La sociedad por la que luchamos

<<Solo la democracia puede romper ese sistema autodestructivo que nos posee como un demonio. Al igual que la palabra “revolución”, “democracia” es una palabra que ha sido manchada, arrastrada por el fango, desvirtuada, utilizada para el engaño. Los Nicaragüenses Libres queremos hacerla recuperar su brillo, regresarla a su significado original, esto es, el poder del pueblo. En Nicaragua nunca ha habido democracia y es hora —desde hace mucho tiempo es hora— de encaminarnos hacia allá.>>

Nos preguntan a los Nicaragüenses Libres de qué hablamos cuando decimos que deseamos llevar a nuestro país a una revolución democrática. Nos preguntan cómo es el país que imaginamos, cómo es la sociedad a la que queremos llegar. En el breve espacio de este editorial responderé a grandes rasgos a estas preguntas, a sabiendas de que por la brevedad quedarán algunas ideas fuera de mi respuesta y de que, aunque las nuestras son ideas firmes, se encuentran en proceso permanente de discusión, construcción, enriquecimiento y refinamiento. A ese proceso de construcción está usted invitado a participar.

Los Nicaragüenses libres queremos, efectivamente, transitar hacia una revolución democrática. La palabra “revolución” ha sido utilizada en el pasado para hablar de hechos, situaciones, actuaciones que no lo fueron, que fueron nada más pequeñas rupturas de la realidad existente, pequeños accidentes, para luego regresar al mismo viejo estado de cosas. La palabra ha sido desvirtuada, vaciada de su contenido por gente que se hacía llamar revolucionaria y terminó mostrando ser sumamente conservadora. Nosotros queremos recuperar el sentido real de la palabra, transformar profundamente nuestra sociedad, convertirla en una sociedad para todos.

Decimos revolución porque queremos desmontar el sistema de poder que rige nuestro país y lo asfixia. Queremos construir y establecer una manera diferente de gobernarnos, de relacionarnos los unos con los otros, establecer una sociedad que sea de derechos para todos y en la que nadie tenga privilegios, que esté al servicio de todos y no solo de un pequeño grupo elitario, despertando y liberando de este modo las fuerzas dormidas que puedan conducir al país por rumbos diferentes, hacia una sociedad más humana, más rica, el país que nos merecemos.

El que nos rige es un sistema parasitario que viene desde tiempos coloniales, en el que el poder se concentra en unas pocas manos, en pequeños grupos familiares y en individuos que lo utilizan en beneficio propio, en detrimento de la sociedad toda. Utilizando los poderes del estado, una gran parte de las fuerzas productivas de la sociedad son puestas al servicio de unos pocos, que acumulan enormes riquezas, mientras del otro lado de la ecuación, la sociedad entera se empobrece hasta llegar a una miseria paralizante que hace insostenible la vida para sus habitantes, que se ven forzados a abandonar su país para poder subsistir.  

Es un sistema que por sus características entra cada cierto tiempo en crisis, y no importa cómo vuelva a reiniciarse, termina siempre en dictadura. Pero las dictaduras llevan en sí mismas el germen de su destrucción, pues tienden a llegar a límites insoportables para la sociedad toda y su existencia pone entonces en peligro los privilegios de la vieja élite y así hacen surgir nuevas fuerzas que la derrocan. Sin embargo, esas nuevas fuerzas, si se montan sobre el viejo sistema de poder sin transformarlo están condenadas a llevar al país a un nuevo ciclo de destrucción y terminar del mismo modo que terminó la dictadura anterior.

Es una sociedad llena de contradicciones, una manera de hacer las cosas impuesta por la fuerza y por tanto intrínsecamente violenta. Al final de cada ciclo la violencia se vuelve ciega y la dictadura ataca a todos, amigos y enemigos, tal como estamos viendo en el momento actual, pues el pequeño grupo en el poder defiende sin escrúpulos y con todas las fuerzas a su servicio, sus privilegios, su poder, sus riquezas mal habidas, fruto del saqueo del país.

