La “justicia” en el País de las Maravillas
[Tercera entrega de Un año en la vida del Cap]

José Luis Rocha
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Investigador asociado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador y autor de Autoconvocados y conectados. Los universitarios en la revuelta de abril en Nicaragua, UCA Editores-Fondo Editorial UCA Publicaciones, Managua, 2019.

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…yo le dije: No mama, no voy a salir pronto, voy a pasar mucho tiempo preso, y saldré cuando tenga cuarenta, cincuentaisiete años. No, me dijo, voy a luchar para sacarte de aquí. Y así fue: luchó muchísimo, siguió luchando y luchando y luchando… Y peleó con todas sus fuerzas, contra el sistema y contra los opositores resignados…

Cuatro días después de su secuestro, los tres jóvenes fueron conducidos a los juzgados. Al inicio el proceso estuvo en manos del juez Henry Morales, titular del Juzgado Sexto Distrito Penal, el mismo que dos días después inició causa contra Medardo Mairena, Pedro Mena y otros líderes campesinos. El mismo que meses después emitió las órdenes de captura contra Miguel Mora y Lucía Pineda, respectivamente el director y la jefa de prensa del canal 100% Noticias. El mismo que acusó, procesó y condenó a muchos, celebrando primeras audiencias sin abogados defensores y usando todas las herramientas disponibles para añadir más acusados, cargos y años en prisión. De trayectoria política en el liberalismo, sumiso y arrejuntado por conveniencia al orteguismo.

Los naipes de Ortega: los jueces Melvin Vargas, Henry Morales, Julio César Arias Roque, y la Magistrada Alba Luz Ramos, Presidenta de la Corte Suprema de Justicia.

Contraviniendo la mínima prudencia profesional, la Nueva Radio Ya dictó sentencia en el anuncio de la primera audiencia: «Inicia proceso judicial contra terroristas que quemaron Tu Nueva Radio Ya». Doble condena mediática que anticipó -o propuso- la judicial: terroristas y pirómanos. El 19Digital sumó su dedo acusador: «Inicia proceso judicial contra autores de quema de La Nueva Radio Ya». ¿Para qué juzgarlos? Son los autores.2

15 de julio: de El Chipote al Juzgado Sexto Distrito Penal

«Cuando nos trasladaron al juzgado, nos llevaron en un convoy como de narcotraficantes. Fue como si llevaran al Chapo Guzmán, a todo el cártel de Sinaloa o a los del caso Televisa. Fue un despliegue de unas diez patrullas y veinte motorizados. Nos sacaron en fila. Todos cabeza abajo, gritaron. Y cabeza abajo es cabeza abajo: te llevan encorvado, agarrado del pelo, del cuello de la camisa o de la nuca. Caminá, me dijo un custodio. Y comenzamos a correr, preguntándonos a dónde diablos nos estaban llevando. Nos enchacharon hacia atrás y nos montaron en un microbús donde subieron cuatro guardias que enseguida manipularon sus AKs, alojando bala en la recámara. Nos quedamos viendo y uno de nosotros dijo que íbamos a los juzgados para ser procesados. Ni modo, dije. Cállense, nos gritaron, no tienen derecho a hablar ni a subir la cabeza. Pasamos por varias calles que estaban hasta la madre de antimotines. Yo pensé: ¿Será que viene Osama Bin Laden a rescatarnos?»

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Habían vencido las cuarenta y ocho horas reglamentarias que deben mediar entre el momento de la detención y la presentación ante un juez. No era detención, era secuestro. Era domingo. Todo era anómalo. Recorrieron varias salas «como si ningún juez nos quisiera recibir» y fue durante ese recorrido que la prensa independiente nacional pudo filmarlos y tomarles fotografías hasta que los oficiales se los llevaron con prisa a una enorme sala del primer piso, presidida por un gigantesco retrato de Sandino.

