Hay que construir organización popular clandestina

<<Que el Ejército, la Policía y los paramilitares tengan las armas, es una gran desventaja, pero no decisiva, y no detendría una insurrección ciudadana que por su masividad, amplitud y previsibles nuevos grados de organización, se pertrecharía arrebatando los fusiles a sus enemigos.>>

Tras casi cuatro años y medio del estallido social de abril del 2018 en Nicaragua, ahora estamos en mejores condiciones para intentar dar una mirada sobre el presente y el futuro cercano de nuestro país, aunque con mucha incertidumbre, debido a que la dictadura de los Ortega-Murillo tiene un control absoluto del Estado, las aguas, los espíritus y los vientos, y a que mantiene a la población sometida a un régimen de terror.

Lo primero, y lo obvio, es que en este momento no se atisba en el horizonte ninguna solución a la grave crisis de gobernabilidad y de derechos humanos que vive Nicaragua, porque no existe ninguna señal, por leve que sea, que permita prever que la dictadura de los Ortega-Murillo caerá en el corto o mediano plazo. Solo hay esperanzas vanas, ninguna fundada en la realidad inmediata. Tampoco ofrece algo concreto el anuncio del papa Francisco de que El Vaticano está en un dialogo con Ortega.

Una esperanza en que el régimen orteguista caerá y dará paso a la libertad y la justicia, radica en que todas las dictaduras se derrumban, incluso los regímenes autoritarios más poderosos de la historia, como en la contemporaneidad sucedió con el fascismo de Hitler y el totalitarismo soviético de Lenin y Stalin. Se recurre a la frase de si estos cayeron, ¿por qué no el orteguismo?, y así la ilusión se interioriza y agarra cuerpo, pero no se sabe cuándo sucederá, si en uno o cinco años, en diez o veinte o en medio siglo.

Del mismo tono muy general que la anterior, es la esperanza en que suceda “algo”, no se sabe qué, pero que genere un efecto dominó, porque se conoce que hechos aparentemente intrascendentes por sí solos, en determinadas condiciones pueden desencadenar una oleada de acontecimientos que culminan con el fin de un régimen autoritario, como el de la familia Ortega-Murillo. 

También se le conoce como “efecto mariposa”, pues figurativamente se dice que el suave e imperceptible aletear de estos lepidópteros puede provocar una cascada de hechos que encadenados causen cambios profundos. Este “algo” puede ser una grave enfermedad o accidente, una muerte o una deserción importante, una fractura partidaria o un terremoto, por ejemplo.

Más específica, pero improbable, es la esperanza en que oficiales del Ejército y de la Policía que comprenden la degradación en que han caído estas instituciones y sus principales mandos, encabecen una rebelión para restablecer el profesionalismo y la independencia respecto de todo partido, grupos de poder y familias, y den al traste con los Ortega-Murillo (Algo similar a lo ocurrido en Zimbabwe el 22 de noviembre de 2017 que puso fin a 37 años de dictadura de Robert Mugabe).

Muchos nicaragüenses tienen la esperanza que el orteguismo sea desalojado del poder por una implosión en el FSLN. Este es un anhelo basado en elementos reales de la sociedad, porque el creciente autoritarismo, injusticias de todo tipo y la profundización de la represión, también están afectando a sus propias bases hasta el punto de que se están produciendo serias incomodidades y deserciones, sobre todo en niveles intermedios y bajos. 

El orteguismo incluso se ha visto obligado a encarcelar a algunos de sus militantes como el conocido paramilitar que se convirtió en crítico del FSLN, Marlon Gerardo Sáenz (Chino Enoc). Es real la posibilidad de que el Frente Sandinista se debilite tanto, que se desmorone, pero no hay señales de que ello vaya a suceder en el corto plazo.

Pese a las muy negativas intervenciones militares norteamericanas del pasado, y al ejemplo patriótico de los generales Zeledón y Sandino en la lucha por la soberanía nacional, hay quienes depositan su esperanza de un cambio de fondo en Nicaragua, en las fuerzas armadas de los Estados Unidos de Norteamérica.

Ni se ruborizan estas personas al pedir una intervención militar estadounidense para poder salir de la dictadura de los Ortega-Murillo, quizás por su estado de desesperación, y porque desconocen que la verdadera libertad no es regalada, debe ser producto de la lucha de los pueblos. Esto pudiera obedecer a una malsana y vergonzosa tradición de subordinación ante Washington que ha habido en Nicaragua.

