Tiempos de Mariluna, de Víctor Chavarría
Erick Aguirre
Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
Esta es la historia de El Mosco, un hombre que gracias a un vestido rojo es capaz de convertirse en moscardón y sobrevolar en cualquier entorno para husmear en la intimidad de Maribel, una médico escritora que está a punto de terminar su primera novela.
Por supuesto, El Mosco es también escritor, y su obsesión por Maribel lo lleva a espiar el proceso de escritura de su novela, también a urdir un plan para fastidiarla: mezclar algunos pasajes de esa novela con otros de su propia novela, y empezar a publicarlos por entregas en El Alfiler, periódico donde él acostumbraba hacerlo con sus novelas anteriores.
Eso, además de las múltiples inconveniencias de convertirse en mosca y en humano cada vez que lo considera necesario, lo hacen quedar atrapado en una especie de limbo, en el que tanto su novela como la de Maribel terminan entremezclándose con el «mundo real».
Llega un momento en que El Mosco ya no logra diferenciar con facilidad la realidad de la irrealidad. Tampoco sabe ya quién está escribiendo esa tercera novela, es decir, la mezcla de las dos novelas. Ya no sabe tampoco si Maribel o él mismo son personas «reales» o imaginarias.
Hay dos planos más o menos evidentes en esta historia: el plano «real» y el «irreal». Pero si se es un «lector literario» (como llamo a quienes leen tratando de entender también el sentido «factual», o de elaboración, de una obra) es necesario agregar otro: el plano, digamos, extraliterario; mas allá de la propia historia, o bien: más allá del “mundo real” de esa historia.
Porque en esto que yo ahora estoy reseñando como la novela Tiempos de Mariluna (2020), del nicaragüense Víctor Chavarría, hay tres narradores que con frecuencia parecen confundirse: El Mosco, Maribel y un narrador situado fuera de la historia.
Ese narrador, entre otras cosas, nos cuenta cómo la intervención de Maribel, que al percatarse del plan de El Mosco decide confundirlo alterando la narración, termina por llevar a su asediador (y de paso también al lector de la novela de Chavarría) a esa confusión de planos en que realidad e irrealidad (dentro de la presunta irrealidad de la historia) parecen borrar sus fronteras.
Es sintomático que un escritor nicaragüense en estos tiempos se aventure a escribir una novela aparentemente realista pero también distanciada de «lo real». Sintomático y lógico, pues pese a la urgencia de reflejar nuestras realidades, los escritores nicaragüenses, y en general los centroamericanos, parecen empeñados en no renunciar a ciertas desmesuras propias de la ficción.
Desde hace ya un par de décadas, tal vez más, la búsqueda de lo real, incluso de lo real mágico o maravilloso en la novela, ha ido perdiendo interés. Sin embargo, podría decirse que la transfiguración o la metamorfosis del personaje El Mosco en esta novela de Chavarría la inscribe precisamente en esa tradición mágico realista.
Pero sucede que, al menos en mi opinión, esta novela va un poco más allá. Porque Tiempos de Mariluna puede inscribirse también dentro de la tradición (más reciente, por cierto, aunque de precedentes antiguos) de la novela literaria, es decir, de la literatura sobre la literatura, o la novela sobre la novela, cuyo padre en nuestra lengua nadie duda que es Borges, quien sin embargo también tiene importantes precedentes.
Hace ya algunas décadas José Donoso se preguntaba por qué cierto auge creciente de novelas esencialmente literarias, y se respondía razonando que lo literario en literatura había dejado ya de ser pecado.
«Lo real de cada autor -decía Donoso- está en su capacidad de convencer, no por verosímil, sino por arte, del mundo que propone; no importa de dónde nació».
Donoso recordaba un conocido proverbio literario: para escribir bien basta hablar de la propia aldea, y se preguntaba si para ser buen escritor había ya dejado de ser necesario emprender largos viajes, vivir aventuras y «conocer el mundo».
«¿Leer apasionadamente un libro es, a la vez, tener acceso a esas dos formas de lo real que dan nacimiento a la literatura: la descripción de la aldea que la pasión literaria se apropia, y también el famoso viaje a tierras desconocidas?», era su pregunta.
Creo que la proliferación en nuestra lengua de este tipo de novelas le ha respondido afirmativamente a través del tiempo.
