¿Qué pasa en la Conferencia Episcopal de Nicaragua?

<< Que la verdad nos guíe en los caminos llenos de trampas e incertezas de la lucha por los derechos humanos contra la dictadura más feroz del continente. >>

Prefiero ser llamado impolítico que insincero; que ataquen mis opiniones por “radicales”, y no por ser los colores de un camaleón oportunista; me declaro enteramente entregado a la voz que proclama, sin cualificaciones, «la verdad los hará libres«.  En ese espíritu, propongo que hablemos del comunicado de la Conferencia Episcopal de Nicaragua acerca del acoso contra Monseñor Álvarez y contra la Iglesia Católica en su conjunto. Ese es el espíritu. Y este es el objetivo: que estemos todos claros, en esta lucha noble por el bien, por la libertad y por la justicia, de quiénes están con nosotros, y quiénes, por la razón que sea, o están en contra nuestra, o no son confiables a la hora en que hace falta, como se dice en lenguaje popular, “zocar”.  

Por aquí empiezo: si alguien amenaza mi vida o la de mi familia, no me ayuda quien desde lejos y muy tarde se limita a decir que “ante la situación que vivo” manifiestan hacia mí su “fraternidad, amistad y comunión”. No me ayuda; más bien, se lava las manos.  Mi verdadero amigo ataca a mi atacante, si puede; y, si no, lanza al mundo la señal de alarma, en términos que el mundo entienda que se trata de una emergencia.  Mi verdadero amigo pedirá la intervención de quienes sabe pueden ayudar, e incitará a otros a hacer lo mismo.

Un desierto en silencio

Por eso, es con un pesar que acongoja, con una indignación que se acumula, que uno tiene que poner el dedo en la llaga de la Iglesia herida que es la Católica de Nicaragua.  Porque ante un acoso que va pareciéndose a una guerra de destrucción y pillaje, que ya tiene curas presos, obispos exilados, multitud de propiedades de las diócesis a cargo de Monseñor Álvarez expropiadas; con el propio Monseñor prácticamente encarcelado, impedido de cumplir su trabajo sacerdotal, con feligreses muertos y secuestrados por defender a la Iglesia, con una prohibición del régimen a las compañías de buses de transportar católicos a actos religiosos; con todos estos atropellos y muchos otros, el cuerpo colegiado que se supone guíe a la institución en Nicaragua atraviesa el desierto en silencio, sin cumplir el mandato profético y articular un mensaje que con claridad defienda el derecho de Monseñor Álvarez, sus sacerdotes y feligreses, a su libertad de expresión y movilización, a su integridad física, a su libertad de conciencia, a la libertad de la Iglesia misma de existir sin doblar la cerviz ante una dictadura genocida que avanza en dirección al totalitarismo.  De hecho, el esfuerzo más evidente en el texto del pronunciamiento de la Conferencia Episcopal no consiste en decir, sino en no decir; buscan la expresión más blanda para cumplir el protocolo, porque no les queda más remedio que referirse al tema, con notoria renuencia y atraso. 

¿Está enfermo, o sufrió un accidente Monseñor Álvarez?

Si alguien, fuera de Nicaragua, leyera el comunicado para informarse, bien podría pensar que Monseñor Álvarez ha sufrido una enfermedad o un accidente de carro, y no la persecución de un régimen: “ante la situación que vive nuestro hermano en el episcopado, Monseñor Rolando José Álvarez Lagos, queremos expresar nuestra fraternidad, amistad y comunión espiritual con él, ya que esta situación nos toca el corazón como Obispos e Iglesia Nicaragüense…  

Y ahí termina la referencia (no la condena, ni el reclamo, ni el apoyo a los derechos conculcados a Monseñor) a una “situación” que no describen.  Lo que sigue, tras ese fugaz y sudoroso momento, ese evidente trago amargo de aceptar que “algo pasa” a Monseñor Álvarez, y que ellos, como obispos, están en “amistad y comunión espiritual con él”, es una declaratoria, escudada con similar cobardía detrás de un discurso del expapa Benedicto VI, que transmite a la dictadura el mensaje de claudicación (y vergüenza) que ya envió el Cardenal Brenes al régimen cuando les dijo, en público, plañideramente, que “nosotros no somos enemigos del gobierno”.  La frase extraída por la Conferencia Episcopal para decir lo mismo es, francamente, más terrible aún. La Iglesia está “dispuesta a la colaboración”.  No fueron ellos quienes escribieron ni la frase ni el párrafo; pero ellos la escogieron, y tiene uno que asumir, que, habiendo dicho tan poco, habiéndose tomado tanto tiempo para hacerlo, y habiendo guardado tan estricto silencio, las palabras que han escogido son las que cuidadosamente expresan su intención. 

