II.

Lubna sólo ocuparía el puesto de copista y oficinista, pero desde una edad temprana desarrollaría un papel importante: organizar la  rica biblioteca de Alhakén, el Sabio. A partir de ahí, impresionó a los miembros de la realeza con su lucidez y elocuencia, ganando su libertad y el título de secretaria personal del Califa. Fue nombrada la Conservadora de su Gran Biblioteca de Córdoba, a las órdenes de Jalid ibn al-Idrisí, amigo de la infancia y confidente de Alhakén. Así que no fue poca cosa que una mujer fuera puesta a cargo de todo el saber que se acumulaba en el mundo. Famosa por su conocimiento de la gramática, la calidad y exquisitez  de su caligrafía y poesía, se le atribuyeron múltiples funciones: copista, escribiente, traductora, experta en adquisiciones de la biblioteca real, secretaria privada y matemática.

Lubna fue maestra de matemáticas. Se decía que enseñaba álgebra  y geometría  a los niños en las escuelas públicas de Córdoba y se cuenta que caminaba por las calles de Córdoba seguida por niños que le recitaban las tablas de multiplicar hasta las puertas del palacio.

LA GRAN VIAJERA, BUSCADORAS  DE LIBROS

Como parte de su responsabilidad, ella también recorrió los mercados y librerías de Bagdad, Constantinopla, El Cairo y Alejandría como ojeadora de libros, para ampliar la colección de Alhakén II. Creó un sistema de clasificación y catalogación, que incluía todos los títulos de la biblioteca y los datos sobre temáticas y sobre dónde estaba situados. Con anotaciones de su puño y letra en las que indicaba la procedencia del autor y una breve reseña de la obra.

Estableció una red de  destacados copistas en la ciudad de Bagdad, para que le reprodujeran obras que para el mundo Occidental desconocidas hasta entonces. Fue la responsable de la copia de los muchos textos importantes.

Desde la biblioteca se subvencionaba a los escritores y estudiosos de Al-Ándalus, sino de todo el mundo: cuando supo que Abu’l-Faraj al-Isfahani  había comenzado su célebre antología de poesía y canciones árabes de El Libro de cantos o Libro de canciones (Kitāb al-Aghānī) de más de veinte volúmenes, Lubna fue a comprar una copia con mil monedas de oro.

Pasaron siglos antes de que se reuniera en España una biblioteca como la suya, solo porque Alhakén II protegía a los filósofos, científicos, filósofos, y pagaba a todos los poetas, incluso a los de peor reputación.

EL FINAL DE UN SUEÑO

Alhakén II solo reinó 15 años. En los últimos años de su vida sobrevivió a una apoplejía que le dejó paralizado medio cuerpo; pero, tan enfermo, siguió gobernando con sabiduría y justicia, llegando a establecer un sistema mucho más justo en el pago de impuestos. Incrementó  también sus obras piadosas y de beneficencia, así como la ampliación de la Gran Mezquita.

Manumitió y libertó a numerosísimos esclavos, vinculó rentas y bienes al provecho de la enseñanza de niños menesterosos, estableciendo que todos los que destacaran en alguna capacidad intelectual o destreza, tuvieran los estudios superiores asegurados con los mejores y más insignes maestros y  que ningún talento se perdiera por la humilde condición de sus familias.

Al  morir en 976 el califa Alhakén II le sucedió como único heredero a su hijo Hisham, un niño de 11 años, lo que planteó un grave problema sucesorio porque la ley islámica prohibía que un menor pudiera ser califa. Tanto el visir, Al-Mushafi, como Ibn Abi Amir (Almanzor, «el Victorioso» con el apoyo de la reina madre Subh, formaron un consejo de regencia y recluyeron a Hisham en el harén del palacio donde, aunque figuraba como gobernante, carecía  de cualquier influencia política.

 Según el historiador Manzano Moreno:

«El califa Hisham se convirtió en una sombra encerrada dentro de los muros de Medina Azahara gobernando solo nominalmente, mientras un ejército de servidores y cortesanos estrechamente supervisados por el eunuco jefe, se dedicaron a cultivar una idiotez que no remitió cuando el califa alcanzó la mayoría de edad”.

La figura de Ibn Abi Amir (Almanzor, «el Victorioso») empezó a popularizarse al tomar medidas demagógicas como la abolición de impuestos o mediante campañas militares exitosas que le aseguran el apoyo del ejército.

Confabulado con Subh, su amante y madre del califa niño, Hisham, apoyándose en los bereberes, atrajo a su círculo al famoso general eslavo Galib, que tan buenos servicios militares había proporcionado al Califato con el soberano anterior, casándose con su hija  y  eliminando al visir corregente, acusándolo de alta  traición y ejecutándolo junto a sus hijos, proclamándose visir y adoptando el sobrenombre de Almanzor, «el Victorioso». 