Es ese círculo vicioso el que los Nicaragüenses Libres quieren romper. Una vez que la dictadura actual haya caído —pues inevitablemente caerá—, queremos arrancar de raíz este sistema de poder descrito y en su lugar queremos sembrar la semilla de la democracia, de una nueva manera de relacionarnos, una manera diferente de conducirnos, en el que la frágil planta que surgirá y debemos proteger, cuidar y defender, pueda crecer y desarrollarse.

Solo la democracia puede romper ese sistema autodestructivo que nos posee como un demonio. Al igual que la palabra “revolución”, “democracia” es una palabra que ha sido manchada, arrastrada por el fango, desvirtuada, utilizada para el engaño. Los Nicaragüenses Libres queremos hacerla recuperar su brillo, regresarla a su significado original, esto es, el poder del pueblo. En Nicaragua nunca ha habido democracia y es hora —desde hace mucho tiempo es hora— de encaminarnos hacia allá.  

Por décadas los políticos corruptos —pues los hay que no son corruptos— han querido hacernos creer que democracia es elecciones y nada más que eso, que la democracia termina ahí. Nos han querido convencer de que la democracia consiste únicamente en votar cada cierto tiempo para elegir a alguien a un cargo, para que esta persona una vez electa pueda hacer de su cargo lo que le dé la gana, sin control de los electores. Nada más lejos de la realidad. Es cierto, las elecciones son un componente esencial de la democracia, pero la democracia es más, mucho más que ese acto que realizamos muy rápidamente. La democracia es, para decirlo brevemente, una forma de vida que en las sociedades de democracia madura es como el aire, presente en todas partes, llegando a todos los intersticios de la sociedad y que como el aire, solo somos conscientes de su existencia cuando nos hace falta. En esas sociedades, por todas partes que uno va, pueden verse las obras de la poderosa mano de la democracia.

¿Cómo es entonces el país que soñamos y por el que trabajamos los Nicaragüenses Libres? ¿Cómo es la Nicaragüita que evocamos al cerrar nuestros ojos y pensar en el futuro? ¿Cómo es esa flor más linda de nuestro querer?

Es un país libre, pues la libertad viaja junto a la democracia y donde la una está siempre está la otra al lado suyo. Es también un país ruidoso, el aire lleno del sonido de risas y gritos alegres de niños jugando, de chasquidos de besos, de voces de gente que es dueña de su propio destino. Ya no suenan las balas, no se escucha el garrote rompiendo cráneos, ni sonidos de culatas estrellándose en los rostros de nuestra gente, ni las voces discordantes de guardias ordenándonos callar, obedecer.

Los que se escuchan, son los sonidos de la paz, de la libertad, de una gente libre viviendo en el presente y construyéndose un futuro.

El país con el que soñamos los Nicaragüenses libres no se parece en nada al país de la horrible pesadilla del presente, ese país silenciado, viviendo los días más oscuros de su historia post independencia. El país de nuestra esperanza y por el que trabajamos, es un país al que han regresado aquellos que amamos, que han debido irse, arriesgando sus vidas para poder vivir. Han debido irse para buscar la vida en otra parte porque en su propio país solo impera la muerte.

El país del futuro es un sistema de convivencia pacífica, convivencia en la diversidad, en la que los conflictos se resuelven de manera pacífica. Es un país donde las personas dejan de ser espectadoras de lo que ocurre en su país y se convierten en participantes activos, en ciudadanos. Es un país donde impera el derecho, en el que los derechos humanos están en el centro de los valores más preciados y tienen expresión en la institucionalidad, en el que existen instituciones que están al servicio de los ciudadanos, algunas de las cuales tienen como fin la protección del ciudadano contra el poder mismo del Estado, instituciones que trabajan contra la opresión. El derecho a la libre expresión, a la propiedad, a movilizarse libremente, en fin, todos los derechos son, como deben ser, inalienables.

Es un país donde el sistema de poder que hoy nos rige ha sido desmontado y el poder ha sido devuelto a los ciudadanos, ha sido redistribuido en la sociedad toda y no hay nadie que acumule demasiado poder como para poder tener la fuerza de regresarnos al pasado. El ciudadano, individualmente considerado, pero también en sus organizaciones, tiene influencia sobre lo que ocurre en la sociedad, sobre el destino de su país. La ciudadanía tiene el poder y tiene las instituciones y los mecanismos para ejercerlo.

Pío Martínez
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