La verdadera muerte de El Nuevo Diario
(De cómo el poder mafioso intenta sobrevivir a los cambios)
Erick Aguirre
Poeta, narrador y ensayista. Periodista, editor y columnista en periódicos de Nicaragua y Centroamérica. Miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española.
«Esas personas facilitaron el crimen y se beneficiaron alegremente con NUESTRO dinero. Las sanciones impuestas por el gobierno de Estados Unidos, aunque ya los están afectando y los están haciendo pasar apuros, deberían alcanzarlos directamente. Sus nombres deben ser incluidos en esas listas ominosas por ser parte activa de la corrupción y el oprobio de este régimen mafioso»
Hace poco escribí una cuartilla que publiqué como un post en Facebook y a la larga acabó siendo el germen de este artículo. Fue a las seis de la mañana del diez de noviembre pasado, y lo hice movido por el interés que me causó un reportaje sobre la crisis del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS). También porque ese día se cumplieron cuatro años del fallecimiento de mi padre, Danilo Aguirre Solís.
Mi padre pasó muchos años poniendo el dedo sobre la llaga desde la dirección editorial de lo que verdaderamente fue El Nuevo Diario, sobre los casos más sucios y asquerosos de corrupción en los que siempre estuvieron involucrados la mafia del FSLN y las escurridizas élites con poder que operan en Nicaragua; incluyendo por supuesto el despiadado saqueo del INSS.
Muchos periodistas valiosos que lo acompañaron entonces pueden dar fe de que esa línea dura de denuncia sin tapujos se mantuvo inalterable y a pesar de múltiples presiones, hasta que en el año 2011 los herederos de Xavier Chamorro Cardenal decidieron vender El Nuevo Diario al banquero Ramiro Ortiz, dueño del Banco de la Producción (BANPRO) y presidente del grupo corporativo PROMERICA; no sin antes haberlo ofrecido en venta al matrimonio Ortega Murillo.
Esa fue la verdadera muerte de El Nuevo Diario, y no la farsa que el banquero y sus gerentes montaron hace algunas semanas para cerrarlo y enviar al desempleo a sus trabajadores. Con el cese de circulación de ese OTRO Nuevo Diario sus propietarios y directores trataron de victimizarse ante la opinión pública, rasgándose vestiduras y mostrándose como víctimas de la represión y la asfixia económica provocada por el régimen Ortega Murillo.
Lo cierto, sin embargo, es que todo fue una capitulación vergonzosa y una irresponsabilidad social de los propietarios con las familias de los trabajadores. Lo que personalmente creo es que, o estaban perdiendo ya demasiado dinero o sus oscuros socios criminales los estaban chantajeando. O ambas cosas a la vez. No sabría decirlo con certeza. Pero simple y llanamente, por pura conveniencia o cobardía, optaron por cerrar un diario que merecía un destino más digno.
Un verdadero periódico independiente hubiese resistido hasta el fin. Es decir, hasta la muerte, como lo hizo Pedro Joaquín Chamorro. Pero estos nuevos propietarios no. Nunca serían capaces de algo semejante. Ningún millonario tiene vocación de víctima o de héroe. ¿Cómo podrían hacerlo si ellos mismos, antes, durante y después de comprar el diario eran parte de la enorme corrupción a la que el verdadero Nuevo Diario dedicaba páginas enteras de denuncia veraz, documentada y contundente?
Seamos claros. El dueño de BANPRO y otros millonarios de Nicaragua (lo saben y lo repiten hoy como verdad ineludible miles de ciudadanos) compartieron ganancias y apuntalaron la consolidación del régimen criminal de la familia Ortega Murillo, mientras la sociedad era amordazada y las instituciones públicas eran demolidas y secuestradas por sus operadores. La misma presión política y el ahogamiento económico que llevaron a la onerosa operación de compra-venta de El Nuevo Diario fue parte de esas acciones de silenciamiento. Acciones que respondían a un procedimiento sistemático del régimen, que poco a poco también fue demoliendo los cimientos de la mayoría del periodismo independiente en Nicaragua.
