El rescate (y el secuestro)

<<El gobierno estadounidense y el régimen de Ortega insisten en decir, pues eso conviene a ambos, que la “liberación” de los prisioneros políticos fue un acto espontáneo y desinteresado del gobierno nicaragüense, pero tanta insistencia solo confirma lo que sospechamos: que aquello fue producto de un arreglo entre el gobierno de Biden y el régimen de Ortega.>>

El 9 de febrero, de madrugada, 222 personas secuestradas por motivos políticos por la dictadura de Daniel Ortega, fueron sacadas de las oscuras e inmundas celdas en las que se encontraban encerradas, para ser llevadas al aeropuerto internacional de Managua y subidas a un avión que pocas horas más tarde aterrizaría en uno de los aeropuertos de la capital estadounidense.

Los secuestrados entendieron, al recibir nuevos pasaportes y subir las escalinatas del avión, la razón por la que en los días y semanas pasados les habían tomado fotos y les habían hecho preguntas relativas a su identidad. Solo unos cuantos de aquellos prisioneros sabían lo que estaba pasando, la embajada estadounidense les había informado. Algunos de sus familiares lo sabían también y les esperaban ya en el aeropuerto de destino. También les esperaba un grupo de políticos que en el 2021 habían participado en el juego electoral de Ortega, hasta que este les destruyó las ilusiones apresando a algunos de ellos, que ahora desterró. Estos políticos habían volado desde diversas partes del mundo para estar presentes allá y aparecer en la foto. 

La gran mayoría de los nicaragüenses se alegraron con los secuestrados, que abandonaban aquellos lugares de martirio, y con sus familiares. Por todas partes del globo terrestre los nicaragüenses dejamos salir lágrimas de felicidad. Algún tiempo después de haber despegado el avión, supimos que la dictadura de manera inicua, burda y completamente ilegal, les había arrancado la nacionalidad a los secuestrados mientras estos se encontraban a mitad de camino. A la violación de sus derechos humanos al secuestrarlos, siguió otra violación, el destierro, y a esta siguió otra: despojarles de su nacionalidad.

Hasta aquí la descripción de los hechos. Lo que sigue a continuación es una interpretación de lo que está ocurriendo, una que está basada en el estudio de nuestra historia, la más antigua y la de los hechos más recientes. No se trata, por tanto, de una especulación, sino de señalar el camino que probablemente están tomando las cosas, sabiendo cual es el camino que con demasiada frecuencia ha transitado nuestra relación con los Estados Unidos. 

El gobierno estadounidense y el régimen de Ortega insisten en decir, pues eso conviene a ambos, que la “liberación” de los prisioneros políticos fue un acto espontáneo y desinteresado del gobierno nicaragüense, pero tanta insistencia solo confirma lo que sospechamos: que aquello fue producto de un arreglo entre el gobierno de Biden y el régimen de Ortega.

Los Estados Unidos, que dice tener como política no negociar con terroristas, sin ninguna duda han negociado con Daniel Ortega, el secuestrador, y han acordado con él el pago de un enorme rescate para que, entre otras cosas y como primer acto, dejara salir a los secuestrados. Ortega ha vendido a un precio muy alto la excarcelación de aquellas personas. Los Estados Unidos han aceptado aquel precio, que como siempre al final pagaremos los nicaragüenses con sangre, dolor y muerte.

Nos preguntábamos cuándo llegarían a un acuerdo los Estados Unidos y el régimen de Ortega y ahora tenemos la respuesta. Lo que hemos visto el día 9, el destierro de los secuestrados, es la primera señal de un arreglo entre el gobierno de los Estados Unidos y el régimen de Ortega. Es la primera señal de resultados del diálogo secreto y silencioso del que ya el Vaticano nos había advertido que se está produciendo, del que solo podemos sospechar a los participantes y del que aún no sabemos si ha alcanzado acuerdos fundamentales.  

