Reescribir la Historia Patria (así, con mayúsculas)

Carlos Quinto
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«Al igual que con todos los aspectos de una sociedad a refundar sobre bases opuestas a todo lo sufrido hasta ahora, la Historia Patria, con mayúsculas, debe ser repensada y reescrita. Debe dejar de ser un listado lineal y acrítico, sin rigor investigador, sin metodología, sin análisis, sin perspectiva ni contexto, y transformarse con objetividad, método y rigor en un vibrante, inspirador y apasionante relato (con sus grandezas y miserias en su justa dimensión) de la gran aventura común».

Una de las primeras cosas que se notan al desembarcar en el aeropuerto de Abu Dhabi, aparte de su magnífica arquitectura, es un mural con una cita del fundador de los Emiratos Árabes Unidos, Sheik Zayed, diciendo que un pueblo que no conoce su historia no sabe quién es, no tiene presente ni tendrá futuro. Otros estadistas y pensadores occidentales se han expresado en términos parecidos, pero, dicha por alguien que transformó en una sola generación una colección de tribus beduinas, dispersas, pobres, desunidas, pescadores y contrabandistas con una mentalidad del siglo VII en un Estado exitoso del siglo XXI, faro mundial de riqueza, modernidad, creatividad e ingenio, la frase adquiere una resonancia especial.

Nicaragua, al contrario de las grandes naciones, ha vivido a espaldas de su historia y en consecuencia no ha aprendido nada de ella. Nuestro círculo vicioso de errores repetidos una y otra vez lo confirma.

En la determinante edad escolar, donde tanto se juega, la enseñanza de la historia es más que deficiente: es antiprofesional, absurdamente superficial, selectiva y tendenciosa. ¿Qué identidad? ¿Qué orgullo de sí mismo, qué patriotismo como miembro de una nación se puede construir sin aprender quién se es? ¿Cómo se puede concebir hacia dónde se va sin saber de dónde venimos? 

Aunque los principales responsables del desastre educativo son las sucesivas dictaduras oscurantistas, las cuales han tenido como prioridad mantener al pueblo en la ignorancia, la microscópica y timorata casta, llamémosla «intelectual», nunca asumió un rol esclarecedor. Para remate, aislados casos de académicos de un cierto nivel desperdiciaron la oportunidad de marcar la diferencia sucumbiendo oportunistamente a la tentación de la corrupción y las prebendas gubernamentales.

Devaluados por una mezcla de indiferencia e incompetencia, los libros de texto son panfletos insípidos y narcóticos que enumeran de forma incoherente hechos banales a la medida de la agenda educativa del régimen de turno, mientras ignoran los hechos vitales y transformadores, los cuales, al no poder manipular, ocultan.

La mordaza impuesta por el somocismo a la rebelión de Las Segovias, políticamente motivada, fue menos descarada y obscena que la manipulación hecha por la tiranía rojinegra. La invención delirante hecha por los ideólogos sandinistas, creando con una deshonestidad intelectual escandalosa una mitología inexistente, solo tiene paralelo en este hemisferio con la esquizofrénica Cuba.

Sandino fue un campesino liberal, al margen de la línea tradicional de un partido que desconfiaba de él, sin ideología política definida, quien valerosamente se enfrentó a una afrenta inaceptable, la ocupación extranjera. Fue, a diferencia de la mafia actual en el poder y sus socios, patriota y antepuso lo que percibía como intereses nacionales a sus ambiciones personales. De allí a convertirlo en un híbrido criollo de Marx y Lenin por el FSLN, solo por haber leído un par de textos comunistas en México (los cuales encima rechazó), para justificar la tiranía más perversa de la historia de la América continental, es una falsificación inescrupulosa de la realidad y de la historia.

¿Qué país que se respete escondería y censuraría su hecho de armas más glorioso? Un hecho de armas y una victoria épica obtenida por el único ejército verdaderamente profesional de nuestra historia formado, entrenado y asesorado por la quintaescencia del espíritu militar, por oficiales prusianos de carrera, al servicio exclusivo de los intereses nacionales y que, para mayor mérito, disparó fuera de las fronteras, no hacia dentro, sin que nicaragüenses se mataran entre sí. Se celebra con justicia la Batalla de San Jacinto, aun siendo una simple escaramuza comparada con la escala de la Batalla de Namasigüe. ¿Cuántos leyendo esto saben sobre la Batalla de Namasigüe? ¿Qué fue? ¿Cuándo paso? ¿Por qué ocurrió? ¿Quiénes fueron los protagonistas? ¿Cuáles fueron los resultados y las consecuencias? ¿Por qué se oculta?

Pasamos a un pelo de tener un Belice en la Costa Atlántica, como en Guatemala. La magnitud de esa reincorporación ha sido minimizada. Los roles transformadores de Zelaya y Cabezas, demonizados. Héroes como el Gral. Estrada y Montoya, silenciados.

Inconcebible y condenable.

No tener un Toynbee o un Keegan o un Beevor (mi admiración por el profesionalismo de los historiadores británicos no tiene límites) no es excusa para no reconstruir nuestro relato histórico de la A a la Z.

A pesar de la desconfianza profunda que me produce el término «revisionista», por los abusos cometidos usándolo como coartada, estoy convencido de que este proceso necesita hacerse desde un revisionismo ilustrado y sereno.

Al igual que con todos los aspectos de una sociedad a refundar sobre bases opuestas a todo lo sufrido hasta ahora, la Historia Patria, con mayúsculas, debe ser repensada y reescrita. Debe dejar de ser un listado lineal y acrítico, sin rigor investigador, sin metodología, sin análisis, sin perspectiva ni contexto, y transformarse con objetividad, método y rigor en un vibrante, inspirador y apasionante relato (con sus grandezas y miserias en su justa dimensión) de la gran aventura común.