Una alerta necesaria

Irlanda Jerez
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Pensar en un posible proceso electoral, y creer que Ortega va a perder el poder aún si fuese derrotado en unas elecciones, es una ingenuidad política; se repetiría la historia de 1990. «Todo puede pasar… menos que el Frente Sandinista pierda el poder», han dicho ellos.

El 25 de febrero de 1990 Daniel Ortega perdió las elecciones, pero nunca perdió el poder en Nicaragua. Tenía de su lado al Ejército, la Policía, sicarios, y grupos de choque, organizaciones estudiantiles, cooperativas de transporte, frentes de trabajadores, etc., que utilizaba para realizar asonadas, huelgas, paros, protestas, incendios, asesinatos selectivos, con el propósito de desestabilizar la incipiente democracia que parecía nacer, así como aniquilar a todo opositor político.  El sandinismo frustró los sueños y las esperanzas del pueblo de construir y consolidar los basamentos democráticos de una Nueva República.

Treinta años después, la dictadura está aparentemente debilitada por las sanciones individuales a su anillo de confianza y a la Institución de la Policía. Sin embargo, se sostiene en el poder porque tiene aún la lealtad del Ejército, la Policía, los paramilitares, las turbas, los millones acumulados por décadas de corrupción y negocios ilícitos, partidos colaboracionistas y socios del gran capital.

Pensar en un posible proceso electoral, y creer que Ortega va a perder el poder aún si fuese derrotado en unas elecciones, es una ingenuidad política; se repetiría la historia de 1990. «Todo puede pasar… menos que el Frente Sandinista pierda el poder», han dicho ellos.  

A través de los años Ortega ha sido señalado de cometer crímenes de lesa humanidad, de violar los derechos humanos de los nicaragüenses, de ser parte del crimen organizado transnacional, y de haber impuesto una férrea dictadura de corte comunista.  Sabe que sus opciones son limitadas y pocas, y que el futuro le pertenece al pueblo y a su anhelo de libertad.

Nadie debe desconocer u olvidar esta historia, de lo contrario se estaría gestando una nueva generación cómplice en la vapuleada, sangrienta y agonizante Nicaragua, que espera que todos sus hijos la salven de las garras de la tiranía.  

Este es el momento del pueblo.   Hay que seguir por los caminos de la unidad, de la militancia, de la lucha, para conquistar nuestra LIBERTAD. 

Dios bendiga a Nicaragua.