Opresión oligárquica y el lenguaje mañoso de los políticos [I] [Botar lo viejo, comprar lo viejo]

<< “Rescatar la Constitución”, en otras palabras, es rescatar la opresión. Lo que debe hacerse es construir democráticamente un nuevo modelo de poder (democrático, disperso, desmilitarizado, desmonopolizado) y que las partes, los ciudadanos, dejen constancia en un nuevo documento, aprobado, no por una minoría de las cúpulas, sino por la población. Para esto hay mecanismos universalmente aceptables: una Asamblea Constituyente democráticamente electa prepara un proyecto (apenas un proyecto), lo presenta a los votantes en referéndum, y estos aprueban o vetan la Constitución.>>

A nadie se le ocurre que la pareja encerrada en El Carmen sea eterna. Digámoslo así para decir, con prudencia de historiador, que es ajena al arrojo del profeta, lo que tantos piensan: su fin está cerca.

Pasemos entonces a reflexionar sobre el después, y, sobre todo, escuchando a espectadores y actores de la aspiración al poder, qué es lo que estos prevén, para qué se preparan, cómo alistan sus maletas para ocupar la nueva vida que anticipan. 

Dije, por supuesto, “aspiración al poder” de manera intencional. Quise denotar que escasamente pueden llamarse “lucha” las acciones de la mayoría de los políticos que ven en sí mismos el futuro del poder.

Escuchemos ahora su lenguaje: “salir de la dictadura”, “restaurar la democracia”, “volver al Estado de Derecho”, “rescatar la Constitución”, “quemar las etapas que pide la comunidad internacional”, etc.

Todas ellas esconden algo. Pero lo esconden bajo un manto ralo, o raído, por sus actos o su silencio. ¿De qué se trata? ¿Cuál es su intención? 

De esto: de conseguir que un comprador (el pueblo de Nicaragua), carente de experiencia e instrucción en el mercado, acepte que la fortuna que paga en vidas y sufrimiento valga apenas un espejismo de cambio, un alivio temporal y parcial de sus horribles padecimientos. 

¿Cómo? Es sencillo. Nos dicen, por ejemplo, “salir de Ortega”, porque “Ortega es el único enemigo”. Recuerdo aquel letrero de 1980 en el que un ciudadano en vestidura pobre proclamaba “Ya se fue el que nos jodía”; o sea, “El único que podía jodernos”. ¿Tuvo razón? Viendo en una vieja fotografía el rostro de aquel ciudadano, serio, curtido de sol, sin un asomo de alegría en su mirada, me pregunto si más que convicción expresaba una pálida esperanza.

Nos dicen también “rescatar la democracia”. Se atreven a ello; aprovechan que nunca hemos tenido democracia en Nicaragua, apenas breves períodos en los que opinar no ha sido reprimido masivamente. 

“Breves”, digo, y digo “masivamente”, porque opinar ha sido, sin interrupción desde que hay memoria, un acto que conlleva riesgo de vida en el país. La política, por tanto, siempre ha sido una actividad de alto riesgo, a veces mayor, a veces menor. Y una actividad de alto riesgo atrae y tolera solo a quienes tienen más recursos con qué protegerse, sea detrás de sus finanzas, sea detrás de su propia violencia. 

Y una actividad de alto riesgo atrae a quienes buscan alta recompensa, porque el botín es grueso. Es decir, al cerrar las puertas del poder a los ciudadanos, o hacerlas muy estrechas, ocurre lo que ocurre cuanto un mercado imposible de eliminar se intenta prohibir legalmente: se le entrega a quienes tienen más voluntad de arriesgarlo todo por el botín, a quienes están dispuestos a estar al margen de la ley, a quienes están, en última instancia, dispuestos a matar por el botín. A esto estamos acostumbrados en Nicaragua. Este es el hábito con que entramos al mundo de la política. La trampa que siempre nos aguarda.

Y nos dicen que hay que “Rescatar la Constitución”.  La “Constitución” de Nicaragua es un documento que, al menos en una de sus incontables versiones, debe ser inusual en el mundo que al menos finge ser democrático en incluir, entre sus fuentes de inspiración, el nombre del partido en el poder. La del 2007 dice, y se dice producto de una “Asamblea Constituyente” (que en Nicaragua hasta la fecha ha sido poco más que la reunión de compinches en el poder), que los escritores de la Constitución “evocan” “el ejemplo de CARLOS FONSECA, el más alto continuador de la herencia de Sandino, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional y Jefe de la Revolución.” 

Luego, en medio de una recitación de las maravillas que el Estado promete repartir y respetar, muestran esta, que es una de muchas “joyas” del documento: “Son ciudadanos los nicaragüenses que hubieran cumplido dieciséis años de edad. Sólo los ciudadanos gozan de los derechos políticos consignados en la Constitución y las leyes, sin más limitaciones que las que se establezcan por razones de edad.” (Artículo 47). Es decir, al maltratar y matar a menores de 16 años el régimen ni siquiera ha transgredido la Constitución. 

Qué belleza, ¿no? El documento entero es una proclamación que más pareciera la mentira estructurada en propaganda electoralista “buenista”, que la codificación de los derechos del ciudadano ante el Estado, de la estructura del Poder para impedir la tiranía y para que el ciudadano pueda, libremente y sin la tutela del mandamás de turno, decidir en las condiciones más equitativas posibles qué hacer con su vida. Y, para rematar, la propia Constitución autoriza al mandamás de turno, o a apenas un tercio de la Asamblea Nacional (que no es ni remotamente un modelo de representatividad democrática) a hacer “reformas Constitucionales”.  

Es decir, “rescatar la Constitución” es rescatar un adefesio demagógico sin fuerza (“la escribieron con lápiz para poder borrarla fácil”, dijo una vez un cómico), que se cumple únicamente por el momento, cuando los firmantes la acuerdan, y en aquello que los firmantes, una minoría que no es representativa, encuentran conveniente. La Constitución (las constituciones) de Nicaragua hasta la fecha no representa la fuerza de los ciudadanos. 

Se trata de un escrito que concentra el poder y promete el paraíso, que apenas representa el pacto del momento entre las cúpulas, y por eso habla de los temas del momento (válidos, sin duda–o tal vez–en el momento) como reforma agraria, cero impuestos al papel (que conviene a ciertos grupos de la oligarquía, beneficio que esconden tras el interés nacional), en lugar de detallar cómo vamos a gobernarnos en Libertad.  

“Rescatar la Constitución”, en otras palabras, es rescatar la opresión. Lo que debe hacerse es construir democráticamente un nuevo modelo de poder (democrático, disperso, desmilitarizado, desmonopolizado) y que las partes, los ciudadanos, dejen constancia en un nuevo documento, aprobado, no por una minoría de las cúpulas, sino por la población. Para esto hay mecanismos universalmente aceptables: una Asamblea Constituyente democráticamente electa prepara un proyecto (apenas un proyecto), lo presenta a los votantes en referéndum, y estos aprueban o vetan la Constitución. 

De “volver al Estado de Derecho”, y del terrible, y abyecto, y traicionero “quemar las etapas que pide la Comunidad Internacional”, hablamos luego. Y cuando lo hagamos, tendremos que hacer referencia a Adolfo Díaz, a Emiliano Chamorro, y a todos los agentes al servicio del Departamento de Estado, sumisos lacayos todos, muy parecidos a los herederos de su progenie y su cultura, que andan por ahí, “liberándonos”. 

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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