«Al fin nos llevaron ante un juez que admitió el caso. Yo estaba nerviosísimo. Estaba la fiscal, el juez y un montón de policías. Habían puesto vallas, en la puerta de la sala, de esas que colocan en las calles para bloquear el paso. Había policías debajo de la tarima de los jueces con la escopeta cruzada. Tenía un policía a mi lado, siempre con el dedo en el gatillo. Cada uno de nosotros tenía su propio policía. Si nos movemos nos parten, les dije a mis amigos, no se rasquen ni la nariz.»

La sala no podía estar más desangelada. Las paredes lisas no mostraban ninguna fotografía, afiche o aviso. Los tres indiciados debían sentarse frente a una delgada mesa de madera café oscuro, donde solo reposaba un micrófono y, en su momento, la documentación que ahí puso el abogado. A la izquierda desde la perspectiva del juez, las fotografías nos dejaban divisar una puerta de acceso de vidrio con marco metálico y muelle para su cierre automático. Aunque nerviosos y tensos por la situación, quizá en su fuero interno concluyeron lo mismo que Pedro Joaquín Chamorro en su momento:2 «ir a la Corte representaba un gran alivio, porque era lo mismo que salir a la luz, que entrar al mundo de los vivos.»

«El juez nos preguntó si teníamos abogados y le dije que no. En eso llegaron los de la CPDH [Comisión Permanente de Derechos Humanos]: don Julio Montenegro y la doctora Yonarqui Martínez. Entraron y preguntaron: ¿Están bien? Y les dije: Seguimos vivos, ¿qué va a pasar? No se preocupen, nos tranquilizaron, sus mamas ya van a entrar. La sesión inició con la lectura de todas las acusaciones. Nos acusaban de un montononón de cosas. Era un rosario de acusaciones: tráfico de armas y de químicos, fabricación de explosivos, homicidio, asesinato frustrado, quema de propiedad pública y privada, robo extorsivo, robo agravado, secuestro… y la principal acusación: terrorismo. Yo no entendía en realidad cuál era la estrategia, porque al comienzo, en la primera audiencia, teníamos diecisiete cargos. Todo eso era ilógico.»

Si el Cap les hubiera lanzado esa acusación y el juez hubiera respondido sin tapujos, habría repetido las palabras del juez Mironenko, en los campos de Dzhidá (URSS, 1944), que «enorgulleciéndose de la lógica de su razonamiento, le dijo a Babich, cuya suerte ya estaba decidida: “La instrucción y el juicio no son más que formas jurídicas que ya no pueden cambiar su destino, trazado de antemano. Si hay que fusilarle, aunque sea usted absolutamente inocente le fusilaremos de todos modos.”»3

«Terrorismo en contra del Estado de Nicaragua y de la población civil», leyó la fiscal, y pidió la medida cautelar preventiva de prisión en La Modelo. Terminó esa sesión y entró mi mamá. Ese fue el momento más doloroso. Lloré no por dolor, sino porque estaba viendo a mi madre. Fue bien difícil y por eso lo primero que le dije a mi mama fue: ¿Para qué viniste? No quiero que estés aquí, no quiero que te metás en esto, porque no hay remedio: voy a pasar un montón de años preso, me están procesando y ya no hay nada que hacer. Andate a la casa, concluí. Eso es lo que pensaba en ese momento. Yo tenía clientes en ese momento que me debían y se lo dije, entregándole mi agenda: Llamalos, cobrales, ayudate con eso, pero no vengás. Ella dijo que no, que yo estaba loco: Cómo voy a dejarte, si vos sos mi niño; vamos a enfrentar esto juntos y vas a salir pronto. Y yo le dije: No mama, no voy a salir pronto, voy a pasar mucho tiempo preso, y saldré cuando tenga cuarenta, cincuentaisiete años. No, me dijo, voy a luchar para sacarte de aquí. Y así fue: luchó muchísimo, siguió luchando y luchando y luchando… Y peleó con todas sus fuerzas, contra el sistema y contra los opositores resignados.»

