Sobre “La necesidad de un nuevo feminismo en el siglo XXI”, de Gioconda Belli

Carlos A. Lucas A.
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<<El mundo “femenino” añorado por Gioconda no puede ser diferente a un mundo “masculino” (ver los ejemplos citados), pues no se trata de que Venus se convierta en Marte o viceversa, sino darse cuenta, asumir, que ambos mundos sólo son expresiones de la misma situación de opresión, marginalidad, represión y que la liberación de uno solamente es posible con la liberación del otro.>>

La sustancia de este artículo de Gioconda Belli, una de las feministas más visibles de Nicaragua, quien clama por un feminismo siglo XXI, está resumida en la siguiente estrofa: “Me he preguntado a menudo si un mundo femenino sería diferente; si haría falta, dentro de toda esta tendencia a globalizarnos y entrar a cualquier precio en el futuro tecnológico, introducir la ética femenina: una ética de compasión, de conciliación, de cuidarnos los unos a los otros, una ética maternal”. De esta manera, el feminismo aparece en el pensamiento de Gioconda no como un movimiento reivindicativo que reclama para las mujeres derechos humanos iguales a los hombres, sino como femineidad en su sentido–por desgracia–más patriarcal, que es el ejercicio exclusivo del supuesto rol protector, transformado por el cuidado amoroso y compasivo de las mujeres. 

El texto de Gioconda es una añoranza, un deseo de regresar a lo más primitivo del historial feminista que es, precisamente, ampliar el mundo doméstico idealizado para hacer de la patria (no la matria), el hogar ideal donde la mujer se realiza socialmente, pero haciendo lo mismo en el nuevo macro que en el viejo micro. Por ejemplo, tener una mujer como Jefa de Policía imprimiría a esta institución un actuar compasivo, comprensivo, de cuidado, muy maternal, “propio de las mujeres”. Pero esto es ilusorio, como ya ha sido probado, por ejemplo, con dos mujeres llegadas a Jefas de Policía en Nicaragua, la última de las cuales, en especial, carga sobre su cabeza la sangre y vida de centenares de nicaragüenses masacrados–y con lujo de crueldad, de sadismo.

O como el caso de las dos únicas mujeres en las esferas presidenciales de Nicaragua: Violeta Barrios y Rosario Murillo. Doña Violeta nunca se metió en política, pero llegó como viuda de un líder opositor a la silla presidencial.  De su ejemplo Gioconda rescataría un poder político sui-generis, aparentemente compasivo, conciliador, de cuidado, muy maternal, aunque fuese no solo indiferente a la igualdad de derechos humanos y jurídicos de las mujeres, sino que evidentemente patriarcal.

Patriarcal es también la naturaleza del poder de Rosario Murillo, llegada a la misma esfera de poder que doña Violeta a través de un camino éticamente diferente: perdonar a su marido la acusación de su propia hija como un abusador y violador, llegando, desde el poder, a ordenar y coordinar las masacres del 2018 en Nicaragua. Mujer nada maternal ni con ética “femenina”, en clara contradicción con el argumento de una ética de lo “femenino”.

Es decir, no se llega al mundo diferente de que habla Gioconda por la vía de lo “maternal”, estirando ese mismo rol de género de la mujer desde lo doméstico a lo social, sino por un principio más emancipador: los derechos humanos y constitucionales de las mujeres deben hacerse valer y ser iguales a los de los hombres. Para lograr eso, se requieren acciones “sesgadas” que ayuden a reducir las brechas dadas por la desigualdad en los roles: las mujeres sí, es cierto, tienen características especiales (como el embarazo) que no tienen, ni pueden tener, los hombres, y esas particularidades generan derechos unívocos (como el del aborto). Por cierto, Gioconda se queja que el tema del aborto sea algo tan relevante para el feminismo moderno, olvidando que las cadenas opresivas basadas en los roles son más visibles que, por ejemplo, las cadenas de explotación económica.

En resumen, Gioconda confunde feminismo con femineidad, potenciando el “femenino”, casi como lo hace el autor, en los años 70, del libro “Los hombres son de Marte, y las mujeres, de Venus” en el que afirma, precisamente, que lo “masculino” y lo “femenino” vienen de dos mundos, dos planetas distintos luchando por entenderse o sobrevivirse en este tercero.  El mundo “femenino” añorado por Gioconda no puede ser diferente a un mundo “masculino” (ver los ejemplos citados), pues no se trata de que Venus se convierta en Marte o viceversa, sino darse cuenta, asumir, que ambos mundos sólo son expresiones de la misma situación de opresión, marginalidad, represión y que la liberación de uno solamente es posible con la liberación del otro.