Réquiem por Nicaragua

Roberto Carlos Pérez
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«Espero sus muertes. No tejerán los que me odian ni aquellos que me toleran el destino de este país. Así lo decreto yo, R.M.»

Desde todos los océanos y mares. Haz que llegue a ti mi pedido y hazme los favores de alejar de mi rumbo a mis enemigos, y ahogar mis temores. 
Oración a Yemayá.

Redoblé el mal este año. ¿Qué importa que digan que fue en abril de 2018, cuando ordené matar a poco más de quinientas personas, en su mayoría estudiantes, encarcelé a cientos y desaparecí a más de mil? Ahora hay más muertos debido a la peste. Eso le agradará a la diosa.

Todo es silencio aquí en el búnker presidencial donde estoy encerrada. No puedo ver el cielo estrellado de Managua, pero elevo oraciones a los Orishas para que pronto desaparezcan esos seres perversos que quieren destruir mi buen gobierno; porque aunque Daniel sea el presidente, yo soy la que manda. 

Hace mucho que no se encuentra bien de salud y le he ordenado no aparecer en público excepto en debidas ocasiones para no levantar sospechas. Apenas puede organizar dos o tres pensamientos y no es bueno que vean que no está capacitado para gobernar este país de malagradecidos. 

No he de mentir. En cuarenta años al mando nada me ha dolido más que cuando, enardecidos por las reformas que le hice al seguro social, los estudiantes se tomaron las calles y desbarataron decenas de árboles de la vida. Eso me estrujó el chacra del corazón y me aumentó la furia. Con sus diversos colores, los árboles de la vida son mi plegaria a los dioses para que me mantengan en el poder y me protejan de las malas energías. 

Yo los diseñé. La idea fue de mi guía espiritual, un babalao muy reconocido de Cuba. Primero fueron amarillos para empoderar el chacra abdominal que es que con el que se gobierna, porque rige el ego y los instintos viscerales. Que reine el mal entre los minúsculos ya que por allí dicen que soy una loca estrafalaria. 

Luego se me ocurrió sembrar los árboles de la vida de diferentes colores por toda Managua. ¡Ah! ¡Qué bella se mira la capital por la noche, cuando se encienden los árboles y luces rojas, magentas y naranjas se estrellan contra el lago y el asfalto, refractando los colores por todo el ambiente! Los han criticado en muchas partes del mundo, pero eso a mí a no me importa. Lo que vale en mi ley es que los dioses me hagan inmortal.  

Es duro aparecer ante todos como una madre amorosa ya que por dentro me hierva la sangre cada vez que recuerdo que quisieron rebelárseme. Cuando pierdo los estribos les lanzo toda clase de insultos y los veo achicarse, pero recuerdo de nuevo que se han proliferado como la peste a pesar de que los sicarios y paramilitares que he entrenado les lanzan balas a quemarropa. 

La Juventud Sandinista ya no me sirve para nada. No pudieron contener la Insurrección de Abril. Ahora son sólo un adorno. Intuí que la situación era seria y saqué a reos comunes de las cárceles y hasta les pagué a mis demás seguidores para que ante cualquier signo de protesta reinara el terror y no se vuelvan a sublevar.

Pensarán que les pago una fortuna. Todo lo contrario. Los manejo a mi antojo porque se venden por unos cuantos pesos y así hacen desaparecer a mis enemigos o los encierran en las mazmorras de las cárceles El Chipote, La Esperanza o La Modelo. Allí conocen su suerte. 

Con estos sicarios hice un pacto que para mí no tiene importancia porque siempre vendrán más paramilitares a comer de las limosnas que les tiro. Mi único pacto en este país es con los empresarios, quienes en realidad me mantienen en el poder. Hace años establecimos que si yo los dejo hacer de las suyas ellos me respaldarán en todo lo que se me ocurra. Están bañados en plata; eso es lo que importa en la vida, no las mínimas carencias de quienes dicen morirse de hambre a pesar de que desdeñan los pollos y láminas de cinc que les ofrezco para que se conformen. Yo soy el martillo y ellos el yunque que todo lo soporta. 

Por mucho tiempo logré contener las burlas hacia mi indumentaria. Ha sido imposible en estos dos años. Aunque mis hijos son los dueños de canales de radio y televisión, a través de Internet y los pocos medios independientes que aún permito que circulen en el país, para que no digan que estamos en una dictadura, arremeten contra mis joyas y mis vestidos. ¡Estúpidos! No comprenden que todo cuanto hago es trascendente. El castigo les llegará a quienes circulan caricaturas que me pintan como adefesio. 

Desde hace tres meses permanezco en el búnker con toda mi familia para evitar la peste. Apenas hemos ofrecido dos o tres conferencias de prensa a fin de aparentar que todo está normal y llamar a mis seguidores a las calles. Así la peste se esparcirá entre todos y de paso me liberará de quienes no me sirven de mucho: los minúsculos, esos seres abyectos que no aceptan mi ley.  

Elevo oraciones a Yemayá para que nos proteja. Le pido también que use todas sus fuerzas para amainar a las perversas almas que me desean el mal a pesar de todo lo bueno que he hecho por este país. La mayor de mis hijas, la que acusó a mi esposo el Señor Presidente de haberla abusado de niña, se pudrirá en el exilio dónde la envié a punta de palos y artimañas junto con su marido por haberme traicionado. 

La peste borrará a los aprendices de extraterrestres. Son espíritus de otros planetas que se niegan a reconocer la autoridad. Tan despreciables son que dormida sueño con ellos y despierta veo sus odiosas miradas hasta en los rostros de mis más fieles seguidores. No sé por qué me molesta tanto esto, pues los pobres diablos que me apoyan no son nada. Sólo los utilizo para llenar la Plaza en conmemoración a la caída de los Somoza. Este año la desbordarán y eso esparcirá la peste.

Yo soy el símbolo de estos cuarenta años en el poder. A mi esposo jamás se le hubiera ocurrido invocar a los Orishas mediante los colores de campaña para recuperar el mando que perdimos en las elecciones de 1990, aunque siempre mandamos desde abajo. 

Frecuenté a mi maestro en Cuba para que me guiara y a ambos se nos ocurrió usar el rosado encendido como color oficial dando los resultados esperados. Ahora ya no nos sacará nadie del poder. Los dioses así me lo han dicho. También me dijeron que la peste borrará a todos mis enemigos y hasta el brazo de Fátima, el amuleto que mandé traer desde Portugal, me lo repite. 

Sepan todos los que me abominan que soy temerosa de los dioses y que la cristiandad y la compasión son la debilidad de este pueblo. El país exige dioses nuevos y la peste desaparecerá a todos los infelices que creen en la misericordia. Espero sus muertes. 

No tejerán los que me odian ni aquellos que me toleran el destino de este país. Así lo decreto yo, R.M.

Roberto Carlos Pérez

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