Con excepción de medios de oposición dura y abierta pero con cierto «olor de élites» como La Prensa y el grupo mediático de Carlos Fernando Chamorro (Confidencial, Esta noche y Esta semana), cuando se produjo la onerosa compra-venta de El Nuevo Diario la casi totalidad de medios independientes (radio, televisión y prensa escrita) se encontraban sometidos a una brutal presión económica financiera que, dado el modesto pecunio con que por lo general la prensa honesta cuenta, finalmente los llevaron a una de las peores disyuntivas a las que el periodismo puede enfrentarse: la cooptación editorial y política o la extinción como pequeña o mediana empresa.
Las pautas publicitarias de un binomio tan poderoso como el de la familia Ortega (que también sistemáticamente fue apropiándose de un apabullante grupo mediático) y los millonarios de Nicaragua, solo ofrecían al periodismo el sometimiento de sus políticas editoriales al discurso de la Alianza Público Privada o la bancarrota. La operación compra-venta de El Nuevo Diario en el 2011 (a la que no fue ajeno el consorcio Pellas) fue el puntillazo final contra uno de lo pocos mojones de beligerancia que quedaban en el periodismo independiente de Nicaragua.
Recordemos, incluso, que el hoy clausurado y confiscado canal 100% Noticias de Miguel Mora, aunque abría sus espacios a opiniones diversas, era políticamente afín (por razones que aún no logro definir) a las políticas orteguistas. Y eso no fue hace mucho tiempo. Al menos no tanto como para que ya lo hayamos olvidado.
En fin, audazmente algunos periodistas y grupos de periodistas ya empezaban a apostar a lo que hoy es la única opción de beligerancia y horizontalidad: el periodismo en línea. Pero como se preguntaba un escritor: aun en un ámbito de democracia, ¿quién garantiza para los ciudadanos la democracia económica?
Después de los dramáticos y esperanzadores sucesos de abril 2018, tras el baño de sangre y la barbarie perpetrada sistemáticamente por el régimen, esos millonarios que aludo han tomado, aparentemente, cierta distancia política de los Ortega Murillo y su círculo mafioso; aunque al respecto muchos nos guardemos serias dudas. A estas alturas y dadas las circunstancias cuesta mucho creer que estos grupos de poder económico hayan roto sus relaciones de negocios con los asesinos. Son relaciones mafiosas de las que es muy difícil desprenderse.
Cierta campaña en la que se pretendía incriminar al BANPRO en lavado de dinero del narcotráfico y el abrupto cierre del diario hace unas semanas, son precisamente reflejos de ese conflicto. Al parecer Ortega decidió pasar factura al propietario de BANPRO-PROMERICA por esa toma de distancia política desde el periódico. Una toma de distancia que, valga subrayar, llegó muy tarde, aunque al parecer no dejó de molestar a la pareja de tiranos.
Lo que puedo deducir ahora es que el banquero Ortiz, igual que el resto de empresarios involucrados en el proyecto Alianza Público Privada, pensó o supuso que todo esto era solo un asunto de dar la vuelta y tomar distancia. Simplemente cambiar de máscara y de discurso ante la evidencia de una barbarie que habría sobrepasado la sordidez de sus negocios con el régimen. Pero ya sabemos que todas las mafias comparten una sentencia ineludible: «de este negocio nadie puede retirarse». Fue esa frase tenebrosa, seguramente, la que (palabras más palabras menos) Ortega y Murillo habrían utilizado para callar la boca del banquero, o bien, obligarlo a cerrar un diario al que de todas formas ya habían rebajado a niveles de ignominia.
Los periodistas y editores que estuvimos allí ese día recordamos cuáles fueron las palabras con que de hecho fue implantada la nueva política editorial de El Nuevo Diario, recién comprado por Ortiz en el 2011. «Ni una palabra contra Ortega, ni una palabra contra Chávez… Ojalá tengamos Chávez para rato… ¡Vivan los petrodólares!», exclamó jubiloso ante aquel grupo de periodistas atónitos el flamante Gerente del BANPRO desde el primer día que puso un pie en el periódico.
Desde entonces se impuso el silencio y la censura, seguida de la conveniente «depuración» del personal del diario, aunque después de la sublevación de abril 2018, como dije, quisieron acomodarse y cambiar de máscara, permitiéndole a sus periodistas evacuar sus críticas al régimen. Pero ya vemos cuál fue el resultado: una retirada vergonzosa que no solo evidencia la vigencia de sus vínculos mafiosos con el régimen, sino que esculpe un inmerecido y escatológico epitafio sobre un diario que, repito, ameritaba mejor suerte y para el que mi padre especialmente esperaba un mejor destino.
