(Des)caricaturizando a PxMolina: Reflexiones hechas por un «angora»
Tony Montana
«La conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados ´orgánicos´, infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios».
(Antonio Gramsci)
Si alguien cree que este ensayo es una apología y romantización, o acaso satanización, al sujeto que se analizará, recomiendo sobremanera que cierre el sitio y se vaya a leer los tuits de Gioconda Belli, Lesther Alemán o de Laureano Ortega, como si de la Biblia se tratase. Este escrito más bien pretende abordar críticamente, sin más, el rol sociológico y cultural de un intelectual en el marco de la crisis sociopolítica de Nicaragua comenzada en abril de 2018; por lo que se realizará una crítica ideológica y cultural que pretenderá, como Prometeo con los dioses, bajar del cielo a la tierra cualquier mixtificación ideológica que contribuya al ateísmo secular.
Antes que nada, hay que poner en contexto quién es PxMolina. Pedro X. Molina es un destacado caricaturista nicaragüense que por más de veinte años ha trabajado en el ámbito del arte y la sátira a través de dibujos y representaciones gráficas que recogen problemáticas sociales, culturales, ambientales y políticas. Ganador de reconocimientos a nivel internacional, como por ejemplo el María Moors Cabot (2019), otorgado por la Universidad de Columbia de Estados Unidos, se puede aseverar que mediante su trabajo artístico y político su figura se ha convertido en un ícono de influencia en muchos estratos de la sociedad nicaragüense.
En el presente trabajo, por tanto, se analizará cómo la caricatura editorial de Confidencial en el artista de PxMolina influye en el estado de opinión, en las representaciones y los imaginarios políticos dentro del marco de la crisis sociopolítica del 2018. Como segundo aspecto, se explicará cómo la institucionalización del trabajo del artista (capital político y cultural) sirve como un dispositivo de poder para establecer una ideología revestida de significantes en defensa de determinados intereses político-económicos en los que está circunscrito dicho artista.
Finalmente se determinará que el trabajo artístico es un medio de propaganda —cuando se reúnen, como es el caso, el talento, la situación y los medios— para reproducir una cultura política autoritaria, elitista, letrada y clasista donde se reproducen la censura, la discriminación y la denigración de otro que no se encuentra en el consenso que promueven y articulan las élites terratenientes, agroexportadoras, bancarias y comerciales que financian este tipo de agencia política en la sociedad.
La crisis de abril y el trabajo artístico de PxMolina
La crisis de abril del 2018 es un importante hecho histórico y político de la historia reciente de Nicaragua. Su importancia reside en las graves violaciones a los derechos humanos, asesinatos, secuestros, violaciones, arrestos arbitrarios y censura periodística por parte del Estado de Nicaragua como reacción a las protestas que comenzaron el 18 de abril, en las ciudades de León y Managua, por políticas gubernamentales en torno a la seguridad social, la libertad de expresión y el medioambiente, que subsecuentemente se extendieron en todo el territorio nacional.
Fue en ese contexto en que PxMolina, a través del periódico digital Confidencial, puso de relieve, de forma destacada, su habilidad y pericia en la crítica periodística contra el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. El artista, usando sus trazos, representó de forma ridícula y grotesca la miseria en que los nicaragüenses vivíamos durante esas crudas semanas de represión, por medio de la exaltación de determinadas características que obedecían al contexto de sinsentido, sinrazón y violencia en que la sociedad se encontraba.
La fuerza gráfica en las caricaturas de Molina reside, por tanto, en la potencia de representación, de plática realista y humor negro, acerca del terrorismo de Estado ejercido por esas fuerzas obscuras, los paramilitares, ese grupo de hórridos sujetos y sicarios contra los derechos humanos, conformado por exmilitares, policías, exguerrilleros y extrabajadores del Ministerio del Interior de la década de los ochenta que generaron muerte, terror y destrucción a personas que protestaron y se autoconvocaron políticamente contra la dictadura Ortega-Murillo en el 2018. Sus uniformes, pasamontañas, colores negro y verde olivo, sus armas AK-47, los automóviles Hilux y las banderas rojinegras denotan una logística que la caricatura nos hace recordar a los terroristas del Estado islámico: todo un simbolismo que representa brutalidad, asesinatos y destrucción en nombre de una idea.
