Cuba y la esperanza

Mario Burgos
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Es precisamente por ella que en las calles de Holguín y la Habana, en una sociedad casi destruida, hoy un pueblo dice: ¡basta!

En el Budismo, a diferencia de otras religiones, la mayor esperanza no es la vida eterna sino el romper la Samsara, ese espantoso ciclo de sucesivas muertes y reencarnaciones al que nos vemos obligados para cubrir en cada vida una serie de materias pendientes llamadas Karma. El Buda creyó encontrar un atajo para romper ese círculo por medio de la práctica del Yoga, la meditación, el abandono de los apegos, y la vida compasiva con uno mismo, la naturaleza y los semejantes. Sólo así el hombre alcanzaría el Nirvana, también llamado iluminación,  para morir en serenidad. En el Budismo, el Nirvana y la muerte son la suprema esperanza por medio de lo cual nuestra energía sufre su última transformación  para no tener que reencarnar más.

Como Buda, El Apóstol de América habría encontrado la fórmula para romper el ciclo de las múltiples reencarnaciones de las tiranías, que en Cuba y el resto de América nos aquejan como Karmas. Sin embargo, la iluminación en este caso parece aún más distante ya que sería una meta colectiva y mucho mas compleja.

Pero mejor hablemos de algo mas simple e inherente al ser humano, que se esconde tras toda filosofía, religión, doctrina económica, obra artística y hasta en cada anuncio comercial que hemos ideado: la especie humana sucumbiría sin esperanza, ingrediente imprescindible e inherente a nuestra condición.

Quizás la esperanza sea nuestro único derecho natural, y de ahí vengan todos los demás. Para Pablo de Tarso era una virtud teologal. Pablo debió entrar en Atenas y dirigirse a los atenienses ante la estatua del dios desconocido, y decirles: «esta es La Esperanza, a quien yo os predico». Nada es posible sin ese motor que impulsa todo lo humano, sin lo cual ni el Buda, ni Martí, ni artistas, ni filósofos habrían dado el primer paso. «En el principio, era la esperanza».

La esperanza ha hecho que sobrevivamos mucho más allá de nuestras posibilidades objetivas. En el corazón humano no se crea ni se destruye, existe con nosotros desde siempre, se adapta y se transforma para que unos anhelemos la vida y otros la muerte. Es precisamente por ella que en las calles de Holguín y la Habana, en una sociedad casi destruida, hoy un pueblo dice: ¡basta!