Traslado a La Modelo

«Dos días después, el 17 de julio a las cuatro de la mañana nos trasladaron a La Modelo y tuvimos visita especial. Eso significa que nos dieron unos minutos con nuestras familias para que nos entregaran chinelas, bóxeres y esas cosas. Llegaron a las diez de la mañana. Miré a mi hermano, miré a mi mama, y terminó la visita. Fueron quince minutos nada más. Nos regresaron a nuestra galería, la número 16, que es un solo galerón, sin celdas pequeñas.»

«Una hora después, llegó la directora del centro penitenciario y le dijo a uno de mis amigos que fuera a traer todas sus cosas: Salga usted con todas sus cosas y el uniforme. El uniforme azulito. Lo agarraron, lo enchacharon hacia atrás y sobre esas chachas le pusieron otras encima, unidas por una cadena a otras chachas que le sujetaron a los tobillos. Entonces me dijeron unos muchachos: Va para la 300, la galería de máxima seguridad. Oficial, ¿adónde se lo llevan?, pregunté. ¿Y a vos qué te importa, hijueputa?, me dijo un carcelero mientras me tiraba un amansabolazo a través de la verja y yo me lo capeaba. ¡Métanse todos!, nos gritaron.»

«Cuando se llevaron a mi amigo hubo una conmoción. Lo pelonearon a verga, en el pasillo, a la vista de todos, y como se resistió, le enterraron la maquinita y le hicieron unos rayones bien feos en la cabeza. Lo montaron en una vagoneta y se lo llevaron para la 300. Esa fue la última vez que lo vi en once meses, con excepción de las veces que nos vimos en el juicio, un mes después.»

«En ese momento apenas éramos unos treinta. Fuimos los primeros en ser capturados y estábamos bien reducidos. Las duchas eran unos tubos por los que salía agua y los inodoros unos hoyos en el piso, tipo letrina pero pegados en el suelo. Había una pileta de agua. La galería es un rectángulo y no es tan pequeña, pero había un área donde no podíamos estar y si nos veían ahí, se metían y nos cachimbeaban. Todos ahí teníamos pánico. Había chavalos y señores que todavía tenían los huecos en la cabeza que les dejaron los disparos. Tenían heridas abiertas, que nosotros lavábamos sin tener medios. Usábamos el agua de ahí, de la que al comienzo yo decía que era curativa porque es agua termal. Viene de un pozo que tiene el penal, próximo a unos baños termales. Pero después nos dimos cuenta, a través de un experimento, de que tiene azufre. Nosotros pasamos bebiendo once meses de esa agua con azufre. Y tuvimos que adaptarnos a eso. Muchos tenemos problemas renales y gastritis.»

«Esa es la realidad de las cárceles de este país. La comida es un asco. Había un plato especial al que le decíamos sopa de espaguetis, porque literalmente era espagueti, agua y todo lo que podían encontrar para echarle: menudo en las ocasiones festivas, chayote, quequisque… lo que tuvieran a mano. Pedazos de tuercas, que ponían en la comida por maldad. Y bicarbonato para engordarnos. Eso lo supimos por los ladrones, o sea los presos comunes, que son los que cocinan o ayudan en la cocina. Chatel, nos decían, no comás mucho de esto porque tiene un montón de bicarbonato para que te pongás gordo y tu familia crea que te tienen bien cuidado. Por eso me pasé comiendo la avena y granola que me llevaba mi familia. Perdí como cien libras.»