En este marco es importante poner de relieve que el caricaturista, en sus representaciones de Daniel Ortega y Rosario Murillo, se caracteriza por mostrarlos como figuras con deformidad, como monstruos. Sus dibujos —simples en el marco, pero complicados en sus detalles— nos reflejan la fealdad y la miseria moral de los que el artista piensa como causa principal de las violaciones de los derechos humanos en Nicaragua. Al observar las caricaturas uno no puede dejar de notar las flaquezas humanas, las ausencias y el mal en una expresión fantasmagórica cuya analogía lingüística e imaginario cultural sería Satanás.
En esta lógica de arte, las caricaturas en la cultura occidental son un ejemplo del disenso político, social y cultural. En otras palabras, la caricatura tiene el rol de visibilizar y destacar las inconsistencias del discurso oficial cuyo marco de representación debe ser reconvertido de formal a cómico, de absoluto a relativo y de lo bello a lo miserable/hórrido. Debe contribuir, entonces, a la disputa por el sentido común, a una tensión por una competencia discursiva en torno a establecer la verdad que más se adecúe a los intereses del caricaturista y del grupo económico, político y cultural ante el cual pone sus talentos a disposición.
Habría que añadir a este respecto que las caricaturas producidas por Molina en los primeros meses de la crisis de abril son ejemplos de significantes flotantes de la realidad sociopolítica cimentados en una serie de demandas sociales, económicas y políticas, tales como el derecho a la vida, el derecho a una jubilación digna, el derecho a un justo proceso judicial, la renuncia de Ortega y Murillo, entre otras variantes. Las caricaturas son, pues, una expresión de la intersección de significantes o cadena de equivalencias: esas múltiples peticiones frustradas, reprimidas y aplastadas por un régimen autoritario.
La vinculación entre el caricaturista (como sujeto) y el poder
El arte no solo es una expresión de los intereses, los posicionamientos y las preferencias del artista; este, también, se encuentra condicionado por la formación sociopolítica, sin la cual no puede haber un sentido mentado y orientado (en el sentido weberiano) de la acción social con arreglo a intereses grupales, políticos y partidarios. Las caricaturas de PxMolina no son un simple adorno estético de la editorial del periódico Confidencial; tampoco son un apartado que nada más promueve el sentido del humor. Son más que eso. Son una expresión de la lucha por la hegemonía política, en el sentido ético (cómo dirigir un Estado y Gobierno en orientación a los valores de la democracia liberal-burguesa) y estético (subjetividades, sufrimientos y dolores de aquellos «otros» a los que apelan las élites; es decir, el populus, el pueblo).
Como habíamos mencionado antes, las caricaturas son la expresión del disenso contra un discurso oficial, pero lo anterior no significa que el disenso sea un fruto exclusivamente individual de un sujeto apartado, solitario (dicho de otro modo, de un anacoreta). Todo lo contrario. Es parte de un entramado de representaciones, cosmovisiones e intereses que juntos forman acuerdos implícitos de grupos o bloques político-ideológicos que, en este caso, generan un prestigio del artista para determinados estamentos en los cuales, a este último, a Px Molina, lo posicionarán dentro un espacio de privilegio e influencia política frente a otro bien como extraños o como seguidores.
De lo anterior se desprende que Molina es un intelectual orgánico/militante, en el sentido gramsciano de la categoría. Las representaciones graficas a través de sus caricaturas presentadas en Confidencial, además de ser de un exquisito arte, son una regia propaganda partidaria que estimula y consolida creencias y comportamientos colectivos en el campo de la cultura política. En el terreno de las creencias, hace uso de un elemento sociocultural de importancia: explota, mediante una premisa ad populus, la teoría de que las causas de la violencia, la pobreza y el desempleo (generados por un sistema de clanes familiares, capitales y militares) son de forma definitoria y exclusiva responsabilidad de individuos concretos. Tales son los casos de Daniel Ortega y Rosario Murillo, ambos la suma confesión de un fetiche ideológico: «los culpables originarios del mal». Dicho de otra manera, unos supuestos sujetos-epicentros en que recae la ira de los hijos de Saturno, es decir, de las mayorías.
