Una lámpara encendida sobre el destierro de los religiosos de Nicaragua

<<No escondamos la lámpara en un rincón.>>

En los Evangelios aparece, envuelta en la parábola de la lámpara, la insistencia sobre la verdad como esencial en el camino: “Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido o cubrirla con un cajón, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan luz. Tus ojos son la lámpara de tu cuerpo. Si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará de la luz; pero si está nublada, todo tu ser estará en la oscuridad. Asegúrate de que la luz que crees tener no sea oscuridad.”

No saco a relucir este fragmento de la biblia por impostar santidad, ni por el cínico recurso a manipular la religión a que fácil se aferran nuestros políticos. Lo hago, sencillamente, para que una valiosa enseñanza sirva su propósito; para que un pueblo cuyo oído está afinado en clave cristiana escuche y vea bien; para que no perdamos la luz: si perdemos la luz, perdemos el camino.

Lo que vemos sin lámpara

Con ese ánimo invito a que reflexionemos sobre lo acontecido el fin de semana del 14 de enero de 2024 en Nicaragua. 

Empecemos sobre lo que lo que está a la vista sin que ninguna lámpara precise alcanzarlo: nos informan, desde el Vaticano, que Mons. Rolando Álvarez, Mons. Isidoro del Carmen Mora Ortega, dos seminaristas, y quince sacerdotes “han sido liberados por el gobierno nicaragüense. A excepción de uno que permaneció en Venezuela, todos han llegado a Roma en las últimas horas y son huéspedes de la Santa Sede.”  

La tiranía confirmó la noticia con palabras tersas, incoherentes en su moderación con su intemperada saña contra los religiosos que considera opositores. Más bien parecían estar diciendo al Vaticano que “así sí, así nos podemos entender”, al agradecer “las muy respetuosas y discretas coordinaciones realizadas para hacer posible el viaje hacia el Vaticano de dos obispos, quince sacerdotes y dos seminaristas”.  “Coordinaciones”, “viajes”, todo en la mayor “discreción” y el mayor “respeto”. 

Días antes ––esto tampoco requiere de lámpara–– se volvieron a escuchar, de una de las más conocidas participantes de la oposición pantalla, las fatídicas palabras: “la única solución es dialogar con Ortega”.  Y, en el primer Ángelus del año, el Papa Francisco regresó brevemente al tema del “diálogo respetuoso” con el régimen dictatorial.

A pocas horas de la llegada de los religiosos a su lugar de destierro, apenas capaz de contener sus lágrimas, con voz quebrada y expresión genuina Monseñor Báez compartía con los feligreses el alivio de saber a los 19 religiosos fuera de la cárcel. Inició, como es habitual en su caso, con una denuncia estruendosa, sin ambigüedades, de la dictadura criminal; advirtió esperanzadoramente que los tiranos “no podrán contra el poder de Dios”; luego llamó a “dar gracias al Papa Francisco, su interés, cercanía y cariño por Nicaragua, y por la eficacia de la diplomacia vaticana.” “Gracias al señor y gracias a la Santa Sede hoy celebramos esta gran alegría”, añadió.

En las redes sociales de los políticos de la oposición pantalla, la noticia se comentó, por supuesto, con lenguaje gozoso y calificativos entre “milagro” y “triunfo de la presión internacional”.  

Lo hasta aquí descrito culmina varios meses de rumores, y hasta “predicciones”. 

Es lo que yace sobre la superficie de la realidad. Es lo que vemos sin la lámpara providencial. 

Sin ella, la narrativa que emerge, la imagen de los hechos, la estructura lógico-fáctica de los acontecimientos es la que esbozo a continuación: 

El pueblo nicaragüense ha sido, en esta ocasión, beneficiario de un gran triunfo de la voluntad del Estado Vaticano, del “diálogo respetuoso” entre un Papa que está muy “cercano” a los nicaragüenses que sufren. ¿Sobre quién ha triunfado la “presión internacional? Contra la dictadura criminal encabezada por los genocidas de El Carmen. Además, el papel de los nicaragüenses en esta victoria ha consistido en recurrir al poder de la oración. Por tanto, cabe únicamente celebrar, sin más, la libertad de 19 religiosos injustamente secuestrados (que se une a la libertad de los 12 que enviados al destierro en Octubre de 2023).”

La lámpara

“Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido o cubrirla con un cajón, sino para ponerla en una repisa…” 

Pongámosla entonces sobre una repisa, para asegurarnos de que “la luz que [creemos] tener no sea oscuridad”.

Mucho de lo que hemos visto sin ella debe llenar de gozo a todo ser humano de buena voluntad: la interrupción, aunque sea parcial y tardía, de una grosera injusticia: la cruel prisión de Monseñor Álvarez y los demás religiosos. Interrupción de algo que no debió haber iniciado. Parcial, porque ganaron la excarcelación, pero perdieron su país y sus familias. Tardía, porque un minuto de hostigamiento, cárcel y tortura para estos religiosos es tiempo excesivo, y porque los silencios que para la tiranía representan “respeto” son deferencias al poder más cruel.

Por eso, no permitamos que nuestro legítimo gozo sea un cajón sobre la lámpara. No la escondamos en un rincón, porque necesitamos, más que nunca, tener visión clara. 

¿Qué nos indica la lámpara, más allá de lo que sin ella hemos visto?

Me permitiré, basado en la evidencia, afirmar que la descripción de lo ocurrido no puede reducirse a lo siguiente: “Monseñor Álvarez y 18 religiosos que habían sido injustamente secuestrados por una dictadura criminal han salido de la cárcel; su excarcelación es motivo de alivio y justificada alegría”.