Lo que ocurrió el 9 de enero es un triple rescate, basado en un arreglo más general. Se rescata, por un lado a los secuestrados políticos, se rescata a la dictadura, que entra en un proceso de normalización de relaciones con Estados Unidos y se rescata también, de un cierto modo, al gobierno estadounidense, dándole un pequeño triunfo con alguna espectacularidad que le da réditos políticos, contribuye a a solucionar los problemas de su frontera sur y aumenta la “estabilidad” en la región centroamericana.

El rescate pagado por los Estados Unidos por la liberación de los secuestrados, pero no solo por esto, no es otra cosa sino lo que se ha dado en llamar “aterrizaje suave” para la dictadura, lo que significa que el pueblo de Nicaragua, dentro y fuera del país, estará pagando un precio elevadísimo por la excarcelación de esta gente.

Aunque es el gobierno Biden quien hace el arreglo con Ortega, el rescate lo estamos pagando nosotros y lo estaremos pagando por mucho tiempo, todo el tiempo de vida que gracias al arreglo la dictadura ha conseguido. Después de este arreglo tendremos una dictadura rejuvenecida, una dictadura para rato.

El alcanzado es un arreglo a la medida de los intereses de Estados Unidos y no los de Nicaragua, en el que ocurre lo que cierto político sugirió que debíamos hacer, esto es, olvidarnos de la democracia y conformarnos con tener gobernabilidad.

Ese alto precio lo estaremos pagando mientras sigamos mirando hacia los Estados Unidos como nuestro salvador, pues el gobierno de ese país lo que persigue es su propia conveniencia, que casi nunca coincide con lo que conviene al pueblo de Nicaragua.

Con sus jubilosas declaraciones del día 9, el gobierno estadounidense nos lanza una cortina de humo, quiere hacernos alegrar por cosas por las que luego vamos a llorar. Por lo que ha hecho posible esta liberación, por el rescate que ha sido pagado, seguramente lloraremos más adelante.

Es un rescate que no se puede medir en monedas de oro porque es más valioso que el oro mismo. Es un rescate pagado en moneda de poder. Es el poder que los Estados Unidos concede a Ortega para que la dictadura continúe viviendo campantemente. Es el poder de seguir oprimiendo a nuestro pueblo. Ya iremos viendo, con el paso de los días, qué cosas trae consigo ese arreglo

La liberación de los secuestrados es apenas el inicio de lo que vendrá. Los Estados Unidos no persiguen en Nicaragua un cambio de régimen (“Regime change” le llaman ellos) y en su visión de las cosas y en sus políticas, es el gobierno de Nicaragua, el gobierno de Ortega, el responsable de “retornar” el país a la democracia. Ahora la relación entre el gobierno estadounidense y la dictadura de Ortega seguirá un mapa de ruta para “el retorno gradual a la democracia”: un sistema de revisiones periódicas que conllevan premio y castigo. La Ley Renacer, que senadores y congresistas de origen latino de la Florida entre otros, seguramente activarán ahora con varios años de retraso, será muy probablemente ese mapa de ruta que tendrá como meta la realización de elecciones libres en el 2026 y que gradualmente irá premiando al régimen de Ortega en los avances que según el gobierno estadounidense se vayan produciendo, o castigándolo cuando no cumpla. Eso otorga al régimen de Ortega y Murillo al menos tres años para preparar a un sucesor, probablemente alguno de sus tarados hijos.

Esto otorga también a los llamados “líderes de la oposición” que han sido desterrados a Washington, un tiempo amplio y suficiente para organizar una agrupación capaz de enfrentar a Ortega o su sucesor en las elecciones del 2026. Hay probablemente varios entre estos “líderes” que con gusto participarán en este nuevo “proceso electoral”, con todo y que ha sido ampliamente demostrado que no es posible salir de la dictadura por medio de elecciones con Ortega y bajo Ortega. Algunos de ellos, que llegaron a Washington sentados en la primera clase del avión, seguramente aceptarán gustosos participar de ese proceso, bajo la tutela del gobierno estadounidense. No hay que hacerse demasiadas ilusiones con las figuras más conocidas entre los desterrados, pues ellos, como antes de ellos lo hicieron repetidamente sus antepasados de la clase política nicaragüense, van a seguir los lineamientos que los Estados Unidos les “sugieran”. 

