La fiesta de los chivos

Carlos A. Lucas A.
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Si bien es dura la lucha contra las autocracias, más dura y exigente aún es la lucha por la democracia. Las dictaduras nos duermen…o matan. En cambio, la democracia nos condena a mantenernos despiertos, vivos, alertas, en una permanente fiesta del chivo.

Hay un merengue dominicano que se llama “Mataron al chivo”, surgido poco después del ajusticiamiento del dictador Rafael Leónidas Trujillo (30 de mayo de 1961) y que suele ser oído y hasta bailado por el pueblo dominicano en esa misma fecha. La canción, en doble sentido, menciona que al haber matado al chivo, pues hay fiesta y jolgorio de las gentes y se cita esa fecha del 30 de mayo como el día de la libertad del pueblo. Se dice que de ese merengue y de ese hecho histórico tomó Mario Vargas Llosa el título de una de sus novelas (2000) ambientadas fuera de su Perú natal, en referencia a este duro episodio en la historia no sólo de República Dominicana, sino de América.

Trujillo, que consumió 30 años (1920-1961) en el poder antes de ser asesinado, fue uno de los muchos dictadores latinoamericanos de hecho, diseñados, promovidos y apoyados por los Estados Unidos de América en sus afanes de contener a la mera fuerza, los movimientos revolucionarios que podrían surgir en su traspatio, especialmente en la zona del Mar Caribe, abarcando el arco ístmico centroamericano. Estados Unidos promovía así las democracias latinas a punta de bayoneta y plomo. Bayonetas y plomo sigue siendo la permanente regresión de las leves pausas democráticas que de vez en cuando se abren en los países al sur del Río Bravo.

En el paroxismo de la dictadura de Trujillo, los serviles del régimen solían repetir: “Después de Dios, Trujillo“. Trujillo, en consonancia con sus serviles, llegó a cambiar el nombre de la capital del país, de “Santo Domingo” por “Ciudad Trujillo”. Trujillo fue postulado, inútilmente y por varias veces, al Premio Nobel de la Paz. No es un chiste de mal gusto recordar que, frustrado por la espera, el Dictador decidió establecer en sustitución, el “Premio Trujillo de la Paz” a nivel internacional, con $50 mil dólares de aliciente. Paralelamente, el dictador recibía compensaciones de efluvios ditirámbicos de serviles, oportunistas y cobardes que lo nombraban como: Benefactor de la Patria; Benemérito; Generalísimo Invicto de los Ejércitos; Primer Anticomunista de América; Genio de la Paz; Paladín de la Libertad; Líder de la Democracia Continental; Protector de Todos los Obreros; Héroe del Trabajo, y un largo etcétera.

Unos meses antes de ser asesinado ese 30 de mayo de 1961 en esa emboscada de carretera (detalle que incluso menciona el merengue citado), el 25 de noviembre de 1960, Trujillo había hecho asesinar a tres jóvenes y valientes mujeres opositoras: Patria, Minerva y María Teresa Mirabal. Ellas fueron secuestradas, torturadas y asesinadas por estrangulamiento y a garrotazos. Esta atrocidad le costó a Trujillo su propia vida, aunque la sociedad dominicana por décadas, no se ha podido sacudir totalmente el legado sombrío, sangriento de esa dictadura. Ni el resto de América Latina.

Las hermanas Mirabal

Hay un debate agitado sobre la autoría del merengue referido, pero el arreglo dominicano muestra cierta crueldad bien calculada al hacer referencia al dolor causado a la esposa de Trujillo, María de los Angeles Martínez Alba, y a la madre del dictador (el fragmento de música ranchera mexicana que canta: “Ay María, canta y no llores” y un fragmento de la Marcha Fúnebre de Chopin, respectivamente). Es una especie de desquite, de venganza moral por los dolores y espantos provocados por la dictadura de Trujillo entre madres, esposas, niños y mujeres torturados y asesinados, sin esperanza de justicia.

Anastasio Somoza García y Rafael Trujillo, 1952

Los pueblos pueden escribir merengues llamando a fiesta cuando el chivo es sacrificado. Podemos vengarnos burlándonos hasta cruelmente del dolor de sus parientes y seres cercanos cuando el dictador cae por sus pies de barro. Pero está demostrado que las fiestas de los chivos, mera catarsis del dolor y la sed de justicia, no son suficientes. Muchos hicieron carnaval con el asesinato de Anastasio Somoza o con la agónica muerte de Hugo Chávez, la muerte por inanición de Fidel Castro o las caídas en desgracia o desplazamientos de autócratas como Correa, Evo Morales, Donal Trump, Peña Nieto. 

Bailar de alegría cuando el chivo ha muerto o ha sido derrotado o desplazado, no nos garantiza que el mal ha desaparecido, que ya no volverá, pero podríamos alertar trempranamente estos peligros: en cuanto miremos que ha sido derramada la primera gota de sangre, en cuanto miremos que la sangre derramada no ha encontrado justicia, es hora de alzarse. Una gota de sangre de un Abel bíblico es suficiente para romper el equilibrio edénico. La sangre inocente derramada debe romper todos los equilibrios, los estados de confort. Sabemos que, cual dioses tribales, las dictaduras necesitan sacrificios humanos para sostenerse. Trujillo, como los Somoza, como los chavistas, los sandinistas, las juntas militares que padeció el sur de América, las guerras civiles y los regímenes autoritarios que padeció nuestro istmo: Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Honduras, etc., desde sus inicios todas las dictaduras se imponen con grandes ríos de sangre y muerte. Alzarnos ante la primera gota, no permitir la siguiente.

¿Se justifica celebrar la fiesta del chivo? ¿Es suficiente? Hoy por experiencia sabemos que si bien es dura la lucha contra las autocracias, más dura y exigente aún es la lucha por la democracia. Las dictaduras nos duermen…o matan. En cambio, la democracia nos condena a mantenernos despiertos, vivos, alertas, en una permanente fiesta del chivo, celebrando la libertad recuperada en contra del último chivo dictador.