Y la esperanza más común entre la población, y también la más generalísima y abstracta, es que la dictadura caerá por designio divino. Quizás sin saberlo, muchas personas invocan a Dios de la misma manera que lo hace la familia Ortega-Murillo, que se cree ungida por fuerzas sobrenaturales para gobernar por siempre a Nicaragua. En sus diarias alocuciones R. Murillo es constante proyectando la idea de que Él designó a Daniel Ortega para gobernar por saecula saeculorum a los nicaragüenses.

De este listado de expectativas dejé para el final una que podría suceder a corto plazo, aunque ahora no haya señales de ello, pero así son estos fenómenos sociales, emergen en cualquier momento, siempre que, como en el caso de Nicaragua, haya causas profundas para que ocurran.

Es la esperanza en un nuevo estallido social debido a la acumulación de horrores en los últimos cuatro años, que sería muy diferente al del 2018, porque tomaría en cuesta esa experiencia y el carácter criminal de la dictadura, y por tanto, podría tener características violentas. Que el Ejército, la Policía y los paramilitares tengan las armas, es una gran desventaja, pero no decisiva, y no detendría una insurrección ciudadana que por su masividad, amplitud y previsibles nuevos grados de organización, se pertrecharía arrebatando los fusiles a sus enemigos.

<<Los dirigentes sociales y políticos no estuvieron a la altura de las circunstancias, porque no supieron caracterizar de manera correcta al orteguismo para poder actuar en correspondencia.>>

Puede ser aflictivo mostrar en qué reside la expectativa de muchos nicaragüenses de que caiga la  dictadura de los Ortega-Murillo, porque revela que no hay elementos concretos a la vista que sirvan de asidero lógico, objetivo e irrebatible, a la esperanza de que consigamos la libertad a corto o mediano plazo. Pero es la realidad. Y hay que transformarla.

El origen de esta situación “desesperanzadora” en Nicaragua tiene sus raíces en el mismo estallido social de abril del 2018, marcado por el categórico espontaneísmo de la rebelión popular pacífica que surgió porque fue colmado el límite de una olla de presión creada por múltiples actos de injusticia, corrupción, arbitrariedades, violaciones a los derechos humanos, ruptura de la Constitución, fraudes electorales, etcétera, de los Ortega-Murillo.

Las constantes protestas, marchas y otras expresiones populares de impugnación y rechazo al régimen a partir del 18 de abril del 2018, y el posterior levantamiento de tranques en todo el país, le dieron un aparente control de estratégicas regiones de Nicaragua a los ciudadanos que como insignia de su lucha pacífica enarbolaron la bandera azul y blanco.

Pero los dirigentes sociales y políticos no estuvieron a la altura de las circunstancias, porque no supieron caracterizar de manera correcta al orteguismo para poder actuar en correspondencia, pese a que este ya había mostrado en los años ochenta, y luego a partir del 2007, suficientes e inobjetables evidencias de su naturaleza militarista, autoritaria e intolerante.

<< Se requiere pequeños y ágiles grupos conspirativos en todo el país, una organización popular clandestina.>>

Se le durmió el pájaro a la dirigencia azul y blanco, porque arrastrada por el impetuoso torrente popular, se vio empantanada en el espontaneísmo, en vez de sobreponerse al estado de ánimo predominante, como corresponde a los líderes, y determinar que la organización popular clandestina era una condición indispensable para luchar con éxito a fin de derrotar a la dictadura, porque solo de esa manera la ciudadanía podía dar un salto hacia formas de lucha siempre pacíficas, pero superiores, no solo para tener posibilidades de esquivar la represión, sino también para realizar una diversidad de acciones en todo el país y socavar al régimen hasta su derumbamiento.

Haber realizado una radiografía equivocada sobre la naturaleza del orteguismo, llevó a la dirigencia azul y blanco incluso a falsas ilusiones electoralistas y hasta a enredarse y perder el tiempo en elaborar listas de candidatos. No advirtieron que el adversario político se había convertido en un feroz enemigo desde que la familia Ortega-Murillo adoptó la máxima de Tomás Borge Martínez de retener el poder a cualquier costo:

“Todo puede pasar aquí, menos que el Frente Sandinista pierda el poder. Me es inconcebible la posibilidad del retorno de la Derecha en este país. Yo le decía a Daniel Ortega: hombré, podemos pagar cualquier precio, digan lo que digan, lo único que no podemos perder es el poder; digan lo que digan, hagamos lo que tengamos que hacer… el precio más elevado será perder el poder. ¡Habrá Frente Sandinista hoy, mañana… y siempre!”.