Como Solzhenitsyn, el Cap hubiera podido decir: «Éstas fueron mis primeras bocanadas de aire carcelario.»4 Pero también fue su primera experiencia de solidaridad entre los reclusos, sin excluir la de los presos comunes, que en otros contextos y latitudes, como las cárceles del franquismo, se ensañaron contra los presos políticos. Sobre su propia experiencia carcelaria, el premio Nobel de literatura Aleksandr Solzhenitsyn escribió: «Pero no era ese suelo sucio, ni esas paredes siniestras, ni ese hedor de la cubeta de lo que te encariñabas, sino de aquellas personas con las que obedecías la orden de dar media vuelta.»5

El juicio: Summum circum legalis summa iniuria

Recluidos en La Modelo, enfrentaron la mayor parte del desarrollo de su proceso. La audiencia inicial tuvo lugar el 8 de agosto de 2018. En total hubo cinco sesiones maratónicas, más la sesión para apelar. La penúltima comenzó antes de las nueve de la mañana y terminó a las diez de la noche porque la fiscalía, en un intento de abrumar con pruebas y compensar con cantidad la endeble calidad de su acusación, presentó a cuarenta y dos testigos. En otra audiencia llegó la mitad de los trabajadores de la Radio Ya. El director de la radio declaró lo que no pudo ver y lo mismo hicieron otros miembros de su equipo. Todos fueron puestos en evidencia por el infatigable Julio Montenegro, defensor en incontables casos de presos políticos.

Iban a ganar o a perder ese juicio. ¿Quién sabe? El Cap podía concluir, como hizo Rubashov en El cero y el infinito de Arthur Koestler, que «no existía ninguna certidumbre; únicamente la apelación a ese oráculo burlón llamado Historia, que daba su sentencia cuando el apelante se ha convertido en polvo.»6

«A nosotros nos condenaron como a los tres meses. Nos cayeron diecisiete años y medio de condena. No fue tanto como pedía la fiscal porque don Julio Montenegro hizo una defensa magistral y a pesar de todos los vicios y porquerías del proceso, consiguió invalidar pruebas y eliminar cargos. Nuestras –dizque– armas no tenían nuestras huellas. De nuestro vínculo con la Radio Ya, la única evidencia era una foto de mi amigo pasando en una camioneta junto al semáforo de la UCA [Universidad Centroamericana]. Esa era toda la prueba. Encontramos un tubo de hierro cerca de la Radio Ya, decían. Y concluían: Seguramente era una pistola hechiza para disparar balas. Pero no dimos positivo a la prueba de parafina.»

Como a uno de los indiciados que reporta Solzhenitsyn, hubieran podido preguntarle al amigo del Cap: «¿Por qué fruncía usted el ceño en aquella esquina?»7

«Era la única evidencia que tenían y además los testigos comenzaron a contradecirse. Como yo conozco muy bien la Radio Ya y conozco a sus trabajadores, que en algún momento fueron mis amigos, sé que de adentro para afuera no se logra ver bien lo que pasa en la calle. Le sugerí a don Julio algunas preguntas y ellos se contradijeron. Decían que desde la cabina nos habían visto acercarnos a prender el fuego y yo sé que las cabinas están lejos de donde fue el incendio. Los testigos intentaron salvar sus argumentos, pero siguieron contradiciéndose. Y por eso nos quitaron los cargos de asesinato y homicidio. Los policías también se contradecían.

De los agentes que testificaron sobre la captura, solo se podía esperar lo que Ricardo Piglia captó en Argentina: «Sus declaraciones eran sentenciosas y contradictorias (y aun incompatibles), como cuadra al razonamiento policial.»8

«El Cap, declaró uno de ellos, se terminó sacando un puño de balas de la bolsa y las entregó. Pero, le dijo don Julio, en el reporte que ustedes dieron quedó registrado que las balas no tenían huellas dactilares y se supone que mi cliente las tocó para entregárselas. Es que…, quiso corregirse el policía. No, no, siguió don Julio, no le estoy haciendo más preguntas, solo estoy aclarando el hecho de que aquí en tu declaración ante la fiscal dijiste que no hay huellas dactilares, según el peritaje policial, pero ahora dijiste que el Cap sacó un puño de balas y esa manipulación deja huellas dactilares.»