Esta espectacular operación ideológica, pese a que gran parte del público y seguidores de Molina saben que es amputada y carece de evidencia —de lo contrario no sería creencia, pero aun así se sigue creyendo—, consiste en censurar y taponar de forma fantasmática a otros utilizando el arte (además de varios tipos de acciones más concretas, que explicaremos más adelante). Aun así, decíamos, se sigue creyendo en la creencia, en contraposición al apoyo histórico de los empresarios en los últimos trece años, así como el de la Iglesia católica, los movimientos sociales y los medios de comunicación, manifestado en el famoso modelo corporativista entre el gran capital y el Estado, que todavía persiste.
Entonces se reprime un contenido fundamental en la explicación de todo régimen autoritario: es aquella que devela que todo orden de tal género es una dictadura de clase y que el régimen orteguista sería impensable sin la colaboración del gran capital y las familias de la oligarquía nicaragüense (por ejemplo, los Holman, los Chamorro, los Pellas, los Zamora y otros). Hay una censura evidente que corresponde a la relación carnal entre el cortesano, el artista, así como las clases familiares, el poder mediático y el capital.
«Jorge Solís Argüello, ejecutivo del Cosep, últimamente célebre por su papel como mediador en el diálogo entre la dictadura y la Alianza Cívica. Socio de la familia Ortega Murillo en varios negocios millonarios, Solís Argüello es hijo de Jorge Solís Farias, director de Petronic y presidente de Telcor durante el gobierno cleptómano de Arnoldo Alemán» (Erick Aguirre: «La ´realeza´ desnuda», 2019, en Revista Abril).
Habría que añadir a lo antes desarrollado que Pedro X. Molina, dada su trayectoria como caricaturista e intelectual de las élites, es un sujeto cuyo capital político y social hace indispensable su rol como influencer político. En efecto, mediante su cuenta en Twitter, que alcanza más de 31.000 usuarios, todos los días denuncia, describe y explica algo sobre la situación política del país. Los temas de sus publicaciones van desde los presos políticos hasta la represión que enfrentan muchos ciudadanos nicaragüenses. Las reacciones a tales tuits van desde 100 hasta 1.000 «me encorazona», y los comentarios llegan hasta 2.000.
En ese segundo terreno, referente a los comportamientos colectivos con que sus obras, tuits e imágenes constituyen un reforzamiento de esquemas cognitivos/representacionales de la cultura política, sería una equivocación reducir a Molina al simple papel de artista e intelectual. Es también un destacado propagandista en lo relativo a la producción de significantes que en la sociedad nicaragüense se han producido durante la dictadura somocista (1936-1979), la Revolución popular sandinista (1979-1990), los gobiernos neoliberales (1990-2006) y el régimen corporativista de Daniel Ortega y Rosario Murillo (2007-¿?): «sapos», «infiltrados», «gallo-gallinas», «divisionista», «unidad», «hay que estar unidos», «angoras», «anuros», «ultras», «descerebrados», entre otros epítetos.
Significantes nebulosos, los anteriores, según sea la época, pero que Molina a través de su cuenta en Twitter utiliza como apodos y adjetivos descalificativos contra los que critican de forma abierta a la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, la Unidad Nacional Azul y Blanco y demás agrupaciones políticas satélites: tanto a las dos primeras que representan al gran capital como a sectores burocratizados y específicos de la sociedad civil. Tales son los casos de los organismos no gubernamentales, las fundaciones, los activistas de movimientos sociales, etcétera. En el otro lado del espectro de la crítica de Molina se encuentran los defensores de la dictadura, ciudadanos pertenecientes a la Juventud Sandinista, la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua y demás simpatizantes orteguistas.