Pero bien, el caso puntual de esta novela de Chavarría es una variante. Es una novela literaria porque sus personajes escriben novelas, pero su trama no está basada en un paradigma o precedente literario (como por ejemplo la vida de Ricardo Reis -heterónimo de Fernando Pessoa- en una novela de Saramago, o el Dublín de Ullysses en una de Enrique Vila Matas), sino en novelas que están siendo escritas por los mismos personajes y por tanto son invenciones del autor.
En Tiempos de Mariluna hay un juego cada vez mas usual entre las recientes novelas nicaragüenses: el juego consciente con el dialogismo y el ejercicio lúdico del intertexto. Algo a lo que Umberto Eco llamaba metanarración y otros críticos o académicos llaman metaficción.
De hecho, Eco negaba, a finales del siglo veinte, una pretendida novedad adjudicada a la metaficción, y la reconocía como un procedimiento muchísimo más antiguo que la llamada postmodernidad, a la que en algún momento la academia norteamericana pretendió adjudicarle su maternidad.
Según Eco la metaficción se manifiesta como una intrusión de la voz del autor que medita o reflexiona sobre lo que está narrando, y llega a exhortar al lector a compartir sus reflexiones.
Pero en esta novela de Chavarría encuentro yo una variable: esta novela es también metaléptica, es decir, está atravesada por un procedimiento narratológico denominado por los teóricos como metalepsis. Se trata de un término relativamente nuevo, aunque en efecto, como fenómeno literario ha existido en la narrativa desde el principio de la escritura.
Es importante sin embargo subrayar que no es lo mismo metalepsis que metaficción. Son dos términos diferentes, aunque el hecho de que se diferencien no quiere decir que no estén siempre conectados o relacionados.
Metalepsis es un término identificado inicialmente por Gerard Genette, y al igual que todos estos juegos narratológicos ha estado presente, como bien ha subrayado Eco, desde los inicios de la escritura.
La metalepsis tiene sus orígenes en una figura retórica que significa la designación figurada de un efecto por su causa, o viceversa. Es cuando el narrador abandona su papel como tal para asumir el de árbitro soberano de la narración, es decir, casi pasa a suplantar al autor; de modo que, en lugar de simplemente narrar lo que sucede en la historia, decide ordenar que se haga esta u otra cosa.
En tanto la metaficción es la capacidad de la narración para reflexionar sobre su propio estatus como ficción, es decir, es una especie de autoconciencia narrativa que problematiza la relación entre ficción y realidad.
A diferencia de la metalepsis, la metaficción se caracteriza por recordar al lector que lo que está leyendo no es realidad, sino una ficción. Teóricamente se le ha descrito como un cortocircuito producido entre el mundo de la ficción y el nivel al que pertenece el autor.
En los últimos tiempos, el concepto de metalepsis no ha sido especialmente frecuente en los estudios literarios de lengua española, que han preferido utilizar el concepto similar de metaficción, producido por la teoría literaria anglosajona.
Sin embargo el término metaficción es más general, y su definición es menos precisa que el de metalepsis. Aunque en el caso de esta novela que nos ocupa ahora, ambos parecen adecuados para definir su procedimiento narrativo.
En esta novela de Chavarría, tanto los personajes novelescos como el presunto narrador situado aparentemente fuera de la historia, parecen difuminar las fronteras, no solo entre el mundo real dentro de la novela y el mundo literario de las novelas que ellos están escribiendo, sino que también, la intervención de ese narrador supuestamente extraliterario hace que los lectores también confundamos los límites entre «nuestro mundo real» y el mundo ficcional de la novela de Chavarría.
El autor de Tiempos de Mariluna, procediendo a través de un narrador autorial, parece desplazarse desde el mundo real hacia el mundo del libro, pero también lo hace entre los mundos literarios de las novelas de los personajes que está narrando y el propio «mundo real» (en realidad ficticio) de la novela en la que él mismo está narrando.
A su vez, los personajes del libro se desplazan y llegan a confundirse en los mundos ficticios de sus propias novelas, que debido al juego iniciado por El Mosco y seguido furtivamente por Maribel, se entremezclan y producen una tercera historia.
Sin duda una novela interesante y literariamente apasionante. Definitivamente enriquece el acervo de creatividad y búsqueda de novedad que está caracterizando a la novela nicaragüense contemporánea.