El orteguismo se confió y quiso hacer del caso un evento muy mediático: un circo legal supremo para infligir un daño supremo. Permitió cierta cobertura periodística, creyéndose firmemente asentado sobre pruebas irrefutables, pero los argumentos de la fiscalía y las declaraciones de los testigos hacían agua por los flancos más sensibles. Univisión y otros medios estadounidenses estuvieron presentes en las primeras audiencias, donde la fiscalía debía desenmascarar el vandalismo y el talante criminal de los tres acusados.

«Don Julio Montenegro maniobraba, los enredaba y hacía que se vieran las mentiras que estaban diciendo. A uno de los trabajadores de la radio no lo conocía y era posible que él tampoco me conociera a mi. Le dije a don Julio: Señale a otro de nosotros y pregúntele si ese maje, el Cap, arrojó la molotov cerca de su cuerpo. Y el maje cayó y dijo que sí, que había mirado al Cap lanzar la molotov. El juez solo se agarraba la cabeza con ambas manos, como diciendo: ¿Cómo los voy a condenar, si ustedes solo cagadas hacen? Ese juez ya no era Henry Morales, sino Melvin Vargas, el que también condenó a Eddy Montes y a muchos más.»

Fueron condenados el 16 de octubre de 2018. Un mes y medio antes había sido leída la primera de muchas sentencias contra presos políticos. Fue la condena a los jóvenes creoles Brandon Lovo y Glen Slate por el asesinato del periodista opositor Ángel Gahona.

«Cuando nos condenaron, nos dejaron decir unas palabras y yo hablé: Están cometiendo un grave error al habernos sentenciado de esa manera y a usted señor juez solo le recuerdo una cosa: Magnitsky. Tragó grueso, porque ese viejo tiene cuentas en el extranjero.»

«El juez no necesariamente quería jodernos. Cuando nos dieron el tiempo de la condena, entró una persona que se mantiene o mantenía siempre al lado de la magistrada Alba Luz Ramos. Un señor gordito que es su mano derecha y su mano izquierda. Llegó a la declaración con un papelito que puso ante el juez. El juez lo abrió y leyó la sentencia que ahí estaba escrita. Ni siquiera él tuvo competencia para dictar sentencia. Él miró todas las caballadas, las muchas contradicciones de la policía. El juez se agarraba la cabeza una y otra vez, como diciendo: Me están haciendo montar un circo y tengo que hacerlo. Tuvo que hacerlo porque seguramente es un juez corrupto y tiene cola que le pisen. La Rosario eso hace: deja que delincás, que hagás chanchadas, y te deja… y te deja… Y después esa es su herramienta. Con eso nadie se salva.»

«El doctor logró maniobrar muy bien y al final, con tanta presión pública, y viendo las caballadas que estaban pasando, tuvieron que mitigar las penas. Mi pena era de doscientos tres años, según la fiscalía. Pero después el juez leyó esos diecisiete años y medio. Usted es tremendo abogado, le agradecí a don Julio, celebrando. Pero te condenaron, me dijo. ¡Ah!, sí, le dije, pero de doscientos a diecisiete y medio hay mucha diferencia. Me quedó viendo y se puso a reír: Está bien, pues, no te preocupés, van a salir, no van a cumplir esa condena. Con él fui a casación, ante los magistrados. Él les demostró los vicios y arbitrariedades en el proceso: testigos falsos, el misterio de cómo llegué a una estación policial si no había fotos de la captura, los días que pasaron antes de ser presentados ante un juez… Pero se negaron a anular el juicio porque, según ellos, no había suficientes pruebas. Los magistrados estaban decididos a no absolvernos, aunque sabían que todo el proceso estaba viciado.»