En una sociedad de red, los contenidos, significados y, por consiguiente, la conformación del sentido común dependen de la imagen y de las palabras. Más que separados, hay que analizarlos como una combinación indisoluble. Pese a que las redes están compuestas por múltiples actores que gestionan sus mensajes/contenidos de forma horizontal, también es importante reconocer que en la misma se genera una cierta asimetría en las relaciones de poder. En el caso que nos corresponde, el capital político y cultural de Pedro X. Molina es una condición para generar influencia y dominio político, en términos de desigualdad (superioridad frente a los otros), en las decisiones, los imaginarios y las percepciones de aquellos que están fuera de sus coordenadas ideológicas («anuros», «sapos», «infiltrados», aparte de otros significantes que sirven, desde la palabra en combinación con la imagen, como un instrumento cultural de mediación simbólica).
Los recursos de las caricaturas y los epítetos constituyen un acervo de metáforas, símiles, hipérboles y alegorías que interpelan a los actores, sean estos individuales, colectivos, organizaciones, instituciones y redes. En la capacidad de relacionarse alternativamente la imagen, la palabra y los actores se produce un ejercicio de dominación donde hay un marcado grado de influencia de Molina sobre los otros («sapo», «infiltrado», «anuro», «divisionista», «demócratas», «decentes»), cuyo rol es interpelar a una universalidad abstracta, o sea, al populus, el pueblo, pero también de construir a este mismo a costillas y expensas de expulsar a otros.
Por lo demás, este imaginario se concibe a sí mismo como democrático. Dicho de manera más diáfana, el rol del caricaturista de sátira política es también en este caso el papel del propagandista, vector fundamental de un populismo cuya misión central es poder conquistar, mediante la marca PxMolina, la mayor cantidad de apoyos necesarios para que la formación protopartidaria de las élites agroexportadoras, comerciantes, burócratas, políticas y familiares, llamada Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia (ACJD), tenga, pese a su desgaste, algún tipo de legitimidad en el campo de la disputa por el poder político.
El caricaturista y la reproducción de la cultura política tradicional
La sátira política es un elemento importante de una sociedad democrática que es capaz de burlarse de sí misma. La burla es una importante conquista de las sociedades occidentales. Además, es una válvula de escape ante lo crudo y lo absurdo del mundo. Pese a que la sátira y sus representaciones artísticas de distinto género —como el teatro, la poesía, el cuento, la novela y, en este caso, la caricatura— representan formas dignas del ejercicio intelectual, ello no debe ser un motivo para señalar que la burla por sí misma sea inobjetable, así como que la misma no se sienta atraída por el monopolio de determinadas élites políticas y económicas en su ejercicio cotidiano de dominación.
En este marco es importante subrayar que la producción social de significaciones de PxMolina es una obra creativa cimentada en la memoria colectiva de los últimos cuarenta años, para dotar de consignas, emblemas, etiquetas, metas y objetivos que, de forma sintetizada, movilizan y encienden pasiones a favor de lo que se presentan: como método de reducción política, como opción exclusiva de la Coalición Nacional Azul y Blanco.
La cadena de significados vistos a través de las palabras e imágenes apelan a la vida simbólica de los sujetos. «¿De parte de quién estás?» y «Estar contra la unidad es estar a favor de la dictadura» son parte importante de la conformación de identidades políticas. Se reciclan entonces fantasmas que enaltecen el martirio, como los que Molina invoca para legitimar el supuesto liderazgo de Edwin Carcache, «haber estado este último en la cárcel»; una equivalencia del otro lado del espectro en el que a Daniel Ortega se le considera, por muchos de sus propagandistas y artistas, líder-comandante de la Revolución por haber pasado siete años tras las rejas.
Otros fantasmas también aparecen, como si se tratara de una película de terror. Haciendo uso de su capital político y cultural, Molina legitima liderazgos espurios como el de Lesther Alemán, Max Jerez y otros como el de Douglas Castro (este último durante mucho tiempo se hizo pasar como estudiante), sin aclarar los procesos de consulta, participación, transparencia y base social en que fueron «elegidos». Cualquier parecido de la Juventud Sandinista (JS) y la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN) con la Alianza Universitaria Nicaragüense (AUN), la Coordinadora Universitaria (CUDJ), la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), la Alianza Cívica por la Justica y la Democracia (ACJD) y la Articulación de Movimientos sociales (AMS) no es una similitud frívola: es una equivalencia ontológica en términos de la relación carnal entre sectores supuestamente autónomos —en el caso del orteguismo— y sectores de autoconvocados-opositores, con respecto a movilización y logística de recursos.