Y la dictadura hizo lo que tenía que hacer para retener el poder, dijeran lo que dijeran, aunque tuviera que pagar todos los costos posibles, sin importar nada: asesinó a más de trescientas personas, capturó a más de mil quinientas –actualmente hay más de doscientos presos políticos–, y cientos fueron heridas, torturadas, criminalizadas y judicializadas.

Más de mil setecientas organizaciones sociales fueron ilegalizadas, y los medios de comunicación no oficialistas fueron borrados del mapa, incluso el régimen confiscó varios de ellos. Otros fueron obligados a una fuerte autocensura. Casi trescientas mil personas fueron obligadas a huir de Nicaragua y más de ciento veinte periodistas y comunicadores tuvieron que exiliarse, también un obispo y decenas de sacerdotes de la iglesia Católica. Y el éxodo y los destierros continúan todos los días.

El régimen tendió un espeso manto de terror sobre todo el territorio nacional y sumió en el temor a la población con resultado de un cese total de todo tipo de protesta, por pequeña que sea, como si toda la ciudadanía hubiera sido narcotizada. Ni una bullita, nada, todo el mundo pecho a tierra. Y qué aflicción dan casos en que ni por cuestiones vecinales o cumunales mucha gente quiere hacer algo tan mínimo como participar en una reunion, porque está cagada de miedo. Y si alguien acepta, minutos después, tras pensarla mejor, te llama y dice, “mejor no”.

Recientemente Joaquín Solís Piura habia escrito un artículo en “Confidencial”, más tarde,  no lo dejaron entrar a Nicaragua. Antes, una mañana de noviembre del 2021, Edgard Parrales participó en un programa de opinión en el “Canal 10”, y en la noche lo hicieron prisionero. 

Las diarias persecuciones, asedios, amenazas, etc., así como los constantes secuestros, cumplen con eficacia la función de atemorizar. Son mensajes tan directos y contundentes, que tienen un impacto inmediato del que se deriva una sensación de aprensión y ansiedad, y como consecuencias, la inmovilización, la autocensura, bajar la voz al hablar, desconfiar hasta de las paredes, tener cuidado con lo que se va a decir a otra persona, etc. ¡Es horrible! 

Hace unos días comenzó una nueva oleada represiva contra militantes de la Unión Democrática Renovadora (Unamos), y cuando estoy finalizando este artículo, cinco de ellos han sido secuestrados por efectivos policiales, y otro, Javier Álvarez Zamora, tuvo que huir a Costa Rica porque, en su ausencia, la Policía allanó su casa y capturó a su esposa, Jeannine Horvilleur Cuadra, a una hija, Ana Carolina Álvarez Horvilleur, y al esposo de esta, Félix Roiz. Es decir, la guillotina pende sobre las cabezas de la gente, lo que causa sobresaltos, estados de depresión y miedo.

Pero si la represión, aunque brutal, hubiera encontrado organizados y conspirando a algunos sectores de la población, otro gallo cantaría, porque pequeños grupos entrenados y rigurosamente compartimentados, estarían operando de manera clandestina en las principales ciudades, haciendo estallar en el cielo luces de esperanza reales, producto de su accionar coordinado y planificado. No se hizo cuando mejor se podía, y ahora es más complicado crear una red organizativa en todo el país. Pero no imposible. 

Es indudable que las esperanzas alimentan el espíritu, pero deben ser factibles, sino, más bien ilusionan falsamente y causan dolorosas decepciones. Solo la existencia de una estructura popular, de un tejido organizativo en toda Nicaragua, dará esperanzas verdaderas en una liberación a mediano plazo, porque esto hará posible la resistencia popular y la caída de la dictadura. Y para esto se requiere la unidad de la oposición, acordar una estrategia y echarla a andar con el mayor ímpetu posible.

José Mario García
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 Nicaragüense con Master en Ciencias Políticas de la Universidad de Malmó, Suecia.

José Mario García

 Nicaragüense con Master en Ciencias Políticas de la Universidad de Malmó, Suecia.