Todo esto es triste y es muy vergonzoso, sobre todo cuando uno lee el lenguaje de los obispos reunidos en el Consejo Episcopal Latinoamericana, quienes en lugar de insinuar que hay una “situación”, denuncian que “gran parte del pueblo de Nicaragua y la Iglesia que peregrina en esta querida tierra… sufre “el constante hostigamiento…de parte de las autoridades gubernamentales”.  “Los últimos acontecimientos”, continúa, “como el asedio a sacerdotes y obispos, la expulsión de miembros de comunidades religiosas, la profanación de templos y el cierre de radios, nos duelen profundamente. Les manifestamos nuestra solidaridad y cercanía.”

Todo esto es muy triste y vergonzoso, pero debe quedar registrado en la historia de los hechos. Porque sin una historia verdadera, clara y honestamente contada, es muy difícil aprender, es muy difícil enmendar el camino. 

“La verdad los hará libres” [Juan, 8:32]

Hay quienes de buena voluntad aconsejan no hablar de estas cosas, porque creen, en mi opinión erradamente, que, aunque se trate de hechos, ventilarlos lastima a la Iglesia Católica. Discrepo. Regreso a “la verdad los hará libres”, dictum que es de autoridad moral y teológica suprema en el cristianismo. Debería bastar, por ser fundamental, a quienes, en buena conciencia, dentro de la Iglesia, temen a la crítica informada hacia los hombres y mujeres que conforman el clero. La verdad ––es verdad–– no nos debilita, sino que nos despierta, nos alerta, nos prepara y nos fortalece. No es fácil buscarla, y más aún, aceptarla y aceptar sus consecuencias, y tratar de vivir bajo su guía. Pero si no hacemos esto, estamos perdidos. “La verdad los hará libres” no es una frasecita cliché para momentos dulces. Si fue dicha, es porque fue preciso enseñarla, porque es preciso aprenderla. De tal manera que nadie puede, precisamente por su origen, argüir que “se hace daño a la Iglesia” cuando se incursiona en el terreno escabroso que es la realidad y se la describe tal y como es. “La verdad nos hace libres”. 

Gente de buena voluntad empeñada en el esfuerzo de liberar a Nicaragua teme también que, al criticar la conducta del Cardenal Brenes, de la Conferencia Episcopal, y hasta de la cúpula “empresarial”, se haga más difícil derribar el edificio de la dictadura ortegamurillista.  Esto también es un error; un error muy grave y ya costoso para la población.  Porque creo indisputable que la dictadura no son solamente los cabecillas de El Carmen. Ellos son, por decirlo así, la cabeza. Pero hay piernas, brazos y músculos que sostienen esa cabeza; piernas, brazos y músculos que la cabeza ha empleado para construir su imperio, sostenerlo y defenderse. ¿De qué nos sirve negarnos a esa realidad? ¿No es mejor tener completa claridad de la anatomía del poder que busca aniquilarnos, para poder luchar con más efectividad en su contra? De eso se trata este comentario: de aceptar la verdad que nuestros ojos ven, por muy desagradable que sea, para poder avanzar, para poder construir la libertad, para poder sanar como sociedad. Sin un diagnóstico apropiado y honesto, no hay forma de encontrar el remedio. 

¿Por qué claudican? 

La explicación final de cómo Ortega y Murillo llegaron, efectivamente, a neutralizar y manipular a la Conferencia Episcopal es tarea pendiente del periodismo investigativo y de historiadores que en el futuro esculquen los motivos. Pero a ojos vistas, y para el propósito práctico de entender a qué nos enfrentamos, el rompecabezas luce ya bastante completo. 

¿Qué sabemos? 