Molina, sin embargo, no se atrevería a escribir/dibujar estos hechos señalados por muchos ciudadanos. Su relación de mecenazgo con las élites, además, se lo impide (PxMolina conoce estos hechos, pero sigue aparentando performáticamente que cree en la creencia). Eso, para nosotros, no es obstáculo para afirmar desde este modesto espacio que ambos sectores «estudiantiles» han establecido una relación de mutuo parasitismo político, económico e ideológico con el gran capital, los bancos, el poder militar, el poder mediático, el poder religioso, los burócratas estatales, los terratenientes y los grandes comerciantes.
La militancia político-artística de PxMolina es una continuación educada, refinada y artística, en el sentido simbólico e imaginario, de la ideología de los autoritarismos políticos basados en una perspectiva mística hacia los hechos, los actores, las ideas y las disidencias. Su rol como propagandista letrado es similar al de Rosario Murillo: lo que pasa no es lo que pasa, es solo una interpretación; pero esa interpretación es la verdad, llana, indiscutible y poética (compárese a este respecto el epíteto «puchitos» con «anuros»). Esta tradición política supone que los hechos están regidos por las creencias y la fe que los une con sus seguidores. El pensamiento crítico, como contrapunto, es sospechoso de ser «infiltrado», «enemigo», «sapo», «puchito», un «anuro» contra el orden simbólico que establece la hegemonía de las élites.
El autoritarismo político, por otra parte, generalmente apela a un bienestar mayor por la patria, por Nicaragua, y se caracteriza cuando se encuentra en la oposición, en defensa de los grupos más vulnerables. ¿Quién acaso puede olvidar que Murillo, durante la dictadura de los Somoza, fue conocida por sus poemas, proclamas y por denunciar los atropellos del régimen somocista? ¿Por qué PxMolina debería ser distinto en su rol como heraldo de las élites? ¿Acaso ambos —Murillo y PxMolina— no son artistas/cortesanos de los Chamorro?
Murillo vivió en el exilio o protegida contra los abusos de la dictadura de Somoza mientras miles de nicaragüenses daban sus vidas para conquistar sus derechos políticos y sociales. Con sus escritos llamaba a la gente —por supuesto, desde el exilio— a dar su vida por una supuesta utopía. PxMolina, análogamente, es también un artista/intelectual cuyo talento se ha desarrollado bajo el amparo de un hijo de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal: el famoso «@cefeche», como aparece en Twitter, director de Esta Semana y Confidencial.
¿Coincidencia? No: en Nicaragua, como en la Italia del Renacimiento, los artistas son protegidos y financiados por las oligarquías, cuya consciencia de clase de sí y para sí pasa por la dominación cultural en un país donde el analfabetismo funcional es la regla. Nuestro excelentísimo y prestigioso caricaturista —no es un sarcasmo—, al igual que Murillo, llama a la gente a salir a las calles, es decir, a enfrentarse a las balas, a los golpes y a la persecución por parte de los policías y paramilitares. Sí, pero lo hace desde el exilio.
Lo anterior nos debe llevar a pensar que el autoritarismo político es reproductor del antagonismo político del amigo-enemigo, una dialéctica que conduce a la totalización de un universo simbólico/lingüístico que expulsa a otro que identifica como «el mal superior», «la culpa originaria», «el supuesto sujeto-saber», el fetiche compulsivo que intensifica el rencor, la ira y las pasiones no contra un todo-sistema-estructural de una formación socioeconómica, como el que hay en Nicaragua —basado en clanes familiares, concentración de la riqueza y la tierra, bancos, medios de comunicación y Estados Unidos—, sino contra individuos per se.
¿Pero qué pasa si nos preguntamos cómo la dictadura actual es parte de la estructura necesaria del capitalismo periférico? Para intelectuales como Molina, esta perspectiva racional de abordar la problemática cíclica de autoritarismo se enfoca desde una sustitución de una perspectiva racional por una interpretación mística —para el público de afuera, claro, porque él está consciente de la separación que hay entre su producto de marketing político y la realidad—, por hacer de los otros una colección de las peores debilidades, miserias, inmoralidad y fealdad en contraposición a las supuestas virtudes que mercadea a la mayor cantidad de público y consumidores en la contienda por el poder político.
