La unidad como principio del fin de las dictaduras

Alegría J.
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«Ortega y Murillo, junto con sus voceros serviles, incluidos los partidos políticos satélites, pregonan que la oposición está dividida y que constantemente se sacan los trapos sucios. Es verdad, la oposición aparentemente muestra división, no estar organizada y no tener experiencia. Sin embargo, nosotros, la oposición, estamos hechos de otro tipo de calado. No nos pareceremos a ellos y por tanto no tenemos ese tipo de cualidades. Los sandinistas no dicen que la oposición, desde abril mismo, está construyendo la democracia en Nicaragua».

Para que una dictadura se construya tiene que haber tres premisas fundamentales: I) un capital aliado con todos sus privilegios; II) una base social obtusa, fanática y carente de todo sentido común, y la última, III) la compra de consciencia de las élites de partidos políticos satélites.

Cuando la resistencia campesina venía emergiendo desde años atrás, más la rebelión de abril del 2018, los Ortega-Murillo desconocieron la memoria histórica, causado esto último por la ambición de poder y la acumulación ilícita de riqueza. Cometieron un gran error: dispararon a mansalva contra un pueblo en que por sus venas corre sangre guerrera.

No aprendieron de la historia porque nunca fueron un partido político con orígenes democráticos, sino grupos delictivos, homicidio interpersonal y homicidio sociopolítico, muy al estilo narco, aleccionado desde el castrismo. Por eso se robaron nuestra revolución en el 79, venida de un pueblo guerrero y harto de atropellos, venidos de la dictadura somocista.

La revolución nunca fue sandinista, sino de los nicaragüenses, que muy hábilmente se adjudicaron los sandinistas para hacer el desmadre que saben hacer: destrucción y muerte, en tanto se enriquecieron a costilla de los demás (del pueblo trabajador).

Los que hoy pertenecemos a la segunda edad y otros a la tercera (todavía no llego ahí) nos enfrentamos al somocismo o, su equivalente, a la muerte pensando que, con la desaparición de este, terminaría todo atisbo de arrebato humano. Tristemente, en la década de los 80 sufrimos nuevamente pérdida de vidas humanas, «para construir una nueva Nicaragua». 

¡Mentira cochina! Los sandinistas nos hicieron creer en la defensa de una revolución que nunca existió. La guerra de los 80 no era más que el enfrentamiento entre dos partes de nicaragüenses: los jóvenes engañados con el tema de la revolución (usurpada), bajo el paraguas de la Guerra Fría, y los campesinos en rebeldía (llamados contras).

Una aparente paz llegó en los 90 y duró tan apenas 17 años. Luego, a partir del 2007, Daniel Ortega, a la cabeza del partido sandinista, comenzó a construir una dictadura criminal solapada que terminó de levantar su tupido velo al disparar para asesinar a los jóvenes estudiantes indefensos y, simultáneamente, abrió nuevamente las venas que todavía no habían cicatrizado desde los años 70 y 80.

Los nicaragüenses hoy nos enfrentamos al mismo enemigo; al enemigo que usurpó la revolución en 1979 y que hoy se atornilla en el poder a cualquier costo. Un enemigo mucho más peligroso, aliado estratégicamente con un sector corrupto del gran capital y con una élite venida de los partidos políticos satélites (PLC, CxL, PC, PLI, APRE, etc.), bajo el encanto del poder del dinero, aun sacrificando sus bases sociales que los posicionaron como partidos políticos.

Ortega y Murillo, junto con sus voceros serviles, incluidos los partidos políticos satélites, pregonan que la oposición está dividida y que constantemente se sacan los trapos sucios. Por lo tanto, «no están preparados para las elecciones»; entretanto, los sandinistas se mantienen disciplinados (obedientes), organizados y con experiencia para las elecciones.

Es verdad, la oposición aparentemente muestra división, no estar organizada y no tener experiencia. En cambio, los sandinistas con los Ortega-Murillo a la cabeza tienen una estructura organizada con criminales, practican genocidio de lesa humanidad y están conformados por un minoritario segmento obtuso, ciego y fanático de la sociedad que enaltece la figura del régimen. 

Nosotros, la oposición, estamos hechos de otro tipo de calado. Por eso no nos pareceremos a ellos y por tanto no tenemos ese tipo de cualidades. Los sandinistas no dicen que la oposición, desde abril mismo, está construyendo la democracia en Nicaragua. 

Es una oposición inclusiva, donde los más amplios y representativos sectores de la sociedad tienen la capacidad de debatir libremente sus ideas; donde los miembros pueden defender libremente sus planteamientos; donde se anteponen los intereses de la nación a los personales; nos posicionamos como fuerza constructiva de la democracia en Nicaragua, no sin antes derrocar a la dictadura del crimen organizado, los Ortega-Murillo.

Deseo finalizar citando las palabras de un amigo: «El camino es culebrero, traicionero y muy peligroso. Hemos perdido mucho, todos, pero debemos seguir adelante muy unidos».

Empero, nunca digas que no estamos preparados, porque somos el soberano y porque el fin de las dictaduras en Nicaragua está cerca.

Fontainebleau, Miami, 26 de octubre de 2019