El arreglo que han alcanzado los Estados Unidos y el régimen de Ortega no habrá de marchar sin accidentes, sin contradicciones y sin complicaciones, pero eso no quiere decir que no hay un arreglo. La naturaleza de los contratantes hace que no todo vaya a marchar sobre ruedas o como se ha planeado. Así, por ejemplo, el día 9 los Estados Unidos pudieron darse cuenta de la nula confianza que puede tenerse en Ortega como interlocutor. Seguramente los estadounidenses no esperaban ni deseaban que Ortega hiciera todo ese teatro “jurídico” que hizo para convertir en apátridas a los desterrados. Eso no era parte del trato, pero seguramente como no se acordó no hacerlo el dictador lo hizo. Por si no lo sabían, los estadounidenses supieron que Ortega es ese vendedor inescrupuloso que te roba algunos gramos al pesarte la compra o que te pone fruta podrida en el fondo de la bolsa y solo te das cuenta de su truco cuando llegás a tu casa. Es como el frustrado y enojado mesero que de camino a tu mesa escupe la comida que te servirá.

Arrancar a los desterrados torpemente su nacionalidad en un ilegal recurso, es simplemente un obstáculo más que Ortega pone para cobrar caro más adelante el acto de quitarlo. Derogar las leyes que ha dictado y regresarles su nacionalidad y sus derechos, es una “concesión” más, que dará más adelante luego de una larga negociación en la que ganará tiempo. Cuando se trate de medir los avances en el camino a la democracia, la derogación de estas leyes y la restitución de la nacionalidad de los desterrados se mostrará como un avance y será premiado en consecuencia.

Ahora puede verse para quienes no lo creen, el enorme poder que tiene los Estados Unidos sobre el gobierno de Ortega, un poder de dar y de quitar. Como hemos visto, Ortega está dispuesto a hacer lo que los Estados Unidos le manden. Para quienes no lo han visto: la permanencia de Ortega en el poder en Nicaragua es una decisión del gobierno de los Estados Unidos. La no utilización de los múltiples mecanismos de presión para propiciar un cambio real en Nicaragua es una muestra clara de su voluntad.

Quien vea lo ocurrido el 9 de febrero como un signo de debilitamiento del régimen orteguista debe mirar mejor. Después de este día la lucha por liberar a nuestro país se complica aún más. La atomización de los nicaragüenses y de sus organizaciones es una muestra clara de nuestra inmadurez política como pueblo y este movimiento de hoy podría resultar en una dispersión aún mayor.

Lo que no debe olvidarse es que el único camino hacia la democracia pasa por el derrocamiento de la dictadura, que esta es un fósil viviente que no puede evolucionar hacia la democracia. Debemos nosotros mismos definir la forma que nuestra lucha debe asumir y no seguir recetas que políticos de otros países diseñan para nosotros.

Llamemos todos a nuestros políticos, desterrados o no, a resistir la tentación de seguir caminos fáciles y demasiado trillados, que solo nos hacen dar vueltas en círculos y solo alargan la vida de la dictadura. Llamémosles a desoír los cantos de sirena o los susurros al oído de aquellos cuyos intereses son otros que el interés de nuestra gente. Llamémosles a rebelarse contra la historia, romper con ella y actuar de modo diferente que sus antepasados y construir, junto con nuestro pueblo de adentro y de afuera de nuestro país una organización de lucha contra la dictadura y contra el sistema de poder que las crea. Llamémosles en fin, a mirar hacia adentro de nuestro país en lugar de mirar hacia afuera en busca de soluciones. La solución de nuestros problemas está allá, en nuestro país y con nuestro pueblo, y es hacia allá que debemos mirar y es allá donde debemos poner nuestros esfuerzos. 

El derrocamiento de la dictadura debe ser nuestro norte y dirigir nuestras energías hacia ese objetivo debe ser nuestra tarea.

El único camino es la lucha, no es el camino más fácil, pero es solo siguiéndolo que llegaremos a la libertad. La lucha continúa.

Pío Martínez
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