Entre otras desafortunadas decisiones, Almanzor quiso congraciarse con los ulemas para añadirlos a su causa.

Los recalcitrantes alfaquíes, una ortodoxia del islam, condenaban como pernicioso el debate erudito, el método científico y hasta la propia reflexión religiosa.

Se sabe que Almanzor convocó a los intolerantes ulemas que tanto le agobiaban, en la gran biblioteca de Alhakén, y les invitó a que amontonaran en el suelo todas las obras que trataran de filosofía, astronomía y otras ciencias contrarias a los temas religiosos, que las hicieran acarrear al jardín y les prendiera fuego. Esta debilidad ante los ortodoxos le permitió salvar su prestigio, pero privó al mundo de maravillosas obras únicas que jamás pudo volver a tener la humanidad.  

Una  parte fue quemada, otra enterrada por orden de Almanzor y otra se vendió; el resto se perdió durante el saqueo de la ciudad por los bereberes almorávides en 1009.

Lubna de Córdoba huyó de Córdoba y se exilió, posiblemente en un palacio de Carmona (Sevilla), allí murió en 984, 5 años después de la quema de la gran Biblioteca a la que dedicó su vida. De nuevo la intolerancia, como un ciclo que se repite en la historia acaba con bibliotecas, con las obras filantrópicas, con los sueños de justicia e igualdad  entre los seres humanos.

LA REBELIÓN DE LAS COPISTAS

Conocemos que había un barrio entero de 170 mujeres copistas. En aquellos nuevos  tiempos de intolerancia, sufrió acoso hasta el venerado asceta Muhammad Ibn, introductor del pensamiento griego en la península y partidario de una lectura alegórica del Corán que fomentara la meditación personal, un sabio precursor de Dante y de los místicos del siglo de Oro español, al describir la ascensión del alma a través de las esferas celestes, dando al mismo tiempo un panorama esquemático del Universo, donde los diferentes elementos de la cosmología árabe y andalusí aparecían en su justo lugar en  alegoría de la ascensión del espíritu contemplativo a través de todos los estados del ser y de la conciencia hasta llegar al origen divino.

El anciano fue zarandeado, llegando a peligrar su frágil integridad física, si no hubiera sido por la decidida intervención de las  mujeres que le llenaban su escudilla a diario, para alimentarlo generosamente y protegían su casa.

Entre otras tantas acusaciones que a sus enseñanzas se le hicieron, especialmente se le atribuyó una herejía que atribuía a la libertad humana la causalidad de todos los actos y que negaba, al mismo tiempo, la existencia del infierno.

La turba  de energúmenos barbudos se batió en retirada ante las pedradas e improperios de las mujeres. Ellas le ayudaron en su fuga de Al-Ándalus, con pretexto de una peregrinación oficial a la Meca acompañándole en el viaje dos de sus más fieles discípulos.

¡Y cuántas y cuántas historias se nos habrán perdido por el devenir de los tiempos y que nos llegaron, algunas entre los textos de cronistas y viajeros, adornados a veces con los aires de leyenda oriental!

Me sorprendió Lubna, investigué sobre su tiempo, su vida a través de los historiadores que la mencionan. En el transcurso de mis investigaciones descubrí muchas más mujeres excepcionales, olvidadas, que redescubro y rescato del olvido difundiendo sus biografías, lo que queda de sus obras o lo que contaron de ellas sus coetáneos. Estas mujeres eruditas y sabias, artistas, poetisas y mecenas, no fueron una excepción en las tierras de Al Andalus.

En homenaje a todas ellas les dedico estos versos de Abbada Al Qazzaz, poeta arábigo andaluz de coetáneo de aquellos siglos.

ELLA ES LUNA, SOL, TALLO QUE NACE…


Ella es luna, sol, tallo que nace
y perfume de almizcle.
Perfecta, brillante, floreciente
y aroma enamorado.
Quién la mira se prenda de ella,
pero es coto cerrado.

Bibliografía y fuentes consultadas:

Manuela Marín «Las mujeres en al-Andalus: Fuentes e Historiografía». Árabes, judías y cristianas: Mujeres en la Europa Medieval, Univ. de Granada, 1993.

Mª Luisa Ávila. «Las mujeres “sabias” en al-Andalus».

Mª Jesús Nadales Álvarez. «Mujeres en al-Andalus». Isla de Arriarán, XXVIII, diciembre 2006.

Mª Isabel Cabanillas Barroso. «La mujer en al-Andalus» IV Congreso Virtual sobre Historia de las Mujeres. 2012.

Historia Universal. Edad Media, Carl Grimberg, Edit. Daimon

El alma de la biblioteca de Medina Azahara, Pilar Bartolomé en  EL Día de Córdoba

https://funci.org/grandes-mujeres-olvidadas-en-la-historia-del-islam/

María Teresa Bravo Bañón

Artículos de María Teresa Bravo Bañón