En fin, lo que escribí en el post del pasado diez de noviembre fue que (en gran parte debido a la política editorial de El Nuevo Diario que dirigía mi padre) todos sabíamos de la existencia de una red de mafiosos de cuello blanco que hacía uso alevoso y lucrativo de los recursos de centenares de miles de trabajadores afiliados a la seguridad social en Nicaragua.
Desde el verdadero Nuevo Diario siempre se denunció sin tapujos cómo los mafiosos del FSLN y los banqueros nicaragüenses invirtieron ese dinero público (nuestro dinero, nuestros ahorros de toda una vida de trabajo) en negocios privados con los que se enriquecieron aún más de lo que ya eran.
Recordemos también que bajo el negocio energético promovido por Hugo Chávez desde Venezuela a sus gobiernos aliados en la región, Ortega obtuvo la inaudita oportunidad de manejar, discrecionalmente y eludiendo controles institucionales, los muniltimillonarios préstamos petroleros. Buena cantidad de esos miles de millones de dólares terminó siendo parte de jugosas inversiones privadas en colusión con empresas o empresarios que sin vacilar establecieron vínculos muy profundos con la pareja gobernante.
Todo eso fue denunciado sistemáticamente desde el verdadero Nuevo Diario, cuyos reportajes comprobaron que el formato de “cooperación” venezolana permitió la administración absolutamente discrecional, por parte de la familia Ortega, de aproximadamente cuatro mil millones de dólares; fondos que fueron ilegalmente privatizados y utilizados en negocios particulares de la familia y sus allegados.
Pero en tales circunstancias el sector privado nicaragüense también se colocó en posición de extraordinarios beneficios y ganancias. Desde entonces, la mayoría, por no decir todas las instituciones financieras privadas de Nicaragua han venido siendo parte activa de operaciones multimillonarias con los flujos del capital petrolero controlado por Ortega.
Principalmente el BANPRO, propiedad de Ortiz, y cuyo Gerente General es Luis Rivas Anduray (quien de hecho «dirigió» El Nuevo Diario durante su periodo más vergonzoso), participó de esa inmensa operación mafiosa en la que el régimen Ortega Murillo, entre otras cosas, les hizo el «favor» de depositar en el BANPRO las cuentas del Estado.
Como una consecuencia anecdótica, por ejemplo, todavía hoy obligan a miles de empleados públicos (y aun de empresas privadas) a abrir cuentas en BANPRO como condición ineludible para recibir sus salarios y para que estos diligentes banqueros puedan obtener jugosos beneficios por el interés compuesto (no enterado al cuenta-habiente) generado por el dinero de las planillas de las empresas públicas, de no pocas empresas privadas y de las pensiones de los jubilados.
¿Recuerdan las largas filas de ancianos bajo el sol inclemente frente a las sucursales del BANPRO? ¿Recuerdan las dramáticas fotografías y las denuncias de El Nuevo Diario antes de ser engullido por este banquero? No es necesario recordarlas. Todavía las hacen, aunque ya ningún periódico, tal vez solo La Prensa, envía a sus reporteros a tomarles fotos. ¿Recuerdan también que el BANPRO era el que manejaba las finanzas de la Policía? ¿Recuerdan que en casi todas las delegaciones policiales había sucursales de esa institución bancaria?
Pero no solo el BANPRO es parte de esa mafia corporativa. También el BANCENTRO de los Zamora (más de 1,200 millones de dólares en exportación de carne a Venezuela y otros tantos en exportación de leche), y el BDF de los corruptos militares cómplices con sus multimillonarios negocios, y el consorcio Pellas, que además de ser el principal proveedor de azúcar de la exportadora ALBALINISA, entre otros negocios en distintos rubros como el turismo VIP, en sociedad con el régimen nos sigue exprimiendo con las facturas de energía eléctrica.
