En la Nueva Nicaragua, ¿habrá cabida para los artistas?

Madeline Mendieta
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Durante estos 24 meses de crisis socio política en nuestro país, hemos coreado, bailado, aplaudido, compartido, pirateado, hecho nuestras las canciones, afiches, poemas, esculturas e ilustraciones que los artistas de los diferentes géneros no han dudado en compartir como forma de protesta. 

El arte siempre ha servido de estandarte para las luchas sociales, desde los famosos corridos revolucionarios como “La Adelita”, los murales irreverentes de Diego Rivera, las canciones de Víctor Jara, los poemas exterioristas de Ernesto Cardenal, la poesía comprometida de Roque Dalton, el Guernica de Picasso, la fotografía de Sebastián Sebastião Salgado, hasta las performances de la guatemalteca Regina Galindo; una muestra de que los artistas, además de su propuesta estética, también son sensibles ante las injusticias, las luchas sociales, los cambios políticos, pero sobre todo están a favor de los menos favorecidos para enaltecer una cultura de paz. Porque el arte es paz. 

Nuestro país no ha sido la excepción, ante los acontecimientos históricos el peso ideológico y de combustión emotiva han sido expresados por nuestros escritores, pintores, músicos y cineastas. En la dictadura Somocista, los poetas leían en las universidades, atrios de las iglesias, los músicos hacían sus canciones en protesta contra el régimen. Cuarenta años después los síntomas de un régimen autoritario nos han vomitado una represión ácida y virulenta. Con niveles de crueldad que pueden superar a cualquier película de horror, los testimonios dolorosos y las imágenes recopiladas todavía palpitan en nuestra memoria. 

Los artistas de todos los géneros, música, poesía, teatro, pintura, grafitis, ilustración, arte urbano, cine, fotografía, no dudaron en ser parte no solo de un movimiento de protesta cívica, sino parte de un momento histórico porque se diluyen los viejos paradigmas y germinan nuevos. Esta confrontación no solo es generacional, sino temática, emocional, política y social. 

En dos años hemos visto una cantidad de arte emergiendo, igual que los movimientos auto convocados. Los destellos de creatividad, de propuestas de calidad artística irradiaron las redes sociales. Los plantones artísticos en las protestas del 2018 sumaron decenas de artistas que catalizaron su arte como una trinchera emblemática contra la dictadura. 

La última concentración artística que pudimos presenciar fue la del funesto 30 de mayo del 2018. “La madre de todas las marchas” aglutinó a medio millón de personas en las avenidas Jean Paul Genie y Metrocentro. Carlos Mejía entonaba Nicaragua, Nicaragüita y desde el Estadio Nacional, los francotiradores, como en una escena de Tarantino, dinamitaban las sienes de estudiantes que se parapetaban detrás de una improvisada barricada. Tumulto, gritos, confusión, balas silbando, estampida de manifestantes huyendo hacia la UCA. La música se tornó en llanto, un llanto reprimido que sigue atorado en las faringes de un pueblo que desgarrado pide libertad. 

Lo que después aconteció, fue el destierro. Cien mil nicaragüenses se fueron al exilio porque en los meses posteriores, la represión arreció y algunos artistas fueron blanco de persecución por sumarse a las protestas. Muchos siguen en autoexilio con la esperanza de retornar, aunque ese horizonte todavía no lo alumbra el faro de seguridad que necesitan. 

A muchos molinos de vientos nos hemos enfrentado durante estos dos años. Pero el artista, pese a su condición, sigue escribiendo, cantando, interpretando, actuando, pintando, creando dentro de sus propias miserias y limitaciones. Menciono la miseria, porque el artista ha sido el eslabón perdido de esta sociedad, una especie de objeto volador no identificado, todos lo reconocen, lo ven con curiosidad, lo aplauden pero muy pocos se preguntan: ¿cómo y de qué vive un artista? 

El arte desde hace décadas está en crisis, las paupérrimas partidas presupuestarias que el gobierno central otorga para “hacer arte”, se han limitado a una cuantas migajas para tener un grupo de bufones al servicio del régimen. Los artistas que de manera independiente han tenido que sostener sus propios proyectos, tienen que sortear entre las empresas privadas, las oenegés y en la gran mayoría de los casos, echar mano de sus propios recursos para la gestión de un proyecto o producto cultural. 

Resulta contradictorio que en una “tierra de poetas universales”, como Rubén Darío y Ernesto Cardenal, los libros de “escritores detractores”, no existan en el pensum académico de las escuelas, que se confunda cultura con folklore y se limiten a otorgar regalías a quienes aparecen en un carnaval popular sin darle un trato profesional que el artista merece. Pero sabemos que de parte de ningún gobierno la cultura ha sido una prioridad, salvo para acompañar a sus campañas electoreras y una que otra inauguración de una obra. 

Después de abril 2018, la población se ha plegado a un grupo político emergente aglutinado en la Coalición Nacional, los dimes y diretes de elecciones adelantadas, sostenimiento o salvación de la endeble economía son las únicas preocupaciones constantes en los discursos de los políticos. Independientemente de la edad, no escuchamos que se cuele por una rendija en sus entrevistas las palabras cultura y educación. Parece que la cultura y la educación no están incluidas dentro de un futuro plan de nación. No hay una preocupación real sobre esos cambios culturales que nos han llevado durante doscientos años a resolver los conflictos de manera violenta y solo en reestablecer un modelo corporativo y extractivista donde el arte solamente sirve para decorar las oficinas de un tecnócrata para quienes son más importantes los índices de exportaciones y transacciones fraudulentas que educar a toda una población. 

Pero, no me sorprende de los aspirantes a políticos solo tengan una agenda que sea la continuidad de un modelo que ha fracasado una y otra vez. Me preocupa, que los artistas continuemos dispersos; es la fecha y no hay un clamor unificado que se sume a hacer gestión pública e incidir en los espacios de decisión. Si vamos a dejar de nuevo el futuro del país, de sus ciudadanos, en manos de los políticos, no creo que la cultura sea incorporada como un eje de desarrollo y de cambio para esa cultura de paz que urgentemente se necesita. 

Nuestro país ha estado confinado durante 2 terribles años a sus casas; el régimen lo ha convertido en una gran cárcel. Me pregunto quiénes les han hecho, reír, llorar, reflexionar y recuperar la memoria durante este tiempo; han sido los artistas de diferentes géneros quienes no han recibido jugosos presupuestos, quienes han dado lo mejor de ellos y a algunos les ha costado un exilio forzoso. Porque no han participado de ningún diálogo dónde se demande que para liberar a un país de la miseria, la pobreza y la explotación hay que brindarle las herramientas que le permitirán soltar sus cadenas mentales; eso solo se logra con cambios de cultura. 

Al final, dejo a la reflexión para ustedes, hermanos artistas, compositores, músicos, teatristas, cantantes, poetas, ilustradores, pintores: ¿seguiremos siendo el triste poeta que movía la manivela en el fondo del patio del Rey Burgués, o de una vez detonaremos el gatillo artístico y soltaremos las alas del pájaro azul?