Sabemos que la Conferencia Episcopal ha arrastrado sus pies, como si sus tobillos cargaran pesados grilletes, antes de manifestarse de alguna manera en defensa de Monseñor Rolando Álvarez. Sabemos que el Cardenal Brenes ha sido pieza fundamental en la manipulación que la dictadura ha hecho de la buena voluntad del pueblo nicaragüense. De nada nos sirve negar, en público, lo que, en privado, en círculos cercanos a la Iglesia y a la política, se repite constantemente, y que fuentes fidedignas confirman: Brenes ha actuado, en el mejor de los casos, con gran desgano frente a la barbarie del régimen; en ocasiones ha llegado hasta a subordinarse directamente a las órdenes de Murillo y Ortega. Tampoco nos sirve de nada negar el rol pro-dictadura que jugó el difunto exobispo de León, Monseñor Bosco Vivas, ni el del actual ocupante del mismo puesto, Monseñor Sándigo. ¿Y dónde está la voz de la Conferencia Episcopal y de Monseñor Solórzano, obispo de la diócesis de Granada, frente al encarcelamiento del padre Manuel Salvador García, párroco de la iglesia de Jesús Nazareno, en Nandaime? 

Por la unión de todos los feligreses y la defensa de la Iglesia agredida

He dedicado, con toda intención, texto abundante para que quede en claro a los fieles católicos que no solo se actúa dentro de derecho, sino dentro de deber, cuando se dice lo que hay que decir acerca del comportamiento del Cardenal Brenes y la Conferencia Episcopal, que contrasta, deficiente, con la rectitud y el compromiso de la mayoría de los sacerdotes, y el ejemplo de una minoría muy pequeña de obispos.  ¿Qué intención? Una intención doble. La primera es sencillamente afirmar mi creencia profunda en el valor y la potencia de la verdad. La segunda es procurar que la verdad nos guíe en los caminos llenos de trampas e incertezas de la lucha por los derechos humanos contra la dictadura más feroz del continente. La próxima vez (si hay una próxima vez) que la dictadura busque escudarse detrás del Cardenal Brenes o la Conferencia Episcopal y llamar a una negociación, debemos permanecer unidos en rechazo a la propuesta. Caímos en la trampa una vez, y nuestra tierra sangra. Podemos decir que caímos en la trampa por no conocer a los tramposos. El calvario vivido desde entonces nos muestra la verdad acerca de ellos. No podemos permitir que nos tiendan la misma trampa con éxito una vez más. 

Tampoco podemos permitir que el Cardenal Brenes y los obispos que han instalado el silencio cómplice en la Conferencia Episcopal dividan a la feligresía. El pueblo, y el pueblo católico en particular, está unido firmemente contra el régimen, rechaza su legitimidad, exige justicia y exige que se respete a sus sacerdotes, y en estos momentos, que cese el acoso e irrespeto a Monseñor Álvarez.  El pueblo no quiere a Monseñor Álvarez ni muerto, ni preso, ni quiere ––y en esto tendrían que participar conspirativamente complicidades en el seno de la jerarquía católica—que se obligue a Monseñor Álvarez a salir al exilio. 

Más allá de defender a Monseñor Álvarez, el pueblo nicaragüense entiende que estos sufrimientos no terminarán mientras no se extinga la dictadura ortegamurillista.  El pueblo de Nicaragua, contradiciendo lo que dice el Cardenal Brenes, es enemigo de la dictadura. Aunque para el cardenal “no somos enemigos del gobierno”, y para la Conferencia Episcopal hay que estar dispuestos a “la colaboración” con “las autoridades”, el pueblo de Nicaragua, en general, y el pueblo católico en particular, quiere, necesita, el derrocamiento de la dictadura. ¿Cómo se puede “no ser enemigo” de un régimen sanguinario, represivo y destructor? 

Todos los nicaragüenses de buena voluntad, católicos o no católicos, estamos enfrentados al mal encarnado en el ortegamurillismo, en la dictadura brutal que, para rematar, usurpa no solo el poder político sino hasta los símbolos de la Iglesia que agrede.  Esta lucha es a muerte, por la vida, por la libertad. Para que nuestra nación no se consuma en el odio y se eternice la bestialidad impuesta por Daniel Ortega, Rosario Murillo, y su red de cómplices. Para que la libertad religiosa y de conciencia sean restauradas en Nicaragua.  

Para esto, debemos estar unidos. Para esto, es esencial mantener la unidad de los feligreses católicos, al margen de la actuación de algunos jerarcas.  Que sepan, estos últimos, que estamos con Monseñor Álvarez y todos los sacerdotes perseguidos. Llenemos los templos, organicémonos para luchar y triunfar en la causa justa, la causa del bien. 

¡Alto a la represión contra la Iglesia Católica, contra Monseñor Álvarez, contra los sacerdotes y feligreses de la Iglesia!

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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