Esa mafia criminal es la que tiene a casi todos los nicaragüenses endeudados y en la pobreza. Esos mismos mafiosos de cuello blanco y sus representantes gremiales de las Cámaras de Comercio y Consejos Empresariales hoy involucrados abiertamente en asuntos políticos, siguen siendo socios de los Ortega Murillo; aunque ahora pretendan inútilmente lavarse el rostro. Y sabemos también de otros rostros que permanecen ocultos o convenientemente maquillados.
Esas personas facilitaron el crimen y se beneficiaron alegremente con NUESTRO dinero. Las sanciones impuestas por el gobierno de Estados Unidos, aunque ya los están afectando y los están haciendo pasar apuros, deberían alcanzarlos directamente. Sus nombres deben ser incluidos en esas listas ominosas por ser parte activa de la corrupción y el oprobio de este régimen mafioso, del cual forman parte aunque lo nieguen.
¿Quién ha garantizado para estos millonarios, como nunca antes, las ventajas con las que han multiplicado sus fortunas en los últimos once años? Daniel Ortega y sus fuerzas represivas. Sus operadores en Aduana, en el Poder Judicial, en la Asamblea Nacional, en el Ministerio de Hacienda, en el Banco Central, en la Superintendencia de Bancos… ¿Quiénes más?
¿Quiénes intervinieron, junto al más alto prelado de la Iglesia Católica nicaragüense, para salvar el pellejo a los asesinos cuando estaban al borde del precipicio? ¿Quiénes dieron oxígeno al tirano con la argucia y la absurda teatralidad de un diálogo al que desde el comienzo algunos nos opusimos? ¿Quiénes pretendieron pasar por «demócratas» secuestrando el liderazgo ciudadano durante un diálogo que ellos mismos sabían era inútil y cuya deliberada prolongación solo contribuyó a dar respiro a los asesinos, que de inmediato emprendieron esta sangrienta revancha que aún hoy seguimos sufriendo? ¿Quiénes más? Los flamantes empresarios.
Por eso ha resultado extraño el coro de voces que desde una presunta posición anti-régimen se unieron a la victimización y al teatral desgarramiento de vestiduras con que el banquero Ortiz y sus gerentes anunciaron el cierre de El Nuevo Diario. Es una muestra de cómo funciona (y siempre ha funcionado) el baile de máscaras de las élites con poder en Nicaragua.
A mí, por ejemplo, en particular me llama la atención que los líderes de agrupaciones gremiales como el PEN Nicaragua sean más beligerantes ante estas farsas y parezcan creer más en la impostura de Ortiz y compañía que en las voces del periodismo libre que las critican.
Me extraña mucho esa actitud de la dirigencia del PEN, sabiendo que durante su última reestructuración gremial se acordó por votación mayoritaria nombrar a Gioconda Belli como presidente y a mi padre como vicepresidente (meses antes de su fallecimiento), precisamente porque estaba reciente el duro golpe que para la libertad de prensa significó la compra del diario por el banquero Ortiz, y porque alrededor de mi padre se había aglutinado por mucho tiempo un buen número de nuevos periodistas que presuntamente nutrirían de «sangre joven» a la organización.
¿Dónde está esa nueva sangre ahora que el PEN Nicaragua parece apoyar a cómplices de crímenes y parece estar sirviendo, principalmente, como plataforma personal de proyección literaria internacional de su presidente? Me extraña (aunque a estas alturas ya no debería) que los directivos del PEN prefieran defender la libertad de prensa de banqueros mafiosos o a sus representantes en los falsos liderazgos de «oposición», y no las posiciones arriesgadas y peligrosas del verdadero periodismo independiente. Y me extraña más que sus miembros más jóvenes y valiosos lo permitan.
Todo esto es parte de un panorama amplio y complejo que sin embargo está siendo cada vez mas claro para la inmensa mayoría de nicaragüenses. No tengo ninguna duda. Y no estoy dispuesto a dejarme convencer por quienes con frecuencia me interpelan haciendo llamados a la «unidad» o a la «cordura».
Yo le pregunto a usted, que está leyendo esto: ¿es mala fe de mi parte desconfiar de personas claramente vinculadas a esta mafia?, ¿es necedad?, ¿es locura? Quienes creen eso deberían revisar bien su conciencia, o el funcionamiento de su memoria, o la honestidad de sus compromisos.