Hay que añadir lo que la lámpara alumbra si la ponemos sobre una repisa, y en medio de las lágrimas y a pesar del cansancio dejamos que su luz penetre la niebla de las maniobras políticas:

  1. Una vez más, a la excarcelación de los injustamente encarcelados sigue (y es razonable creer, se establece como condición) el destierro de las víctimas. Es decir, se perpetra otro crimen de lesa humanidad. 
  1. Este crimen de lesa humanidad ocurre, nuevamente, como resultado de acuerdos entre dos Estados (antes Estados Unidos y Nicaragua; esta vez El Vaticano y Nicaragua) sin que la ciudadanía nicaragüense tenga ni voz ni voto.
  1. El crimen de lesa humanidad ocurre, nuevamente, sin que se protejan los derechos humanos de los nicaragüenses; no hay promesa de restauración ni de resarcimiento para nuestro pueblo en estos acuerdos, que por su propia naturaleza son antidemocráticos. Estos acuerdos solo confirman el estado de indefensión de los ciudadanos nicaragüenses, que hemos perdido de manera absoluta nuestros derechos, y solo podemos ejercerlos (parcialmente, pues nos niegan el derecho a la libertad dentro del terruño, nos niegan la libertad con nuestra gente) en el destierro. 
  1. El secuestrador, el Estado de Nicaragua controlado por una banda usurpadora y criminal, es beneficiario del crimen de lesa humanidad. Es evidente que ve a los diecinueve religiosos desterrados (al igual que a los doce que expulsó en Octubre) como una amenaza mayor si permanecen libres, como es su derecho, en el territorio nacional. Su primer paso para neutralizar tal amenaza fue encarcelarlos, calculando que el costo político era menor que dejarlos en sus puestos, de gran autoridad moral. Su segundo paso fue reducir el costo político de tenerlos en prisión, sin tener que liberarlos dentro de Nicaragua. Lo logró. ¿Qué costo político paga? Muy poco o ninguno. Incluso, en término inmediato, una ganancia que intentará volver permanente, ya que alcanza su objetivo de neutralización de los religiosos desterrados y el bono de titulares internacionales que sugieren distensión: “gobierno de Nicaragua libera”. Gana además dejar muy claro al resto del clero y religiosos, que ni el Cardenal Brenes ni la Conferencia Episcopal ni el Papa van a exigir que se respete la libertad religiosa. A cualquier sacerdote o monja le queda ya muy claro que tiene que escoger entre ejercer plenamente su labor pastoral y la cárcel.
  1. Es generosidad extrema interpretar la excarcelación y destierro de los diecinueve religiosos como evidencia de “mucho interés, cercanía y cariño” papal por Nicaragua. Se ha visto del pontífice la ejecución de políticas de Estado, del Estado Vaticano, pero escasa preocupación (u ocupación) pastoral cristiana, y más escasas aún manifestaciones de compasión humana. De estos seis años de martirio, tuvimos que esperar aproximadamente cinco para escuchar de Francisco un comentario fuerte contra el régimen genocida de Nicaragua. Lo recibimos, aunque fuese tardío y aislado, como un arma de nuestra lucha. Pero ha quedado flotando como una plumita sola y leve mientras en Nicaragua huía el diez por ciento de la población, mientras los tiranos expulsaban a quizás más de un centenar de religiosos, desterraban a tres obispos y un monseñor, expropiaban propiedades de la iglesia y diezmaban a las feligresías más cercanas a la institución. Han quemado la Sangre de Cristo y asesinado diáconos y monaguillos sin que de Roma surgiera hacia el mundo y hacia Nicaragua el estruendo posible, la denuncia vigorosa y persistente a que la posición, el credo y el poder del Papa en principio obligan. El propio caso de Monseñor Álvarez es demostrativo: más de 500 días tuvo que pasar en la cárcel, en condiciones humillantes, antes de ser excarcelado, y, no olvidemos, desterrado. 
  1. Sería interesante escuchar del Papa una explicación sobre el resto de los prisioneros políticos, algunos de los cuales están prácticamente en situación de desaparecidos: aunque el régimen admite que los ha secuestrado, no informan sobre cargos y no permiten el acceso a familias ni la entrega de medicinas. ¿Qué hablan, en la oscuridad de las negociaciones respetuosas, sobre la continuación del calvario de quienes no están directamente bajo el ala (lenta ala, pero ala al fin) del Vaticano? ¿Cómo podemos celebrar el triunfo sin pensar en el sufrimiento de todos ellos? ¿Quién se acuerda de ellos ahora?
  1. El resultado neto de esta operación, de la postura del Papa, de la traición del Cardenal Brenes y de la mayoría de la Conferencia Episcopal es una iglesia amputada, infiltrada por el régimen, arrinconada. La Iglesia Católica de Nicaragua es un gigante dominado por un enano. El objetivo del enano es domesticar, someter al gigante. Avanza en esa dirección. ¿Cuál será la próxima parada? Vienen (se abre la posibilidad por las vacantes y la edad del nefasto Brenes) cambios en la estructura jerárquica de la Iglesia. Así como el tirano persigue la consolidación de su poder y la construcción de sucesión en otras áreas de la sociedad, persigue el mismo objetivo en su creciente control sobre la Iglesia Católica, uno de los pilares sociales que dan fundamento al país.

No escondamos la lámpara en un rincón.

Francisco Larios
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El autor es Doctor en Economía, escritor, y editor de revistaabril.org.

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