Por qué leer a Harold Bloom
Erick Aguirre
Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Para Bloom practicar la crítica propiamente dicha consiste en reflexionar poéticamente acerca del pensamiento poético. “El esplendor y el peligro del lenguaje poderosamente figurativo es que nunca podemos estar seguros de cómo restringir sus posibles significados o sus efectos en nosotros”
Falleció el crítico literario estadounidense Harold Bloom. Tenía 89 años y todavía hace unos días estuvo dando clases en Yale.
Bloom ganó mucha notoriedad debido a sus polémicas ideas sobre la literatura. Fueron famosas sus duras críticas contra autores de best-sellers como Stephen King o J.K. Rowling. Un texto suyo sobre la saga de Harry Potter aún hoy genera controversias. Se titula: «¿Pueden equivocarse 35 millones de compradores de libros? Sí».
Como académico fue conocido por sus estudios e interpretaciones sobre Shakespeare, Cervantes y una lista no muy larga de autores que consideraba canónicos. Causaron mucho revuelo sus ataques a la crítica literaria feminista y a las interpretaciones lingüísticas, psicoanalíticas y políticas de los textos literarios, aún dominantes en la academia, sobre todo la norteamericana. Bloom las llamaba “escuela del resentimiento”, y contra ellas defendía lo que llamaba el canon occidental: obras que según él la tradición ha consagrado como las mejores a lo largo del tiempo por su calidad estética.
Sus detractores lo consideraban conservador, retrógrado y elitista. Pero su defensa de las obras de la tradición está cimentada en una lectura cuidadosa y un conocimiento profundo del fenómeno literario. Más allá de su reivindicación del canon, vale la pena leer con detenimiento sus propuestas sobre cómo comprender la literatura y sus mecanismos internos.
En su libro La ansiedad de la influencia (1973) afirma que la escritura literaria es ante todo un acto de lectura. “Los escritores, aun cuando aparentemente expresan percepciones de la realidad o experiencias vitales, están haciendo una referencia velada a textos literarios anteriores”, afirma.
En El canon occidental (1994) estudia a veintiseis escritores con el objetivo de aislar las cualidades que los convierten en canónicos. Inicia con Shakespeare, a quien considera la figura central del canon occidental. En adelante, su estudio de Shakespeare gira en relación con quienes lo influenciaron, con quienes influyó, y con quienes intentaron rechazarlo.
En Cómo leer y por qué (2001) plantea los principios de una forma de leer que vaya a contracorriente de las tendencias “del resentimiento” aún dominantes en la academia (feminismo, neohistoricismo, culturalismo, etc.). Dice que no se trata solamente de responder al cómo sino también al por qué de la lectura.
Bloom no elude la difícil y decisiva cuestión del valor literario, que para él está asociada al valor de lo útil. “En el fondo y en la forma -dice- lo que cuenta es la capacidad de revelación de una obra, la intensidad con que ilumina y hace inteligibles diferentes parcelas de nuestra experiencia y de nuestra relación con los otros y con nosotros mismos”.
Las respuestas al por qué de la lectura en ese libro son numerosas y diversas. Todas apuntan al principio del placer, pero en esencia no postulan una estética hedonista. Leer es, más que otras cosas, un goce, pero un tipo de goce que según él debe “persuadir al lector de abandonar los placeres fáciles por otros más difíciles”. Bloom hace una defensa del placer de la lectura no sólo ante la ya mencionada “escuela del resentimiento”, sino también ante la ideología de la industria del entretenimiento.
Desde que publicó La ansiedad de la influencia el concepto se convirtió en la gran obsesión de su trabajo. Ampliando y revisando su anterior análisis para nuevas generaciones de lectores, Bloom publicó después Anatomía de la influencia (2011), donde ofrece una más amplia argumentación acerca de sus formas de comprensión y apreciación de la literatura. “Lo que significa un poema, por qué importa y si merece o no su inclusión en el canon de la literatura son preguntas que solo pueden contestarse investigando cómo ese poema superó o no a sus rivales”, afirma.
Bloom antepone el valor de la lectura, como acto individual y solitario, a cualquiera de sus funciones sociales. Reivindica el placer egoísta de leer para uno mismo, libres de condicionamientos seudointelectuales, como el mejor medio de acrecentar nuestro tesoro personal.
“La crítica literaria –afirma–, tal como yo pretendo practicarla, es en primer lugar literaria, es decir, personal, apasionada. No es filosofía, no es política, ni religión institucionalizada. Se trata de un tipo de crítica o de literatura sapiencial. Una meditación sobre la vida”.
Para Bloom practicar la crítica propiamente dicha consiste en reflexionar poéticamente acerca del pensamiento poético. “El esplendor y el peligro del lenguaje poderosamente figurativo es que nunca podemos estar seguros de cómo restringir sus posibles significados o sus efectos en nosotros”, dice en uno de los párrafos que más me atraen de su último libro.
Lo digo porque a mí, partiendo de sus propuestas, me gusta mucho pensar que la crítica literaria debe aspirar a ser arte y no ciencia. Descanse en paz Harold Bloom. Recomiendo leerlo. Yo lo seguiré haciendo sin ningún prejuicio.