Conclusiones
De lo antes analizado y explicado en torno al rol político, cultural y social del caricaturista PxMolina, podemos extraer, para finalizar este escrito, cuatro consideraciones de relevancia:
1) La producción social de significados del caricaturista en general y del caricaturista en cuestión es directamente proporcional a los intereses de las élites políticas y económicas e inversamente, a la negativa (en el sentido hegeliano), como acto de separación/crítica. Por lo que hay una tensión entre el arte como producto social, generado en determinadas circunstancias históricas pertenecientes a una totalidad o formación socioeconómica (capitalismo posindustrial/tardío), y los intereses privados del capital, el metabolismo del mercado y la democracia.
2) De lo anterior se desprende que hay una tensión subyacente (hasta fantasmagórica, ideológica) entre los intereses particulares y los intereses generales de la sociedad. Tensión que PxMolina «resuelve» creando a un enemigo imaginario en el mundo-red, desglosamiento del sistema-mundo: los llamados «anuros», «divisionistas» y «ultras». Un desplazamiento típico de las operaciones ideológicas que en este caso tiene el rol de, como en la mitología y los sueños oníricos, «censurar» un conjunto de significantes para desplazarlos al chivo expiatorio, lo que en el sentido simbólico lacaniano serían los culpables de la falta de gestión, organización y articulación de la oposición política a la dictadura. Es un desplazamiento que consiste en reprimir en el campo de lo simbólico algunos elementos de la dinámica interna manifestados, de forma crónica, en la corrupción, el tráfico de influencias, las estrategias de negociación por prebendas (como el caso de Edwin Carcache, que renunció no por sus ideales, sino como una acción que en sí misma demuestra una lógica de modificaciones, expansión, expropiación y movilización acerca de las recompensas simbólicas, pero sobre todo materiales; el vehículo para alcanzar la materia prima, en ese hecho, fue el performance de renunciar por una cuestión de ideales y luego volver a la Alianza Cívica por la Justicia y Democracia), así como los liderazgos sin legitimidad. Vale destacar que este desplazamiento y fantasía de PxMolina solo tiene paralelo con las coordenadas ideológicas en que se mueve el orteguismo ante la adjudicación de culpas contra un supuesto enemigo externo, llámese Estados Unidos, Movimiento Renovador Sandinista, Central de Inteligencia Americana, la «derecha vendepatria» y otros actores del ámbito público. En ambos casos, la lucha se dirige contra chivos expiatorios que nublan, manipulan y controlan la capacidad y las energías transformadoras que brotaron de la crisis de abril, la cual impugnó, de forma temporal y espacial, un sistema de castas regido por unas cuantas familias desde la colonia española.
3) El éxito en el ámbito de la cultura nicaragüense —ese terreno paradisíaco en que discurren poetas, escritores o teatristas— se encuentra muy vinculado, similar a la Italia de los siglos XV y XVI, donde mandaban los Borgia, los Médici, los Palla Strozzi, etc., con las familias de las oligarquías empresariales: los Chamorro, los Sacasa, los Hollman, los Lacayo, entre otros. Tal es el caso de Px Molina: como caricaturista al servicio de Carlos Fernando Chamorro Barrios, ha establecido una relación de mecenazgo que camina entre el campo político y económico para lograr finalmente una dominación cultural.
4) La caricatura es un arte que apela a la visualidad y a las emociones. En una sociedad cuyas relaciones sociales se basan en el güegüensismo (imaginación, fantasía y florescencia), dicho arte funciona como un dispositivo cool de control social, de marketing y de manipulación en grupúsculos o redes organizados en torno a un sistema capitalista que exige de las mercancías ciertas características icónicas que generen placer, pasión y una expansión de los sentidos como nunca antes se ha podido imaginar en el planeta. Las relaciones en este sistema-mundo requieren una interacción más directa, más humana, dedicada a la crítica y a la rebeldía. La horizontalidad, por tanto, es un requisito donde el nodo central influencia de forma vertical, haciendo de los colores, las imágenes y los textos breves la opinión pública del público cautivo y subordinado.