Solzhenitsyn glosó, desde su descripción a un sistema que se repite una y otra vez en la historia: «Desde el momento en que, para los jueces, dejó de ser búsqueda de la verdad, la instrucción del sumario se convirtió, en los casos difíciles, en una labor de verdugo y, en los fáciles, en un simple pasatiempo que justificaba el sueldo que cobraban.»9

«La burla del sistema era un momento de libertad»

«No solo apeló nuestro abogado. También apeló la fiscal. La fiscal insistía: doscientos y pico de años porque había veintiún muertos. No había muertos. La fiscal señalaba el intento de homicidio: los trabajadores iban a morir quemados. No recuerdo el nombre de la fiscal, pero sí que se desesperaba porque uno de mis amigos se reía mucho en el juicio con cada contradicción, con cada caída en el ridículo, mientras la fiscal se agarraba los moños de pelo, se los guiñaba y se quedaba con mechones de pelo en las manos. Estaba enturcadísima y gritaba: Dígale a este niño que se deje de reír. Y mi amigo más se carcajeaba. Te van a desturcar después, le decía yo. Y él me decía: ¿Ya no sabés? Y es que cuando estás preso, sos un trapo, entonces lo que te hagan no te extraña. Tu vida a fin de cuentas no te pertenece. Sos un pedazo de carne, de materia, a disposición de ellos. Por eso, aunque parezca sorprendente, ese era un momento para reír, era un momento de libertad. La burla del sistema era un momento de libertad. Ver a la fiscal con los tucos de pelo en las manos era maravilloso. Por esa manía le encajé Rapunzel. Hola, Rapunzel, le decía en su cara. Y la fiscal se enojaba, empezaba con si tuviera urticaria y terminaba arrancándose los pelos. Hasta que pedía receso: Pido un receso; ya no puedo soportarlos un minuto más.»

Los druidas eran, en la tradición celta, sacerdotes y legisladores que ponían y quitaban a los soberanos, y que se valían de la sátira para imponer conjuros sobre sus satirizados, como la aparición de ronchas en la cara.10 Las risas de los tres jóvenes acicatearon la tricotilomanía de la fiscal como si le hubieran aplicado un conjuro. La burla fue un arma certera contra el sistema que quería reducirlos a ser trozos de carne sin derechos. En la mayoría de las fotos que publicó la prensa nacional, los tres jóvenes aparecen riéndose. La burla fue su arma demoledora porque le negó a sus verdugos la solemnidad, la verosimilitud y el respeto con los que presumían estar investidos. Y también su realidad legal. Cuando el rey y la reina del país de las Maravillas someten a Alicia a un juicio lleno de arbitrariedades y condenándola a la decapitación -sentencia que la reina dicta antes de que el jurado emita su veredicto- la niña, que ya había recuperado su plena estatura, les grita: «¿A quién le importan ustedes? Ustedes no son más que naipes.»11

Los tres jóvenes, después de ser reducidos por la violencia policial e institucional, recuperaron su estatura moral y se rieron de los naipes que Ortega y Murillo barajan.


Notas:

[1] Alborán, Diana, “Procesan a terroristas capturados con armas en Nindirí”, Tu Nueva Radio Ya, 8 de agosto de 2018, https://nuevaya.com.ni/inicia-proceso-judicial-contra-terroristas-que-quemaron-tu-nueva-radio-ya/; Ortega Ramírez, Pedro, “Inicia proceso judicial contra autores de quema de La Nueva Radio Ya”, El 19 digital, 8 de agosto de 2018, https://www.el19digital.com/articulos/ver/titulo:80009-inicia-proceso-judicial-contra-autores-de-quema-de-la-nueva-radio-ya
[2] 1978, p.103.
[3] Solzhenitsyn, Ed. 2008, p.180.
[4] Solzhenitsyn, 2008, p.45.
[5] 2008, p.217.
[6] Koestler, 1972, p.26.
[7] 2008, p.151.
[8] p.59.
[9] Ed.2008, p.172.
[10] Borges, Ed.2015, p.89.
[11] Carroll, ed.2009, p.109.

José Luis Rocha

Investigador asociado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador y autor de Autoconvocados y conectados. Los universitarios en la revuelta de abril en Nicaragua, UCA Editores-Fondo Editorial UCA Publicaciones, Managua, 2019. Artículos de José Luis Rocha